La magnífica SWR Sinfonieorchester Baden-Baden-Freiburg volvió a ofrecer una gran actuación, al igual que ocurriera con el "Saint Franoçis d'Assise" de Messiaen. Sylvain Cambreling, dominador del repertorio del siglo XX, demostró gran afinidad, conocimiento de la obra y sentido de la concertación. Una ejecución impecablemente trabajada e irreprochable
"MOISÉS Y AARÓN, UN ESTRENO DE CALIDAD IRREPROCHABLE"
MOSES UND ARON (Arnold Schoenberg). Teatro Real, 9-9-2012. Franz Grunheber (Moses), Andreas Conrad (Aron), Johanna Winkel (Una joven), Elvira Bill (una inválida), Jean-Noel Briend (un joven), Friedermann Röhlig (un sacerdote), Jason Bridgers (un joven desnudo). SWR Sinfonieorchester Baden-Baden-Freiburg. EuropaChor Akademie. Dirección musical: Sylvain Cambreling. Versión concierto. Estreno en Madrid.
Arnold Schoenberg, calificado como "El revolucionario conservador" por Willi Reich en su monografía sobre el compositor, terminó el acto II de "Moses un Aron" en 1932 (19 años antes de su muerte), pero jamás puso música al tercero, aunque sí redactara su texto. A pesar de ello, hay gran coincidencia en afirmar que, tras el final del segundo, está prácticamente expuesto todo lo fundamental. La contradicción entre idea o concepto y su aplicación o puesta en práctica, entre el pensador puro, idealista y conceptual, incapaz de hacerse comprender (Moses, que se expresa mediante una declamación entonada) y el hombre de acción (Aron, que se expresa mediante el canto). La obra, que no se estrenó hasta 1954 (tres años después del fallecimiento del autor) en Hamburgo en versión de concierto y escenificada en Zurich en 1957, lleva al extremo la técnica dodecafónica y contiene un tratamiento orquestal impactante, pleno de sonoridades primorosas, así como una construcción polifónica impresionante y complicadísima. "Moses un aron" es una composición más afín al terreno del oratorio (que fue la idea originaria de Schoenberg) o de la música sinfónico-coral que a una ópera propiamente dicha. Para interpretar por primera vez en Madrid esta composición de proporciones colosales y grandes dificultades musicales, después de un intento fallido por parte de Antonio Moral con los cuerpos estables de la casa, la actual dirección del teatro ha optado, al igual que el pasado año con el "Saint Franoçis d'Assise", por auténticos especialistas foráneos, conocedores y bien compenetrados con la obra.
Así, la magnífica SWR Sinfonieorchester Baden-Baden-Freiburg volvió a ofrecer una gran actuación, al igual que ocurriera en la obra de Messiaen. Más de una centuria de instrumentistas (la orquestación es nutridísima), que mostraron un sonido compacto, brillante, refinado y transparente. Magníficas las numerosas intervenciones del concertino. Algo por debajo, si se quiere, el coro formado también por más de 100 miembros, pero que sacó adelante con nota una escritura complicadísima. Todos bajo la batuta de Sylvain Cambreling, dominador del repertorio del siglo XX, que demostró gran afinidad y conocimiento de la obra, sentido de la concertación, del ritmo en las danzas del acto II y, en definitiva, una ejecución impecablemente trabajada e irreprochable. A diferencia de Moses, con el concepto de Dios omnipresente y omnipotente, el director belga sí que fue capaz de transmitir la veneración que siente por esta partitura. A nadie puede extrañar que el veteranísimo Franz Grundheber (referencial intérprete de papeles como Wozzeck o el Doctor Schön de Lulú y que también interpretó un magnífico Shigolch de la referida ópera en el escenario del Real) encarnara un magnífico Moses. A punto de cumplir los 75 años, dominó absolutamente la escritura del papel construida enteramente sobre un declamado-recitado dramático, una especie de culminación del sprechgesang y, todo ello, con un material vocal aún sonoro, recio y en plausible buen estado. El tenor alemán Andreas Conrad, entregado y musical, con una voz liviana y poco atractiva construida hacia el agudo y que gana timbre y brillo en dicha franja, sorteó de manera notable la espinosísima tesitura de Aron. Del resto del reparto destacaría la rotundidad del bajo Friedemann Röhlig.
La interpretación del concierto se realizó sin pausas, apenas hubo deserciones durante la obra y cosechó un gran éxito desde el punto de vista artístico, aunque la reacción del público no lo haya reflejado en su totalidad. No fue una reacción desbordante ni clamorosa, pero sí de amable reconocimiento. Por cierto, que al igual que se critica (con toda la razón) al espectador que abandona la sala en mitad de un concierto, también resulta algo molesto cuando los músicos que ya han acabado su cometido, abandonan el escenario. Distrae un tanto.
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