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Crítica: «La pasajera» de Weinberg en la Ópera Estatal de Baviera dirigida por Vladimir Jurowski

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Autor: Raúl Chamorro Mena
16 de julio de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera La pasajera de Mieczylasw Weinberg en la Ópera Estatal de Baviera, bajo la dirección musical de Vladimir Jurowski

«La pasajera» de Weinberg en la Ópera Estatal de Baviera

      La pasajera sin Auschwitz

Por Raúl Chamorro Mena
Munich, 13-VII-2024, Ópera Estatal de Baviera - Teatro Nacional de Munich. Die Passagierin - La pasajera (Mieczylasw Weinberg). Sophie Koch (Lisa), Sibylle María Dordel (Lisa anciana), Elena Tsallagova (Marta),  Charles Workman (Walter), Jacques Imbrailo (Tadeusz),  Larisa Diadkova (Bronka), Lotte Betts-Dean (Vlasta), Daría Proscek (Krystina), Evgenya Sotnikova (Ivette), Noa Beinart (Hanna). Orquesta y coro de la Ópera estatal de Baviera. Dirección musical: Vladimir Jurowski. Dirección de escena: Tobías Kratzer.

   Dos funciones consecutivas en una casa de ópera tan importante como la Estatal de Baviera en Munich, en que por imposición de la puesta en escena se mutila parte de la música de las óperas representadas. Cosas de la ópera actual y todo ello con el sorprendente consentimiento de los directores musicales.

   Cómo sucedía en la Pique Dame del día anterior, en esta puesta en escena de La pasajera se siente el afán por cercenar todo lo que «huela» a ruso o soviético. Por tanto, Tobias Kratzer, con el asentimiento de Vladimir Jurowski, suprime el personaje de Katja y la bella música que canta. Concesión o no de Weinberg en su vano intento de que las autoridades soviéticas permitieran el estreno de su ópera, forma parte de la obra y es música de calidad. De hecho, parece que al director de escena le sobran más personajes, pues hace cantar fuera de escena a muchos de ellos. Lo cierto es que la representación duró unos 20 minutos menos que la del Teatro Real de Madrid con la referencial puesta en escena de David Pountney, gran valedor de la recuperación de la ópera.

   Mieczylasw Weinberg (Varsovia 1919-Moscú 1996), judío polaco, escapado de un campo de concentración nazi, en el que pereció su familia y refugiado en la Unión soviética bajo el amparo de Shostakovich, se consagró a la composición - su catálogo de obras es ingente- ante una vida angustiada en la que padeció las tiranías terribles de Hitler y Stalin.

   Su ópera La pasajera data de 1968, aunque no sé estrenó escénicamente hasta 2010 en el Festival de Bregenz, y goza de la autenticidad que le confiere, que, tanto el compositor como Zofia Posmysz, autora de la novela en qué se basa el libreto de Alexander Medvedev, estuvieron recluidos en campos de concentración. Pues bien, la producción de Tobías Kratzer suprime cualquier presencia en escena del complejo de Auschwitz-Birkenau y toda la trama ocurre dentro del crucero en el que una despreocupada y dichosa Lisa, ex oficial de las SS en el citado campo de exterminio, viaja hacia Brasil con su marido Walter, que va a tomar posesión de un alto cargo diplomático. En el primer acto la atractiva escenografía de Rainer Sellmaier expone diversas filas de balcones de los camarotes de lujo de la embarcación, entre ellos el de Walter y una doble Lisa, la de 1959 que marca el libreto y la actual, ya muy anciana, que porta una urna con las cenizas de su esposo ya fallecido y en cuya mente parece transcurrir toda la trama, pues la evoca en un último viaje en que se supone lleva las cenizas de Walter a Brasil.

