Por Alejandro Martínez
03/07/2014 Londres: Royal Opera House. Richard Strauss: Ariadne aux Naxos. Karita Matila, Roberto Saccà, Jane Archibald, Ruxandra Donose, Thomas Allen, Markus Werba y otros. Antonio Pappano, dir. musical. Christof Loy, dir. de escena.
En ocasiones lo mejor que se puede decir de una representación es que todo ha estado en su sitio. Eso, viendo el vaso medio vacío, implicaría quizá un cierto tono funcionarial, como dando a entender que no ha habido nada memorable. Pero a veces, viendo el vaso medio lleno, tal afirmación implica que todo ha funcionado a la perfección, en un logrado equilibrio. Ese fue el caso de la Ariadne auf Naxos que nos ocupa, vista en el Covent Garden de Londres. Sin la menor duda, el eje que articuló aquí este equilibrio, esta sensación de labor coral bien engarzada, es la batuta de Antonio Pappano, especialmente requerido en estas semanas, en las que ha tenido que compaginar las funciones de Manon Lescaut con los ensayos de esta Ariadne. Pappano, a quien entrevistamos en estas páginas hace unas semanas, se ha asentado ya como un maestro de absoluta garantía, sea cual sea el repertorio que afronte. Podrá brillar más o menos, pero es incapaz de afrontar su trabajo sin seriedad y convencimiento. Ariadne aux Naxos fue precisamente la partitura con la que Pappano inauguró su faceta como director titular en el Covent Garden, hace ya 12 años. Al frente de este grupo casi camerístico, con apenas 40 músicos en el foso, Pappano ha demostrado ahora de nuevo su sensibilidad y su especial habilidad para hacer teatro con la música. Intachable respuesta, asimismo, de la orquesta titular del teatro, salvo por algún sonido fuera de lugar en los metales.
Karita Mattila nos permitió sacarnos en cierto modo la espinita clavada en el recuerdo que nos había dejado con su anterior Jenufa de Múnich. Si bien es evidente el desgaste progresivo del instrumento, mostró Mattila en esta ocasión mayor comodidad y firmeza en la emisión, especialmente en el centro y en el primer agudo, bien regulado y dúctil. Y ofreció sobre todo una acentuación y un fraseo de gran clase, de una teatralidad vivida y auténtica. No faltaron sonidos abiertos y caídos en el extremo agudo, pero en conjunto la clase y entrega de su encarnación de Ariadne superaron con mucho esas limitaciones.
Muy estimable trabajo de Ruxandra Donose con el papel del Compositor. Quizá los medios podrían tener otro empaque, quizá se echa de menos una mayor riqueza tímbrica, pero canta con entrega, con intención, con una teatralidad convincente, sin excesos ni carencias evidentes. Jane Archibald no posee un sobreagudo despampanant, que pueda parangonarse en el caso de Zerbinetta al derroche antaño de una Gruberova o de una Dessay. Pero es sin duda una cantante intachable y una actriz desenvuelta. Muy solvente Roberto Saccà, sacando adelante la comprometida y exigente parte de Bacco, un tanto ingrata si no se poseen unos medios que ganen solvencia, ímpetu y sonoridad en el agudo. No es un fino estilista y en su emisión hay sonidos de irregular factura, pero cumplió con su parte sin que quepa hacerle especial reproche. Del esmerado equipo de comprimarios destacaron el veterano Thomas Allen en la parte del maestro de música y el barítono Markus Werba como Harlequin.
En escena se reponía la producción de Christof Loy, ya vista en el Covent hace doce años, como ya indicábamos arriba, y también ofrecida en el Teatro Real allá por 2006. Lo cierto es que, sin ser la quintaesencia, es un trabajo inteligente y resuelve con agilidad y una bienvenida comicidad todo el prólogo, logrando después recrear también el acto único propiamente dicho con la dosis justa de poesía. Loy consigue también engarzar ambos cuadros con bastante naturalidad, al tiempo que ofrece una caracterización decidida y bien lograda de todos los personajes. Un buen trabajo, en suma.
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