Madrid. Fundación Scherzo. XVIII Ciclo Grandes Intérpretes. Auditorio Nacional. 19/03/13. Obras de Mozart y Bartók. Mahler Chamber Orchestra. Mitsuko Uchida, dirección y piano.
En la historia reciente de la interpretación pianística, varios han sido los binomios compositor - intérprete que han ido estableciéndose en la memoria auditiva de crítica y público. Schubert-Brendel, Bach-Leonhardt, Chopin-Rubinstein podrían ser buenos ejemplos, a los que ya es hora de sumar el de Uchida-Mozart. Resulta paradójico que sea una referencia a seguir quien siempre ha huido de toda formalidad y rigurosidad a la hora de acercarse a la música de cualquier compositor. Tal y como ella siempre ha relatado, cansada de atarse a un único camino marcado y de que todo el mundo en Viena (ciudad donde creció y estudió) supiera la manera exacta en que los compositores fetiche de la ciudad han de ser interpretados, Mitsuko Uchida se trasladó a Londres, donde supo encontrar esa flexibilidad en la que curiosamente hoy en día reconocemos al Mozart más genuino.
Con todo, es notorio como el Mozart de Uchida ha ido evolucionando desde aquellas grabaciones impuestas por su casa discográfica Philips a principios de los años ochenta, cuando se puso de moda tocar las primeras sonatas del genio salzburgués (aparcando Schubert por un tiempo); de corte sencillo, un tanto planas incluso en algún momento, pero que ya mostraban, como no podía ser de otra forma, las particularidades tan notorias de las manos de la pianista nipona: claridad absoluta en el fraseo, ligereza en los momentos de mayor arrebato y extraordinaria resolución técnica. El Mozart que hoy podemos escuchar a Mitsuko Uchida, que este 2013 cumple 65 años de edad, resulta mucho más introspectivo a la vez que respira en el fraseo de forma sobrecogedora. En la primera parte del concierto se pudo disfrutar del Concierto para piano y orquesta nº 17 en sol mayor, K453. El sonido resultó un tanto velado, con un reflexivo e íntimo Andante, de una belleza única. Quiso la pianista japonesa jugar con algunas pausas de respiración en dicho movimiento, con la intención de recrear una mágica suspensión que el público no supo entender y se encargó de destrozar con el ya consabido catálogo de ruidos, toses y demás signos de mala educación que no hacen más que evidenciar la falta de cultura del silencio y la escucha que asola los auditorios españoles.
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