   De tal forma, la mente de Lisa revive la visión de una pasajera que le recuerda a Marta, una interna de Auschwitz con la que tuvo una particular relación en el campo y que cree muerta. Lisa, alterada, suma al tormento de los recuerdos y el remordimiento, el reproche de Walter, no por cuestiones morales, si no por el temor a perder su carrera política, si trasciende que su mujer fue una oficial de las SS en Auschwitz. El decorado permite ver el interior del camarote de la pareja, con la presencia constante de la Lisa anciana, que, sin poder superar las tribulaciones de su conciencia, se arroja por la borda. Todas las intervenciones de las internas de Auschwitz se producen en la propia embarcación como producto de la mente de Lisa. En fin, lo que había arrancado con una escenografía vistosa, una idea en principio interesante y una hábil dirección de actores, que entronca bien con el sustrato cinematográfico de la obra, termina por no desarrollarse apropiadamente y pone de manifiesto, que la presencia del campo de exterminio, con toda su crudeza, infamia y crueldad demente y al que renuncia Kratzer, es esencial en esta ópera. Por tanto, el acto segundo, que transcurre en el gran comedor del crucero, languidece, pues se pierde la atmósfera opresiva, amenazante, sórdida y vesánica.

   Los tremendos sucesos no pueden tener la misma fuerza en un comedor de crucero lujoso. De hecho, parece que al director de escena le sobra la mitad de este capítulo, pues cercena música y personajes completos como Katja. La fuerza emotiva y dramática decaen, y una escena como la que Tadeusz es obligado a tocar para el comandante de campo su vals favorito y opta, desafiante, por interpretar a Bach, gloria alemana - y universal- de la música, con la consecuencia de ser apaleado por los oficiales del campo y conducido al barracón de la muerte, pierde gran parte de su impacto dramático, cuando se trata del capitán del barco y la tripulación. Asimismo, en este montaje el personaje de Marta queda totalmente diluído. La producción no logra redimirse a pesar de la eficacia del final con el canto de Marta y su mensaje de jamás olvidar, sobre la proyección del mar infinito.

   Musicalmente la función adquirió altas cotas de excelencia, por la magnífica dirección del titular de la casa Vladimir Jurowski. Con su gran técnica, gesto tan claro, como elegante y preciso, el músico ruso obtuvo un espléndido sonido de la orquesta y contrastó el lirismo de muchos pasajes con los más rítmicos y las sonoridades más aguerridas. Jurowski puso de relieve la variedad, colorido y calidades de la espléndida orquestación de Weinberg. Eso sí, en la línea de la puesta en escena, se echaron en falta mayores puntas de emoción y, desde luego, no puedo pasar por alto que Jurowski, como máximo responsable musical, al igual que en Guerra y paz de Prokofiev del pasado año, que reseñé en Codalario, ha vuelto a permitir la amputación de parte de la música de la ópera, lo cual me parece inadmisible.

   Sophie Koch no destaca por un material vocal de especiales belleza y calidad, pero sí bien emitido y un canto de musicalidad irreprochable. En lo interpretativo, la Koch puso en juego su capacidad actoral y caracterizadora en una Lisa angustiada, torturada, atemorizada y, por tanto, indudablemente humana. Por su parte, la actriz Sibylle María Dordel encarnó de forma creíble a la Lisa anciana que se arroja al mar incapaz de soportar el peso de su conciencia torturada. El veterano tenor Charles Workman mantiene aún sana su voz de siempre, de limitadas calidades, pero su canto parece haber adquirido cierto interés en cuanto a acentos y compuso un Walker bien perfilado y sólido dramáticamente. La soprano Elena Tsallagova no destaca ni por singularidad y riqueza timbrica, ni por la clase de su canto, correcto, sin más, pero apechugó dignamente con una Marta devaluada en el ámbito de esta producción, además de acceder al desnudo de torso que prescribe el montaje. Templado canto, timbre de barítono lírico bien emitido, junto con implicación dramática los ofrecidos por el sudafricano Jacques Imbrailo como Tadeusz. Entre los secundarios, destacar a la muy veterana mezzo Larissa Diadkova, de timbre muy desgastado, pero que aún conserva un registro grave con empaque y sonoridad.

Foto: W. Hoesl

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