Artículo de opinión de Jordi Pujal sobre la legendaria cantante italiana Mirella Freni en el tercer aniversario de su fallecimiento
Foto: A. Bofill
La fascinación de lo natural: tres años sin Mirella Freni y su Adriana
Por Jordi Pujal
Bien podría proclamarse Febrero como el «Mes Freni» por cuanto el inicio y el fin del periplo vital de la adorable soprano Mirella Freni (Modena, 27 de febrero de 1935-9 de febrero de 2020) están adscritos al mismo. Justo hoy que se cumplen tres años de su partida, y agradeciendo la oportunidad que Codalario me brinda (creo es de justicia mencionar que esta invitación por parte de Aurelio M.Seco y Raúl Chamorro me llegó muy gentilmente de inmediato cuando se produjo ese suceso luctuoso pero entonces me resultó del todo imposible corresponder por muy diversas cuestiones, la principal sin duda mi asimilación de la marcha de la Artista, Maestra, Colaboradora y Amiga) me gustaría tributarle un pequeño recuerdo a modo de homenaje compartiendo pinceladas de algunas vivencias personales. Momentos que me han formado como diletante, como profesional y como persona y que, indudablemente, también habrían hecho mella en usted, estimado/a lector/a.
Porque en Mirella Freni confluían a partes iguales el talento, la espontaneidad, la sencillez, la humanidad, la expresividad y la naturalidad, valores puestos en relieve en todo momento tanto dentro como fuera del escenario. Ciertamente un cóctel irresisitible que para nada dejaba indiferente a quien la veía, bien fuera actuando o tratándola personalmente. Y que felizmente ha heredado su hija Micaela Magiera, otro ser adorable que con tanto ahínco trabaja en la preservación del legado de su madre. La indudable e indiscutible posición preponderante de la Freni en la historia de la interpretación operística de todos los tiempos viene a refrendar este preámbulo.
«Io son l’umille ancella del genio creator...»: estos versos de Arturo Colautti son los primeros que canta el personaje de Adriana Lecouvreur en la ópera homónima de Francesco Cilèa y, por tanto, su carta de presentación. Una declaración de principios en toda regla: es la clave del personaje, todo está ahí. Metáfora también de aplicación para Mirella Freni, cual ’leitmotiv’ de su vida. De hecho las frases finales que declama Adriana en la escena de su muerte («Ecco la luce che mi seduce...») figuraban en los recordatorios impresos con motivo de su funeral. La actitud de la Freni para con el Arte era justo la de la histórica ’tragedienne’ vista por Colautti: sirviendo al Arte (jamás sirviéndose de él) con sencillez, generosidad, entusiasmo y responsabilidad, alejada en todo momento de cualquier artificio o afectación. De ahí esa pasmosa naturalidad que emanaba en todo momento. Y Adriana es buena prueba de ello.
Le vi varias producciones de este título, siempre eminentísima. Por tratarse de mi ciudad natal recuerdo con especial cariño las dos en que participó en el Liceu de Barcelona con casi solo tres años de diferencia: en febrero de 1987 dirigida por Roberto Abbado con Fiorenza Cossotto y Ermanno Mauro -fue su presentación europea del rol, que había debutado en San Francisco en 1985- y en noviembre de 1989 bajo la batuta de Romano Gandolfi junto a Jadranka Jovanovic y Plácido Domingo. Con la de 1987 se conmemoraban los 25 años del debut de la Cossotto en el coliseo de la Rambla: funciones históricas, con la memorable confrontación Freni/Lecouvreur-Cossotto/Bouillon al final del segundo acto que cada noche ponía el teatro patas arriba. En cuanto a la de 1989 debe decirse que para esas fechas inicialmente estaba prevista una producción de «Don Carlo» con un reparto estelar: la Freni, Agnes Baltsa, Nicolai Ghiaúrov, Domingo,... El proyecto no llegó a buen puerto y, aprovechando el bloqueo de las agendas de la soprano modenesa y el tenor, se decidió reponer «Adriana Lecouvreur» dado el triunfo espectacular obtenido por la Freni dos años antes. En principio la producción anunciada era la que el Teatro alla Scala había hecho ’ex professo’ para la cantante (efectivamente, la estrenó a principios de ese 1989) y que dirigió Lamberto Puggelli (Puggelli firmaría también las producciones de dos hitos frenianos, «Fedora» para la Scala y «La doncella de Orléans» para el Regio de Torino&Massimo de Palermo&Washington Opera). Pero problemas logísticos de última hora impidieron que tal producción llegara al Liceu, improvisando el Teatro una nueva liderada por Giancarlo Del Monaco. Esta producción no placería a Freni al 100%, pero debe reconocerse la profunda emotividad conseguida en su acto cuarto simplemente con un escenario negro vacío, un diván, un excelente juego de luces y el descomunal talento de dos colosos operísticos en escena que tanta empatía artística intercambiaban. En resumen, ambas «Adrianas» fueron gloriosas, auténticas picas en Flandes en la trayectoria liceista de la diva de Modena.
