Miguel Ángel Gómez Martínez es uno de los directores de orquesta españoles más respetados, dentro y fuera de nuestras fronteras. Desde el pasado 27 de febrero y hasta el 2 de marzo se puso al frente de la Oviedo Filarmonía para dirigir “El Juramento” de Gaztambide que ha servido para inaugurar el Festival de Zarzuela de Oviedo. Gómez-Martínez habla para CODALARIO de su trayectoria y de la puesta en marcha de la fundación que lleva su nombre.
Usted es uno de los directores que más fuerte está apostando en los últimos años por la zarzuela. ¿Ha podido ver el estreno deL Curro Vargas de Chapí en el Teatro de la Zarzuela?
No he podido asistir a ninguna función, pero creo que estamos ante una obra de gran interés, que además yo conocí por primera vez de la mano de mi admirado Francisco Calés Otero, uno de mis primeros profesores de composición, antes de mis estudios en Viena.
¿Encuentra tiempo para hacer su obra como compositor?
Escribo siempre que puedo, en las circunstancias que se me presentan. A veces incluso mientras viajo en avión. Aprovecho cualquier momento, porque el trabajo de un director de orquesta es muy exigente. El aspecto positivo es que compongo muy rápido. Cuando tengo la obra pensada y estructurada en la mente, el proceso de escritura no me supone excesivo tiempo. El Concierto para violín y orquesta que tengo previsto estrenar en 2016 con la violinista Silvia Marcovici lo escribí en un mes y el Concierto para piano y orquesta que estrenaré el próximo mes de junio en Palma de Mallorca con el pianista Leonel Morales, en 15 días.
¿Suele encontrarse con sorpresas cuando ve sus obras interpretadas por primera vez?
La verdad es que no. Suenan tal y como las imagino. Se puede decir que soy un compositor bastante consecuente en ese sentido. Puede que tenga algo que ver el hecho de que nunca compongo al piano, o con ayuda de otro instrumento. No lo necesito. Escribo directamente, incluidas las particelle de cada instrumento. Me preocupa mucho que los detalles de las partituras estén correctamente escritos, y que los músicos puedan tocar exactamente lo que he compuesto.
¿Por qué cree que la zarzuela tiene tantos enemigos? Incluso en el siglo XIX había grandes compositores que decían que consideraban que lad zarzuelas no eran demasiado interesantes.
Es que cuando Stravinsky estrenó su Consagración de la primavera, muchos compositores importantes consideraron que estaban ante una obra de escasa calidad. Y no era cierto. La zarzuela ha dejado grandes momentos para la historia de la música española. Se trata, en mi opinión, de un género un tanto sui géneris, en el sentido de que no es sencillo definirlo concretamente, ni compararlo con sus hermanas europeas, como la opereta austríaca o la francesa. Son géneros que no resultan sencillos de encasillar. Yo mismo tuve un día la tentación de considerar la música de Poulenc simplemente correcta. Había interpretado su Concierto para órgano y cuando Ramón Almazán, del Palau de la Música de Valencia, me sugirió dirigir Diálogos de Carmelitas, le respondí que no me parecía una ópera excesivamente “estimulante”. “Te conozco y sé que en cuanto leas la partitura cambiarás de idea”, me dijo. Y efectivamente, desde el cuarto compás ya constaté que estaba ante un trabajo de gran nivel musical, pleno en detalles y sutilezas de interés. La explicación de que no tuviera muy buena opinión es que había oído varias versiones musicales que no estaban bien dirigidas, sin conocer aún la partitura, que me reveló la realidad compositiva de la obra. Más tarde, después de haberla dirigido yo, escuché una versión dirigida por Riccardo Muti y me pareció mejor a otras anteriormente escuchadas. Me sucedió algo parecido con el Intermezzo de Manon Lescaut de Puccini. No tenía la partitura, así que la escuché en disco y me pareció un aburrimiento. Qué grave error. La "descubrí" más tarde al acceder a la partitura de la obra. Por eso, siempre, necesito acceder a la obra de forma directa, a través de su partitura, pues es la única fórmula real de obtener un criterio cierto sobre una obra musical.
Mucha gente todavía discute que la calidad de una interpretación musical sea objetiva. Hay relativismos que hacen tanto daño...
Efectivamente, la calidad es objetiva. Es un tema del que hablaba durante horas con Hans Swarowsky, mi profesor durante mis estudios en la Universidad de Música de Viena, un hombre admirable que, cuando hablaba, daba muestras de una cultura enorme en todos los ámbitos de conocimiento. Incluso al hablar de un tema como la historia de España, sus conocimientos eran mucho más profundos que los que podíamos tener varios españoles a la vez. Hay que tener presente que en Austria consideran a los españoles como de la familia, además de cómo una referencia a la “elegancia” y el “buen gusto”. Los Habsburgo ejercieron una gran influencia en Austria trasladando costumbres y usos de nuestro país, algo que hoy día incluso se manifiesta en el hecho de colocar los cubiertos en la mesa: “a la española”.
¿Por qué dirigirlo todo de memoria?
Para mí es una suerte poder hacerlo. No hago nada para que sea así. Simplemente he nacido con esa cualidad, que asumo con naturalidad. Dirigir de memoria me da la ventaja de poder comunicarme con los músicos de la orquesta de manera más directa.
¿No es peligroso cuando se trata de acompañar a un solista?
