Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 8-I-2020. Temporada de la OSCyL: Ciclo Invierno. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Mi madre oca de Ravel, Concierto para flauta y orquesta de Ibert y Sinfonía en do mayor de Bizet. Clara Andrada, flauta solista. Michel Plasson, director.
Se inauguró el ciclo Invierno de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León con un concierto que se fundamentó en la relación entre orquesta y director, y en la intervención de la flautista Clara Andrada.
En la dirección de Michel Plasson los rasgos que imperaron no fueron sus indicaciones en cuanto a pulso, a ritmo, o en señalar minuciosamente las entradas, sin que esto quiera decir que tales cosas no se dieran. Lo significativo se cimentó en la complicidad entre director y orquesta; como si se hubiera producido una comunión especial ante lo que Plasson representa. No en vano, tras su longeva carrera musical, es uno de los máximos garantes del repertorio francés.
El director galo trasladaba sus conceptos de las obras, y la orquesta las recibía para, en una suerte de intercomunicación e implicación, transmitirlos. Algo que se produjo de inmediato desde los primeros pasajes de Mi madre oca, obra en la que partiendo de una economía de medios, se consiguió crear una atmósfera sugestiva ideal. Y mientras eran relevantes las intervenciones de los solistas, estas no iban en detrimento del conjunto orquestal. Y así salió a relucir un universo de colores fantástico y delicado. Las relaciones entre los distintos instrumentos propiciarían ese ambiente, ya fuera provocado por la gravedad del contrafagot, el sonido de celesta y arpa, el violín de sonidos aflautados -la concertino demostró sus capacidades para el puesto- o en el vals que introduce el clarinete, hasta la apoteosis que con marcado sentido poético iniciaron los violines. Una versión de la obra de Ravel más en función de lo que se sugiere que de lo que se remarca.
Esa relación entre director y orquesta le hizo un hueco a Clara Andrada en el Concierto para flauta de Ibert. La solista se erigió, con la aquiescencia del director, en el puntal de la obra, volcándose tanto en las partes contrastantes como en los diálogos. Conjugó de manera brillante una armonía que combina pasajes de un lenguaje personal con otros marcadamente tonales. A destacar también la peculiar agitación que marcó el último movimiento, en el que Andrada hizo una demostración de dominio de la técnica y del sonido al servicio de la música. Andrada se empeñó con éxito en la búsqueda de una variedad notable de armónicos, algo que hizo durante toda la interpretación de la obra. Fuera de programa la solista interpretó La pastora cautiva de las Tres piezas para flauta de Pierre-Octave Ferroud.
Con Bizet y su Sinfonía en do mayor la melodía se hizo la dueña. Y no faltó en ningún momento alcanzando su culmen cuando llegó el tema del oboe, tan bien tocado por Sebastián Gimeno. Todo rebosaba ese sentido de la melodía, en los solos de flauta y clarinete, en los contrastes producidos por las trompas, o en la vuelta del oboe ante una estructura orquestal enriquecida. Y la vivacidad de la música llegaría a su cénit con el carácter envolvente propiciado por la cuerda y la intervención de los vientos. Todos, ante la dirección de Plasson, se encargaron de que esa melodía fluyera de manera constante, incluidos los momentos que la preparaban, para que resultara una embaucadora que se había colado de manera sensible en la última obra del programa.
La orquesta reconoció la labor del director y éste la de la orquesta con la interpretación del Adagietto de la Suite nº1 de L´Arlesianna de Bizet. La OSCyL concedía, así, una obra fuera de programa, algo totalmente inhabitual en los conciertos de temporada, colofón propio de un concierto diferente.
Foto: OSCyL
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