En ambas ediciones la bellísima voz de la Freni -una auténtica columna equilibrada de sonido homogéneo, igual en toda la gama agudo/centro/grave-, en un momento especialmente fulgurante, llenaba majestuosamente todos los recovecos de la inmensa sala. El centro, puro terciopelo, sonaba denso, carnoso, timbrado; el grave, muy bien negociado, sonoro y amplio; el agudo, refulgente, luminoso y ’squillante’; las regulaciones de sonido perfectamente ejecutadas ofreciendo ‹messe di voce» de primera (con resultados asombrosos similares al que obtenía con este mismo recurso en su interpretación modélica del aria de Elisabetta «Tu che le vanità» en el «Don Carlo» verdiano - sobre la palabra «Francia!»-). Proyección admirable que dejaba boaquiabierto a quien la escuchaba en vivo por primera vez, dándose esa feliz circunstancia de que desde el quinto piso del Liceu el oyente tenía la impresión de ’tocar con sus manos’ el sonido de esa voz. La intérprete, excelsa. Si la antes citada primera intervención solista de Adriana era modélica vocal e interpretativamente -con ese final manteniendo la nota aguda conclusiva de forma firme y prolongada que erizaba al auditorio-, en el 4º acto con «Poveri fiori» tocaba directamente el cielo por la expresividad contenida y sincera de su canto jamás deudora de efectos melodramáticos gratuitos, logrando un alucinante crescendo emocional: pocas veces dos minutos y medio han dado tanto de sí a la hora de exponer sentimientos, ese tipo de sentimientos cotidianos que el más común de los mortales ha vivido al menos una vez en su vida. Y, claro está, servido vocalmente de manera magistral, con la palabra conclusiva «finito» atacada inicialmente en ’forte’ languidenciendo el sonido emotivamente a la par que corrían las lágrimas por las mejillas de Adriana/Mirella. La antológica ovación que automáticamente le regalaba el público era catárquica, deteniéndose la representación durante varios minutos. La artista recibía los aplausos conmovida, hecha un mar de lágrimas, sabiendo controlar sus emociones pues era consciente que le quedaba todavía mucho por cantar. Y esto sucedía en cada representación y tanto en 1987 como en 1989. En la primera función de 1989 (22 de noviembre, retransmitida por radio) su «Poveri fiori» provocó el delirio con una ovación interminable que tuvo como colofón una frase lapidaria lanzada a vuelapluma por alguien del público allí presente y preservada por fortuna en la grabación radiofónica: «Això és una soprano!» («¡Esto sí que es una soprano!»).
Toda su Adriana era puro portento, mostrando una amplísima panoplia de recursos expresivos y paleta de colores en cada palabra y en cada gesto, suprema actriz vocal y escénica: soberbias sus escenas con Michonnet (inolvidable cómo dice dos simples palabras, «Tanto meglio!» en el acto primero), Maurizio (arrebatado «Ma dunque è vero, dite, il gran Maurizio voi!»), la Bouillon (con «Apritemi, Signora nel nome di Sassonia» empezaba una perla operística a guardar a buen recaudo) o el cuarteto de colegas de la Commedie. Admirable por naturalidad y sencillez su apostura escénica durante el ’intermezzo’ del segundo acto, inmediatamente anterior a la confrontación con la Bouillon. Mítica su escena final: tras su «Ecco la luce che mi seduce...» un nudo en la garganta y lágrimas contenidas de emoción se alojaban en el alma de buena parte del auditorio. Era SU Adriana. La Freni, generosa, era capaz de producir eso y mucho más.
Y quiero mencionar dos momentos más de Adriana que fueron motivo de intensísimas tertulias en las escaleras de acceso al 4º y 5º piso del Liceu durante las largas horas de cola para ocupar las localidades sin numerar del edificio anterior al incendio de 1994 (que constituyeron en definitiva un foro histórico e indudablemente una de las mejores escuelas operísticas que yo haya podido tener) ya que me permitirán citar los nombres de Joan, Esteve, Ernest, Andreu, Xavi, Luis Ángel, Miguel Ángel, Carlos, Joaquín, Pilar, Ignacio, M.Àngela, Quim, Imma, Santi, Toni, Gemma, Jordi, Josep, Sergi, Montse, Laura,..., compañeros/as (y amigos/as) en este apasionante viaje freniano. Las dos palabras con que Adriana concluye el segundo acto «Fuggita! Vile!» (auténtico cañón sonoro de luz y emoción en boca de Freni) y el monólogo de Fedra que Adriana declama en el acto tercero «Giusto cielo che feci in tal giorno» dieron pie a apasionados debates, presididos siempre por el respeto y el afecto, al confrontar entre sí las propias prestaciones de Freni en 1987 y 1989 en el sentido de cuál había sido más intensa para cada tertuliano. Así se vivía entonces la ópera; personalmente lo echo mucho en falta.
