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Crítica: «Absoluta excelencia». Misha Dacic en el Festival Rafael Orozco de Córdoba

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Autor: José Antonio Cantón
16 de noviembre de 2022

Crítica de José Antonio Cantón del recital ofrecido por Misha Dacic en el Festival de Piano «Rafael Orozco» de Córdoba

Misha Dacic en el Festival Rafael Orozco de Córdoba

Absoluta excelencia

Por José Antonio Cantón
Córdoba, 11-XI-2022. Conservatorio Superior de Música de Córdoba. XX Festival de Piano «Rafael Orozco». Recital de Misha Dacic. Obras de Franz Liszt, Domenico Scarlatti y Alexander Scriabin.

   Uno de los recitales de la presente edición del Festival por el que tenía mayor interés ha sido el que ha protagonizado el pianista serbio Misha Dacic. Su enorme talento ante el teclado ha quedado ejemplarizado en un programa muy complicado tanto en concepto como en dificultad técnica, integrado por cuatro sonatas de Scarlatti, cinco piezas de Scriabin, entre las que destacaba su Séptima sonata, Op.64, «Misa blanca», y una segunda parte integrada por ocho de los Doce estudios de ejecución trascendental, S.139 de Liszt que, con sólo mirar la grafía de sus pentagramas, imponen el máximo respeto al más elocuente de los pianistas imaginables.

   Inició su actuación con ese cadente discurso rítmico que requiere el tempo de la Sonata K.197 del maestro napolitano, un andante de sensitiva elegancia que requiere un gran dominio de pulsación, toque desde donde ha de surgir todas las matizaciones expresivas del instrumento. En este sentido es ideal la forma de aproximar este pianista sus manos al teclado. Como todos los grandes, recurre a utilizar el peso del dedo como principal elemento impulsor del sonido sin dejar de estar en contacto con la tecla. De este modo Dacic se integra con el instrumento en tal grado que da la sensación de que se produce un único ente en el que se encierran el sonido y el silencio. Esto requiere una cualidad sensorial fuera de serie, capaz de traducir e incluso superar los mensajes que proponen los compositores, sublimándolos absolutamente. Los grandes gurús de la didáctica pianística como Neuhaus, Goldenweiser u Oborin que formaron a alumnos que, en algunos casos, les superaron en fama como Richter, Berman y Ashkenazy, respectivamente, alentaron esta forma de (pre)producir el sonido, así como el constante contacto de los pies con el pedalero, predisponiendo así un estado de permanente tensión vital del pianista. Dacic hace gala de estos secretos desde una natural aceptación, que supo trascender al resto de sonatas del músico italo-español, destacando la K.55 por la energía de su impulso y la limpieza de su articulación.

   Las expectativas empezaron a cumplirse sobradamente. Tuvieron su constatación en el retador y siempre enigmático lenguaje de Alexander Scriabin con los primeros compases de su Mazurka en mi menor, Op. 25 nº3 que el pianista cargó de sugestiva emoción para seguir sin solución de continuidad con la página anterior de este mismo opus en la tonalidad de do mayor haciendo una especie de meditación sobre su entrecortado y saltarín allegretto en ritmo ternario. Después de los opus 51-2 y 57-2 de este psicodélico revolucionario del piano, Dacic acometió su recreación de la Sonata nº 7, op. 64, «Misa Blanca» con una sobria y a la vez soberbia actitud de ser sabedor del dominio intelectual que posee sobre esta obra, una de las preferidas del compositor moscovita. Su intención en hacer que los sonidos se transformaran en imaginarios rayos de luz se convertía en una experiencia nueva para el oyente, que percibía el piano como un elemento mistérico del que emanaba una nueva realidad cósmica más allá de parámetros musicales. Estos efectos tuvieron su culminación en la re-exposición del primer tema en la que su desbordante técnica impulsó la desmaterialización de su discurso a límites inimaginables con arpegios extendidos que llegaban hasta los extremos del teclado, demostrando un poderío de inefable calificación, todo ello dentro de un paradójico estado de serena enervación que solamente se puede entender desde un ser musical en verdadero estado de gracia, que convertía el piano en emisor de destellos, manejando desde el teclado un raro proceso de transubstanciación estética. Lo que hace este pianista requiere un nuevo lenguaje, que escapa a la descripción musical para convertirse en una sintaxis dirigida a un conocimiento reflexivo propio de iniciados.

