Crítica de Aurelio M. Seco del libro Memorias de luz y niebla de Gregorio Marañón Bertrán de Lis
El canto del Cigarral
Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
En sus Memorias de luz y niebla, Gregorio Marañón Bertrán de Lis nos regala un relato precioso, imprescindible y apasionado, escrito por uno de los españoles más influyentes de los últimos 50 años en cuestiones económicas, políticas, culturales, musicales; unas Memorias escritas desde el silencio lujoso del Cigarral de Menores, con la perspectiva de Toledo de fondo, como un cuadro que no encierra un misterio.
En el libro, el autor se nos desnuda con fenomenal elocuencia y valiosa prosa, sencilla, vibrante y ágil, repleta de detalles que convierten su lectura en una estimulante travesía en la que nos vemos sorprendidos por su nivel de franqueza. Incluso en la parte estrictamente musical, titulada «Viaje al corazón de la ópera», Marañón se nos muestra como protagonista del relato y a la vez cronista imprescindible para comprender, por ejemplo, parte fundamental de lo que ha sido y es el Teatro Real. Los nombres glamurosos van desfilando por el libro con una fluidez pasmosa, mezclados con ideas y opiniones sobre todo y todos y, de fondo, una interesante perspectiva biográfica en la que destaca, casi en cada página, el espíritu del Cigarral, un espíritu enraizado en lo más importante del apellido Marañón, pero también reliquia fundamental de un relator que vive, lo decimos con sorpresa y admiración, conjugando Apolo con Dionisos.
No se ha entendido del todo a Gregorio Marañón Bertrán de Lis, hombre que merece, él lo sabe, entrar en la historia con nombre propio aunque su filosofía no sea sistemática ni su arte gestor, por decirlo así, haya recibido por aclamación la recompensa sociológica. Pesa mucho el apellido, diríamos que demasiado si se analiza el asunto con superficialidad. Pero no se pueden negar de ninguna forma las virtudes mediatas del autor, ni desechar su concepto de la amistad, que ronda como una cantilena profunda en cada línea. Sí es posible, desde luego, tener la sensación del hombre privilegiado por la cuna, pero sería un error pensar que los hallazgos gestores y artísticos de Gregorio Marañón Bertrán de Lis no le pertenecen. A decir de algunos, de su mano el Teatro Real se ha convertido en uno de los más importantes del presente, y es cierto. No es casualidad que esté en Madrid, ciudad apasionante y apasionada, modelo luminoso de hoy y lugar imprescindible en el que hay que estar. A pesar de todo, a veces nos sorprende la seguridad en sí mismo de este Aquiles de nuestro tiempo, vencedor en mil batallas que, sin embargo, fue a romperse el tendón en una prosaica cancha de pádel, lugar que ni por asomo puede compararse con estar a las puertas de Ilión, pero que dice mucho del presente en marcha: por ejemplo, el haber convertido, y hablamos en general, el arte de la guerra en una especie de «saber hacer» deportivo.
Marañón se quedó impactado por Maria Callas y tuvo amistad y contacto con nombres importantísimos del «mundo de la música». No siempre en el libro, ya lo hemos insinuado, hay grandeza filosófica, ni tampoco importa a un siglo XXI en el que Gregorio Marañón Bertrán de Lis se mueve como pez en el agua y con un éxito arrebatador, como mirando hacia Francia como lo haría un buen español o hacia España como un francés. La Música, estimado Gregorio, es concepto Universal pero confuso, equívoco, análogo y lisológico, y no todas las músicas, si es que se puede hablar así, valen lo mismo. La pregunta es la siguiente: ¿Todavía hay esperanza y lugar para el dandismo en la biografía de Marañón? Pero el dandismo tal y como lo encontraba Umbral, por ejemplo, en la desgracia esperanzada de Mariano José.
Viajando por la Provenza un verano, las cigarras estridulantes convirtieron mi viaje en un martirio de sonido etológico insoportable. De poco sirvieron las ingenuidades de quienes consideraban aquel horroroso ruido constante como un fenómeno de naturaleza romántica, como el canto inspirado de un macho para atraer a la hembra. Yo me convencí, sin embargo, de que aquel «canto» vibrante, irritante e imposible de detener, sin duda fue uno de los motivos que llevaron a Van Gogh a la locura. Pero es mejor que sigan cantando. Que cante la cigarra hasta que, por ley de vida, se tenga que callar.
Foto: Fernando Frade / Codalario
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