En absoluto, y puedo decirle que ya he vivido algunas circunstancias en las que cantantes o solistas se “perdieron”; pero siempre he resuelto la situación con fluidez. Recuerdo que una cantante, que tenía que interpretar el papel de Leonora de “el Trovador” en la Ópera de Munich, se equivocó de compás. De inmediato me dirigí a la orquesta: “Saltamos con ella a la cifra 27”. Sólo tuve que recordar el número donde ella había empezado a cantar, que suele revelárseme en el momento con la misma facilidad que el discurso musical. La verdad es que no recuerdo haber pasado ningún apuro en este sentido. La partitura la tengo interiorizada, así que la veo con toda claridad.
Hábleme de su paso por la Ópera de Viena.
Fui, en mi juventud, uno de los directores estables de la Ópera de Viena durante 6 años. Llegué al puesto, cuando estaba recién titulado en Viena, por medio del intendente de la Ópera de Berlín, donde dirigía entonces. Cuando le trasladaron a Viena puso como condición que me contratasen. Hice mi debut en la temporada 1976-77, nada menos que inaugurando la temporada con el Don Carlo de Verdi. Antes de llegar a Viena, algunos me decían que tuviera cuidado con la orquesta, que como todo aficionado sabe, está formada por los músicos de la famosa Filarmónica de Viena, pero en mi caso todo fue bien, a pesar de que solo tuve un ensayo. Caí bien a la orquesta y creo que fue importante también mi sentido del humor. Un intendente de un determinado teatro me dijo un día que yo era “un terrorista de la simpatía”. En mi opinión, es importante que los músicos estén cómodos con un director si se quiere que den lo mejor de sí mismos. No creo en que tenerles aterrorizados sea positivo. Conservar la armonía y el “buen ambiente" no está reñido con el rigor y la corrección en el trabajo conjunto del director y los músicos de la orquesta.
Me recuerda a Giuseppe Patané
Patané era un auténtico fenómeno. Recuerdo que siempre que dirigía en la ciudad en que yo también me encontrase, me invitaba a sus funciones, e incluso conversaba conmigo sobre la obra en las pausas, en pleno concierto. Si no recuerdo mal, era capaz de dirigir unas 173 obras de memoria.
¿Qué directores del pasado admira?
Para mí fue muy importante ver de cerca el trabajo de Ataúlfo Argenta. Yo era muy pequeño, tendría unos 3 años, y mis padres, que no querían que me dedicase a la música a pesar de que mi madre era pianista y mi padre trompetista, paseaban un día conmigo por la Alhambra cuando del Palacio de Carlos V surgió el sonido de una orquesta. Era Argenta, que estaba ensayando. A partir de entonces pedí a mis padres que me llevasen a todos los ensayos. No podría decir cómo era Argenta desde el punto de vista técnico, porque yo era casi un bebé, pero su figura me inspiró y tuve muy claro desde entonces, que deseaba dirigir orquestas por encima de cualquier otra aspiración. También admiro el trabajo de Richard Strauss como director. Hay gente que critica su técnica, porque da la impresión de no hacer mucho cuando dirige. En realidad, realizaba todo el trabajo en los ensayos, durante los que era muy duro con la orquesta.
Hay quien le reprocha su pasado nazi
Me parece injusto, porque en realidad él aceptó el puesto de presidente de la Cámara de Música del Reich para intentar salvar a todos los judíos que pudiese. Mi maestro y después amigo de la Universidad de Viena, Hans Swarowsky, me lo contó, porque él fue uno de los judíos que salvó. Estaba en la lista negra e iban a matarle, pero Strauss le salvó la vida como a tantos otros.
¿En qué estado se encuentra la Fundación Internacional Gómez Martínez?
Es un proyecto muy personal que estoy poniendo en marcha con el apoyo de mi esposa, Alessandra Ruiz-Zúñiga Macías. La intención es aprovechar la gran cantidad de material musical que poseo y mis condiciones pedagógicas para crear una institución importante a nivel internacional. Proyectamos crear un Premio Internacional de Dirección de Orquesta, y de Composición, un Archivo, un Centro de Investigación Musical, entre otros muchos Programas, así como que la Fundación sea el vehículo que facilite la enseñanza de Dirección Orquestal, de forma seria y rigurosa, a jóvenes de talento. Me parece importante dar salida también a mis cualidades pedagógicas porque, aunque nunca he sido profesor de nadie de manera oficial, he ayudado siempre a quien me lo ha pedido. Creo que tengo que aportar en el campo de la enseñanza, también como testigo directo de la importante técnica Swarovsky, pero desarrollando la enseñanza de forma seria y rigurosa, mediante programaciones que incluyan los conceptos, técnicas, ratios y calendarios que hagan posible la enseñanza en las mejores condiciones de excelencia. Es curioso que he llegado a ver curriculum de directores de orquesta en que se me cita como profesor, y eso aún no es correcto que se exprese. Eso me recuerda algunas anécdotas divertidas en este sentido, como la relacionada con el gran violinista David Oistrakh. Un día de invierno, paseando, dio una limosna a un violinista en la calle, aconsejándole para que se comprase unos guantes de los que abrigan las manos pero que permiten tener los dedos libres para tocar. El violinista callejero se los compró y, al día siguiente, ya había expuesto un cartel que rezaba: “Discípulo de David Oistrakh”.
Fotografía: Web de Miguel Ángel Gómez-Martínez
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