   Quedaba todavía la sustancial segunda parte del programa en la que se anunciaban los famosos por el tremendo mecanismo que requieren Estudios de ejecución trascendente. Empezó con una soberbia interpretación del Preludio que abre la serie, tocado como carta de presentación de la determinante impronta lisztiana que detenta este pianista. El Molto vivace que le sigue le sirvió a Misha Dacic para expandir sus impresionantes recursos técnicos a través de una portentosa velocidad aplicada a los tresillos por un lado y a la estricta vehemencia expresionista de la coda por otro. Un carácter pastoril prevaleció en la dicción de Paysage que fue tensionando conforme avanzaba su exposición sin llegar en momento alguno a forzar su natural progresión. Dando un salto en el orden original de estas piezas, interpretó seguidamente el sexto estudio que lleva por título Vision al que aplicó un dramático carácter fáustico que daba razón de ser a escalas cromáticas que exponía con asombrosa facilidad con ambas manos hasta llegar a las octavas finales que armónicamente sustentó en una acorde mantenido en el registro medio del instrumento. En Eroica, que tocó a continuación, exhibió una fuerza extraordinaria que no parecía corresponderse con su cinética corporal de hierática postura. La última exposición del tema le sirvió para reducir la tensión emocional que se va acumulando a lo largo de esta pieza con un bien matizado lacónico pasaje que vino a contrastar con heroicos acordes finales como queriendo más que justificar el título de este portentoso arte y ensayo pianístico que contiene esta genial página.

Misha Dacic en el Festival Rafael Orozco de Córdoba

   El grupo que escogió para terminar estuvo encabezado por la nostálgica Ricordanza, un pequeño y entrecortado andante que desenvolvió con suave elegancia sólo contrastado por la intensidad emocional con la que expuso el segundo motivo, donde fue prevalente su capacidad de canto desarrollando momentos de excelsa ornamentación sólo explicables desde un abrumador poderío técnico puesto siempre al servicio de la excelsa musicalidad de esta obra. Sin duda su construcción fue uno de los momentos estelares de su actuación. Buscó como elemento esencial de expresión la indecisión tonal que presenta el quinto estudio, Feux follets. Su inmensa dificultad se hizo fácil en las manos del Misha Dacic que volaban materialmente sobre el teclado con una seguridad pasmosa y una musicalidad insultante, produciéndose así la interpretación más impactante del recital. Éste concluyó con una verdadera lección de música descriptiva, Mazeppa, héroe ucraniano al que Víctor Hugo llegó a referirse en su poemario Les Orientales. Con una épica fulgurante, el pianista afrontó, dada su múltiple temática, un pianismo expansivo con el que quería asemejarse polifónicamente a la grandiosidad orquestal del poema sinfónico en el que este cuarto estudio se transformó pocos años después, ocupando el sexto lugar en esa particular relación sinfónica con la referencia S. 100 del catálogo general de Liszt. En la coda final, Dacic tuvo energías suficientes para terminar de manera grandiosa esta página de enorme tensión épica.

   Los aplausos se percibieron en espontánea proporción a la sorpresa que supuso el apabullante pianismo de este músico. Quiso corresponder con una exquisita versión de la Romanza en fa menor del Op.10 de Sergei Rachmaninov que vino a serenar las anteriores tensiones del músico húngaro con balsámica sensualidad. Con su actuación el Festival seguramente alcanzará uno de los hitos de la excelente programación que ha presentado para su vigésimo aniversario.

Fotos: María Cariñanos / Festival Rafael Orozco de Córdoba

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