Jaume Tribó Segalés, Maestro Apuntador del Gran Teatre del Liceu desde 1975 y estimada enciclopedia viviente liceista, en relación con «Adriana Lecouvreur» y «Fedora» años ha acuñó un término que considero perfecto: por sus características de forma, música y libreto se refería a estas óperas como «verismo de salón». Mirella Freni fue servidora de ensueño del «verismo de salón». Estrictamente desde el punto de vista canoro, pocas veces este repertorio ha sido atendido con tanta salud vocal.
Quiero cerrar este tributo compartiendo un recuerdo personal que me emociona sobremanera cada vez que lo rememoro y que está relacionado con otra insuperable heroina freniana, la Mimì de «La bohème» de Giacomo Puccini, rol con el que trabó una simbiosis única e inquebrantable, mantenida ininterrumpidamente durante más de 40 años desde su debut en la parte en 1957. En agosto de 1993 Mirella Freni participaría en un concierto memorable en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián en el marco de la Quincena Musical Donostiarra, acompañada por la Orquesta Sinfónica de Euskadi bajo la dirección de Romano Gandolfi. El ensayo general (sin público y a puerta cerrada; sólo asistiría el equipo directivo de la Quincena y el círculo cercano a Freni) con orquesta, director y solista tuvo lugar dos días antes del evento en el escenario del Auditorio Velódromo Anoeta de Donostia. Freni ajustó ’tempos’ con la orquesta, pulió detalles con el Maestro Gandolfi y cantó seguidas sus arias, la mayoría de ellas a plena voz. Siempre locuaz, educada y risueña, una vez acabadas sus intervenciones saludó a los miembros de la orquesta agradeciéndoles su labor, se despidió calurosamente de Gandolfi con quien compartía una gran amistad de años (‹Caro Romanino!’), bajó del escenario y enfiló el pasillo central de la sala en dirección a la salida para abandonar el recinto; al final de la sala la esperaba su círculo de colaboradores y amigos (entre otros, Lluís Andreu -barítono y exdirector artístico del Liceu y del Teatro de la Maestranza- y las hermanas María y Glòria Vilardell -la primera pianista y Presidenta del Concurso de Canto Francisco Viñas durante años; la segunda su mánager en España y Portugal durante bastante tiempo-). Llegada la Freni al fondo de la sala se improvisó allí una animada tertulia que se prolongó unos minutos, mientras había una pequeña pausa de descanso concedida a la orquesta (pues Gandolfi y la orquesta continuaban repasando el programa sin la cantante). Cuando el ensayo se reaunudó el grupo se disponìa a salir de la sala. Pero, ¡sorpresa! Gandolfi había decidido releer «Sì, mi chiamano Mimì» de «La bohème», el aria del primer acto que Freni había puesto en programa. La Freni, como movida automáticamente por un resorte, dijo de inmediato dirigiéndose al grupo: «Un attimo, per favore, non andiamo via ancora!» («¡Por favor, un momento, no nos vayamos aún!»). Y quedó inmóvil, de pie, escuchando absorta el trabajo de la orquesta. Cuando llegó la segunda parte del aria, a partir de la frase «Ma quando vien lo sgelo», abrió enormemente sus ojos, esos ojos oscuros llenos de vida que tanto hablaban por sí mismos. La orquesta atacó la frase musical y a pocos segundos Gandolfi la paró para hacer algunas correcciones. Mirella Freni, resuelta y determinada cual buena emiliana, y con toda la complicidad que una ’mamma’ puede tener con sus hijos, enfiló de nuevo el pasillo central de la sala dirigiéndose cariñosamente a los profesores de la orquesta y a sus colaboradores con un adorable mix italiano/español: «Ragazzi, il Maestro Karajan mi ha fatto un bel regalo permettendome scoprire come gli archi sono i primi a sgelare, sottili, delicatamente con morbidezza; tutto lo sgelo e lì, nel suono dell’orchestra. Permetettemi condividere con voi questo piccolo ricordo» («Muchachos, el Maestro Karajan me hizo un regalo precioso al permitirme descubrir cómo la cuerda es la primera en proceder al deshielo, sutilmente, con delicadeza; el proceso del deshielo está ahí, en el sonido de la orquesta. Permitidme compartir con vosotros este pequeño recuerdo»). Ovación de primera por parte de la orquesta, agradecida y conmovida. «Adesso, andiamo a pranzo, amici» («Ahora, a comer, amigos») concluyó Freni dirigiéndose a su atónito círculo. Agradeció al personal del auditorio su trabajo y abandonó el recinto alegre, feliz, sonriente, emanando bondad por doquier...
Esta era la simpar Mirella Freni, única e irrepetible. La vogliamo tanto bene, stimata Ciaccia. Ci manca tanto!
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