Sílvia Pujalte
Madrid. 2/11/2015. Teatro de la Zarzuela. XXII Ciclo de Lied. Miah Persson (soprano), Florian Boesch (barítono) y Malcolm Martineau (piano). Obras de Robert Schumann.
Robert Schumann escribe sus lieder únicamente en momentos de su vida en que los necesita como forma de expresión. La primera de esas épocas es el celebrado 1840, cuando compone más de la mitad de su producción, entre ellos sus ciclos más cantados (“¡Oh, qué dicha escribir canciones, y yo lo he desatendido todos estos años!”); ese año Schumann libra su última batalla, una durísima batalla legal, antes de conseguir casarse con Clara. La segunda etapa no comenzará hasta 1849, coincidiendo con la revolución de Dresde (“Las tormentas hacen que el hombre vuelva a si mismo, y yo he encontrado en el trabajo un consuelo para los terribles sucesos exteriores.” ) y seguirá, de manera irregular, hasta 1852, cuando el declive de su salud hace que le sea imposible seguir componiendo. El recital del pasado lunes en el Teatro de la Zarzuela proponía un interesantísimo programa que recorría los lieder de Schumann a lo largo de estas dos etapas; tan interesante como el programa eran los intérpretes: la soprano Miah Persson (que debutaba en los Ciclos de Lied), el barítono Florian Boesch y el pianista Malcolm Martineau, y una buena prueba del éxito de la propuesta fue que pese a lo extenso del programa el tiempo pasó volando.
La primera parte estuvo centrada en 1840 pero comenzó con dos de los escasos lieder que Schumann compuso anteriormente, entre 1827 y 1828 e incluyó también dos lieder de 1842 (una época de felicidad para Robert y Clara) del único ciclo escrito entre los dos. A partir de ahí, ¿qué obras elegir para ilustrar el 1840? La solución estuvo bien equilibrada: un ciclo que (casi) siempre cantan mujeres, Frauenliebe und -leben, uno que (casi) siempre cantan hombres, los Kernerlieder, y uno que cantan indistintamente hombres y mujeres, el Liederkreis, op. 39. De este último ciclo cantó Florian Boesch Waldgespräch y Schöne Fremde y Miah Persson Mondnacht y Frühlingsnacht y con estas cuatro canciones se confirmó la primera impresión sobre ambos cantantes y su forma tan diferente de abordar el lied. Boesch decía hace unos días en una entrevista que él no canta, él habla; por supuesto que canta, y muy bien, pero con esta afirmación remarcaba que cuando interpreta, parte del texto. Efectivamente, sus relatos son claros y directos; contundentes, incluso. El bosque y sus misterios fueron narrados con detalle y entre ellos me quedo con el miedo y la fascinación que expresaron su "Du bist die Hexe Lorelei". Por su parte, Miah Persson se acerca al lied desde la música; no tiene los recursos expresivos de su compañero pero convence con su sinceridad, su calidez y su buen gusto. Se enfrentó al lied más difícil del ciclo, Mondnacht, y aunque su versión no fuera redonda (casi nunca lo es) hay que agradecerle su valentía; Boesch le musitó un ¡Brava! al cruzarse con ella camino del piano y realmente lo fue. Dos cantantes muy diferentes y un pianista para los dos... que sonó como dos pianistas. Martineau fue incisivo, con ataques rápidos y dinámicas contrastadas cuando acompañaba a Boesch, envolvente cuando acompañaba a Persson, arropándola en todo momento.
Persson y Martineau consiguieron con sólo tres canciones construir la atmósfera de Frauenliebe und -leben; el personaje que retrató la soprano con la primera canción del ciclo, Seit ich ihn gesehen, la quinta, Helft mir y la última, Nun hast du mir (es decir, el enamoramiento, la boda y el duelo), no fue una heroína sino una mujer muy real, creíble en su ilusión y sobre todo en su dolor, acompañada con delicadeza por Martineau. El mérito de dar una imagen tan nítida con apenas unos trazos quedó aún más resaltado tras los lieder con poemas de Kerner; en este caso Boesch y Martineau no consiguieron imprimir a Stille Tränen, el último de los tres interpretados, la profunda tristeza que alcanza cuando se canta el ciclo completo. La primera parte siguió adelante con algunas canciones más y acabó con una imponente interpretación de Belsatzar, entre el piano describiendo la borrachera del rey y sus hombres y el cantante narrando su final tras la blasfemia (Ich bin der König von Babylon!) hasta unos últimos versos estremecedores apenas susurrados.
La segunda parte comenzó con uno de los dúos del Spanisches Liederspiel que nos situaba en el año 1849 (en la primera parte ya habíamos escuchado un dúo de 1840) y tras una selección del Liederalbum für die Jugend interpretada con encanto por Miah Persson (¿y qué otra cosa se puede pedir a estas canciones?) pasamos al sombrío ciclo compuesto inmediatamente después, Lieder und Gesänge aus Wilhelm Meister, del que Boesch interpretó con sobriedad tres canciones del arpista. A partir de ahí nos movimos entre luces y sombras hasta entrar de pleno en la oscuridad y la muerte, el estupendo tramo final del recital.
De los Gedichte von Nikolaus Lenau und Requiem interpretó Miah Persson Die Sennin, siguió Boesch con una preciosa versión de la no menos preciosa Meine Rose y cerró Persson con una emotiva interpretación del Requiem en memoria de Lenau (que en realidad no había muerto todavía, pero el error nos regaló un gran lied). Siguieron tres perlas, Herzeleid, Abendlied y Warnung; Boesch ya había demostrado en la primera parte con Dein Angesicht, la única aproximación a Dichterliebe, y poco antes con Meine Rose, su dominio de la media voz y su capacidad de colorear pero en estas tres canciones, extrañas y ensimismadas, fraseó, matizó y dijo además minuciosamente, con acompañamiento igualmente minucioso de Martineau; fue una interpretación exquisita de ambos. Cerró el programa la soprano con una sentida interpretación de los dos últimos lieder del último ciclo de Schumann, Gedichte der Königin Maria Stuart, los sobrecogedores Abschied von der Welt y Gebet. Así completabamos el año 1852, el último año creativo del compositor, pero, tras treinta y siete canciones, cantantes y pianista aún tuvieron ánimo para un par más; dejamos de lado la oscuridad y volvimos a 1840 con dos lieder de Myrten que nos devolvieron la sonrisa a los labios: Die Lostosblume, cantado por Boesch, y Widmung, cantado por Persson.
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