Por Alejandro Martínez
14/6/2014 Valencia: Palau de Les Arts. Verdi: La forza del destino. Liudmyla Monastyrska, Gregory Kunde, Simone Piazzola, Stephen Milling, Ekaterina Semenchuk, Valeriano Lanchas y otros. Zubin Mehta, dir. musical. Davide Livermore, dir. de escena.
El fin de semana del 14 y 15 de junio tenía un gran atractivo en el Palau de Les Arts. El clima se había calentado durante los días previos, al anunciar Zubin Mehta su decidida desvinculación con el coliseo valenciano, ante la falta de respaldos serios y estables para su financiación. Mehta, ovacionado en pie al iniciarse la representación, venía de dirigir un tour maratoniano de conciertos y representaciones durante todos y cada uno de los días previos. Su dirección aunque magnífica en un balance global, pecó, en todo caso, de unos tiempos por lo general morosos, dilatados en exceso, faltos de nervio y tensión teatral. Algo evidente sobre todo en los dúos entre Don Carlo de Vargas y Don Álvaro, caídos y un tanto arrastrados. Mucho mejor, desde luego, su labor en el acompañamiento lírico a las intervenciones de Leonora y muy solvente también su concertación de las escenas con el coro. Qué decir, en cualquier caso, de la impresionante prestación de la Orquesta Sinfónica de la Comunidad Valenciana. Bárbaro trabajo el suyo, lo mismo que en el caso del coro.
Gregory Kunde volvió a repetir la hazaña de sorprender con un nuevo debut verdiano, esta vez con el rol de Don Álvaro. Estamos ante una parte para un spinto neto, reclamando por igual pasajes con ímpetu y con lirismo. Es una parte extensa y exigente en el agudo que requiere también un centro y un grave solventes y firmes. Kunde ha sabido moldear su instrumento para que satisfaga sin demérito alguno estas exigencias e interpreta el rol como si lo hubiera hecho ya antes durante varios años. Junto a él brilló sobremanera también la ucraniana Liudmyla Monastyrska. Muchos aficionados españoles la han descubierto en vivo en estas representaciones de La forza del destino. Nosotros habíamos hablado ya de ella en estas páginas, al hilo de su Abigaille, su Amelia y su Lady Macbeth. Estamos sin duda ante una voz colosal, casi excesiva, epatante, un derroche de medios, bien domeñados además por una cantante sensible, a veces incisiva en demasía, pero capaz también de un lirismo contenido y auténtico. Su Leonora fue sobresaliente de principio a fin.
Simone Piazzola es un cantante esmerado, notable, sin alardes pero con oficio. Brindó un Don Carlos de Vargas respetable y con un brillante “Urna fatale”. La emisión y su expresividad admiten muchos matices, pero en conjunto rinde a un nivel más que digno. La mezzo Ekaterina Semenchuk, quien fuera una espléndida Azucena hace dos años en Valencia, lidió con fortuna aquí con la ingrata parte de Preziosilla, Stephen Milling no posee los medios ideales para la parte del Padre Guardiano. Mostró contundencia y severidad, sí, pero el lenguaje verdiano es por lo general ajeno a su timbre y a su emisión. Valeriano Lanchas fue un Melitone teatral, sí, aunque algo vociferante y tosco.
Las propuestas escénicas de Davide Livermore gozan de un consenso favorable que no terminamos de explicarnos. Ya gustó mucho su Otello del pasado año (cosa inexplicable para quien firma) y ha vuelto a gustar esta propuesta para La forza del destino. Se arguye a su favor, como virtud, la capacidad para generar una propuesta “vistosa”, con la dosis justa de “modernidad”, sin excesos ni trasgresiones y con un coste moderado. Desde nuestro punto de vista: una propuesta más bien corta de miras, que se queda en una mera acomodación estética. Inspirada, se decía, en “El gabinete del doctor Caligari” de Weine y en “Vértigo” de Hitchcok, recurría a un código cinematográfico a través del vestuario, un levísimo atrezzo y unas cuantas proyecciones. El resultado, aunque a veces vistoso, es desigual y epidérmico. Falta una dirección de actores más rica en intenciones y la escenografía palidece sobre todo en las escenas en el monasterio. En suma, una labor que convence más por sus fotogramas que por su narrativa.
Concluyamos esta crítica con una reflexión sobre el citado Palau de Les Arts. De alguna manera, estamos ante la mayor falla jamás puesta en pie en la Comunidad Valenciana. Una falla colosal, erigida en tiempos de bonanza y derroche y que hoy se encuentra en entredicho porque, en última instancia, y aunque les duela reconocerlo, fue un capricho de nuevos ricos. Sin paños calientes: la afición a la lírica en Valencia no era legendaria. Como no lo es en tantas ciudades medias españolas (de Zaragoza a Málaga pasando por Santander o Murcia) que bregan de tanto en tanto por tener una programación lírica estable. Es por supuesto muy legítimo y elogiable el esfuerzo por asentar un hábito y una cultura lírica en esos lugares, poco a poco, desde abajo y con paciencia. Pero lo cierto es que durante determinados años se impuso una política orientada a asentar la imagen pública de la región valenciana como una comunidad de vanguardia, desarrollo y con el correspondiente pedigrí cultural, a la grande, sin medias tintas ni proyectos a medio plazo. Traducido: de la noche a la mañana se pasó de no tener una temporada estable de ópera a tener un gigantesco edificio dedicado a tal menester, con los nombres señeros de Maazel y Mehta al frente. Un gran teatro, grandes batutas y mucho dinero para sufragar una gran orquesta y unos grandes repartos. El resultado fue inmediato: queda ahí registrado en DVD el testimonio de ese colosal Anillo con Mehta y La Fura dels Baus. Pero llegaron las vacas flacas y ahora es tiempo de lamentos, incluso de desgarro de vestiduras y golpes en el pecho. Andan revueltas las aguas fuera y dentro del Palau de Les Arts y su futuro es incierto: se debe concretar la figura de un director musical titular, la intendente Schmidt debe confirmar su continuidad y se precisa una financiación estable. Desde sus orígenes, la mayor parte de la financiación de Les Arts ha procedido de las arcas de la Comunidad Valenciana. La pregunta es clara, entonces: ¿por qué debería el Estado contribuir ahora a sostener un proyecto que se levantó de la noche a la mañana sin su contribución? ¿No les suena esto a esos hijos que avalaban su hipoteca con el piso de sus padres y que ahora se encuentran ante la tragedia del desahucio de sus progenitores? Me temo que es hora de pedir responsabilidad y sueños cabales. No puede continuarse de nuevo por una senda como la marcada durante estos años, hecha de grandilocuencias y gestos mayúsculos. Seguramente el coliseo valenciano merezca un mayor respaldo desde Madrid, pero no en mayor medida que ABAO, Oviedo, Sevilla o cuantos proyectos surjan “en provincias” con la misma aspiración. El futuro de Les Arts pasa por una reflexión hacia el interior, por un repliegue productivo. “¡Toma nota, Fabra!”, gritaron desde el público tras la monumental ovación recibida por Mehta, con el teatro en pie. Que tome nota, sí, pero tanto de lo que se ha hecho bien como de lo que se ha hecho menos bien. Con mucho dinero es fácil hacer grandes cosas. Helga Schmidt ha demostrado no obstante ser capaz de hacer grandes cosas asumiendo un presupuesto cada vez más mermado. El reto ahora es hacer ópera de calidad y de forma estable sin avanzar a golpe de talonario.
Foto: Tato Baeza / Palau de Les Arts
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