Se presentaba en Madrid la London Philharmonic Orchestra con un director al frente distinto del previsto inicialmente y sin aviso del organizador. El afamado y joven estrella de la Deutsche Grammophon, el canadiense Yannick Nézet-Séguin, fue sustituido por desgracia, tal y como salieron las cosas, por el también joven Mikhail Agrest, protegido de Valery Gergiev.
En la primera parte del programa se contó con Simon Trpceski como solista. El macedonio consiguió que un concierto técnicamente endiablado como es el Tercero de Rachmaninov sonara limpio, nítido, incluso frágil por momentos; demostrando no sólo un virtuosismo impecable sino también un gran sentido del fraseo y la acentuación. Si bien comenzó otorgando un sonido un tanto plano, Trpceski encontró pronto su sitio, demostrando sus tablas, más dúctiles que las de un Matsuev que hace relativamente poco tiempo interpretó un Segundo del mismo compositor mucho más mecánico, sin la humanidad del macedonio. Muy aplaudido, Trpceski regaló un breve cuento de Khachaturian, una sencilla pieza en la que el solista realizó una demostración más de sensibilidad, como si no hubiera sido suficiente con lo que se acababa de escuchar.
Ya desde el comienzo de la noche y de forma progresiva se fue haciendo evidente la falta de entendimiento entre orquesta y director, como cuando, citando algún ejemplo, pudieron notarse las entradas a destiempo de las trompas, en el final del primer movimiento del concierto que ocupó la primera parte.
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