Por Alejandro Martínez
31/08/2014 Musical Theater Bremen. Gluck: Orfeo et Euridice Bejun Mehta, Chiara Skerath, Ana Quintans. Les Musiciens du Louvre Grenoble. Coro de Cámara del Palau de la Música Catalana. Marc Minkowski, dir. musical. Ivan Alexandre, dir. de escena
Desde los comienzos de su trayectoria, la figura de Gluck, de cuyo nacimiento se conmemoran 300 años, ha estado constantemente vinculada al desarrollo de Marc Minkowski como director musical. Hasta tal punto que sus versiones y grabaciones de las partituras de este compositor se cuentan por referencias ineludibles. Ya dimos cuenta en las páginas de Codalario de su brillante recreación de este Orfeo de Euridice a su paso por el Auditorio Nacional de Madrid dentro de la programación del CNDM. Minkowski volvió a repetir en Bremen su brillante labor al frente de Les Musiciens du Louvre-Grenoble, hasta tal punto que cabría hablar de un enfoque verdaderamente canónico. Minkowski se ha declarado especialmente partidario de la versión original en italiano estrenada en Viena y denominada entonces azione teatrale. La mayor virtud de Minkowski reside en el enfoque, tan historicista y purista como teatral y vibrante.
Al frente de Les Musiciens du Louvre, destaca su batuta por el dinamismo, por la energía y brío, verdaderamente teatrales, con que desgrana esta música, sin perder de vista el momento exacto en que acentuar el contraste y buscar el lirismo y el recogimiento. Minkowski sabe perfectamente dibujar con delicadeza el acompañamiento de los diversas páginas solistas. Sirva como ejemplo de su logrado enfoque la idéntica soltura con que enfatiza el vigor de la escena de las Furias y el sutil pizzicato cantabile que acompaña el “Gli sguardi trattieni”. Añade por último Minkowski un detalle que redobla el impacto musical y escénico de su desempeño, al rematar la interpretación con el tañer de una lira, de un arpa más específicamente, situada al fondo del escenario, en alto.
El trabajo de Ivan Alexandre, a quien conocíamos ya por un excepcional Hippolyte et Aricie de Rameau visto en el Palais Garnier de París, osciló entre lo brillante y lo desnortado. Su enfoque sobre la obra tiene el esmero del trabajo detallado, con una mimada dirección de actores, pero queda algo cojo si atendemos a su labor global, con una escenografía (de Pierre-André Wietz, el escenógrafo habitual de Olivier Py) algo confusa, que intenta de algún modo generar la ya manida sensación de un teatro dentro del teatro mismo. La acción se desarrolla en dos alturas y a ambos lados se sitúan sendos murales de nichos, desde los que el coro interviene en la gran escena de las Furias.
El mayor acierto, por lo bien trabajado que está, no porque sea una idea novedosa y brillante, es la inclusión de un figurante haciendo las veces de la Muerte, caracterizado en cierto modo a imagen y semejanza de como comparecía también la muerte en El séptimo sello de Bergman. Está muy lograda también la escena en la que la sombra de Eurídice se proyecta sobre el escenario, con un Orfeo verdaderamente conmovido ante su desaparición. El final está muy bien resuelto por Alexandre, con un tono lúgubre pero enigmático, casi esperanzador. Al margen de esto, es brillante asimismo el modo en que el personaje de Amor aparece y desaparece, como una suerte de querubín andrógino, un punto pizpireto e irónico.
Ya en el apartado vocal, Bejun Mehta actuó bajo los efectos de una grave congestión que le tendría de hecho en cama los días siguientes. Su actuación tuvo más fortuna desde un punto de vista formal que por la pura realización del sonido que logró, seguramente lastrado por la citada afección. Dicho de otra manera: brilló más por el acento, por la línea y el recitar cantando que por la plenitud de su resolución técnica, un tanto penalizada en el ascenso al agudo y en la realización de los pasajes más ágiles y temperamentales. Es desde luego en las páginas más melancólicas y lamentosas donde encontró más fortuna su interpretación. No fue en conjunto un Orfeo memorable pero cabe aplaudir desde luego su esmerada recreación y sobre todo su entrega en mermadas condiciones de salud.
Chiara Skerath fue una completa solista para la parte de de Euridice. Bien resuelta en escena y con una emisión limpia y resuelta. Notable trabajo también de la joven soprano portuguesa Ana Quintans en la breve parte de Amor. Y una nota elogiosa, por último, sin la menor duda, para la estupenda labor del Coro de Cámara del Palau de la Música de Barcelona.
Fotos: ISM Matthias Baus y SN/APA
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