Artículo de F. Jaime Pantín sobre el gran pianista italiano Maurizio Pollini, recientemente fallecido
La esencial perfección de un pianista irrepetible
Por F. Jaime Pantín
La noticia del fallecimiento de Maurizio Pollini saltó de inmediato a las páginas de los periódicos ayer sábado, no sólo en la prensa especializada. Todo lo contrario de lo ocurrido hace una semana con otro gran pianista, el estadounidense Byron Janis, de cuya muerte pocos medios se han hecho eco.
Una larga carrera concertística, nunca interrumpida y que mantuvo hasta pocas semanas antes de su fallecimiento, su temprana exclusividad fonográfica con Deustche Grammophon, su mítica victoria en el Concurso Chopin de Varsovia de 1960- cuando aún los concursos internacionales tenían una importancia transcendental en el desarrollo de una carrera musical- una personalidad tan austera como fascinante para muchos, una técnica de primer orden que mantuvo indeleble durante décadas, sin asomo de exhibicionismo y que se basaba en el perfeccionismo más que en un virtuosismo que nunca pareció interesarle y unos ideales interpretativos que tenían su fundamento en el rigor constructivo, en el férreo control emocional y la fidelidad al texto le señalaron como paradigma del estilo moderno de interpretación pianística que logró imponerse en el último tercio del pasado siglo y le convirtieron en objeto de culto para varias generaciones que vieron en Pollini al pianista ideal.
Su repertorio era amplio, aunque no enciclopédico. Tocaba el Clave Bien Temperado de Bach con rigor beethoveniano, un Mozart transparente que soslayaba el preciosismo articulatorio, un Chopin viril y convincente que culminó con unos Estudios op. 10 y op. 25 de otra galaxia y que ya dominaba desde adolescente, un Schumann muy objetivo y controlado y un Brahms intensamente noble y poderoso. Su aportación a la música contemporánea fue excepcional y generosa en un pianista de su categoría. Nunca le interesó la música rusa del romanticismo pero sus lecturas de Prokofiev y Stravinsky son modélicas y muestran cómo es posible obtener la máxima fuerza rítmica sin asomo de percusividad, a través de un pianismo de contacto que él dominó como pocos.
Hasta el final mantuvo sus ideales, impermeable a los nuevos parámetros interpretativos que se han ido sucediendo, fiel a sí mismo y a su visión arquitectónica del hecho musical. Su profunda coherencia, honestidad y transparencia siguen impresionando y le han convertido en un clásico al que nunca dejaremos de escuchar.
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