Hablar de la integral de piano de Frederic Mompou supone entrar de lleno en el corazón de su obra, en el instrumento que acaparó su catálogo compositivo prácticamente en su totalidad y sobre el que se sustenta el legado musical del compositor catalán - Dejando a un lado Perlimplinada, el oratorio Improperis, los coros a cappella y alguna pieza suelta para guitarra, todas sus creaciones tuvieron su génesis o giran en torno a un teclado. Se presenta así el piano de Mompou, especialmente los cuatro volúmenes que conforman su Música Callada, como una vuelta a los principios, a la raíz, a los orígenes musicales para todos aquellos que quieren reencontrarse con la olvidada cultura de la escucha y el silencio, que al fin y al cabo es la música desde la que todos partimos. No es cosa baladí que pueda tomarse a la ligera, por mucho que Xavier Montsalvatge se refiriese cariñosamente al compositor como "el músic del rajolí petit" (el músico del chorrito pequeño); nos encontramos ante la música en su esencia más cruda, desnuda, despojada de toda superficialidad y efectismo innecesario, ante las sonoridades más puras de un soñador cargado de evocadoras reminiscencias y nostálgicos colores que acogía la música desde la serenidad y el reposo de quien sabe escuchar. Todo se siente en Mompou, casi sin pensar, pues es esta "música del corazón para el corazón".
Ya es conocido por todos el entorno en el que creció el joven compositor, la fábrica de campanas de su abuelo Dancausse, donde las reverberaciones etéreas, cuasi-espirituales y metálicas del tañido del bronce se apoderaron de su imaginario sonoro y que él mismo concentró en el autodenominado "acorde metálico". Su otra corriente de influencia fue, qué duda cabe, el Impresionismo desarrollado en la vecina Francia y que tan marcada huella dejó en su generación de la vanguardia musical catalana, la cual, inspirándose en nombres como Debussy, Séverac, Ravel o Fauré fueron buscando nuevas sonoridades verticales, nuevas armonías; terminando por romper de alguna manera con el tradicionalismo wagneriano y mirando de soslayo el agotado desarrollo melódico que hasta entonces imperaba en Cataluña.
No obstante la música de Mompou, a pesar de los innegables influjos galos, es una rara avis en su especie. A menudo se le ha querido ver como el Chopin o el Schumann del siglo XX; quizá, en cuanto al intimismo desprendido de sus obras o del protagonismo del piano pueda ser así, pero hasta ahí prácticamente todo el reflejo, puesto que el tratamiento de los armónicos, de los intervalos de quinta y cuarta por ejemplo con sus respectivos consecutivos, resultado de la búsqueda de lo primitivo; la poetización de la métrica musical, donde hallamos casi imperceptibles cambios de ritmo o acentuación ("l'obra es dividirà en punts de emoció" decía) o las asombrosas cadencias que por ejemplo escuchamos en sus Cançons i danses, hacen del de Mompou un lenguaje único cuyo legado en el tiempo quizá haya sido regalarnos paradójicamente una música atemporal, ajena a modas y simbolismos, sublime e imperecedera.