Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional.16-III-2018. Temporada de abono de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE). Rachel Nicholls, soprano; Anna Stéphany, mezzosoprano; James Gilchrist, tenor; David Soar, bajo. Director musical, Masaaki Suzuki. Elías, op. 70 de FelixMendelssohn
Revelador, efusivo e intenso son tres calificativos que podemos aplicar al debut con la OCNE del veterano director japonés Masaaki Suzuki. Al mirar hacia atrás, a sus cerca de 64 años, puede estar orgulloso de lo que ha conseguido. Cuando en 1990 fundó el Bach Collegium Japan pocos podían/podíamos prever hasta donde iba a llegar. El sello BIS fue quien le dio la alternativa, y desde entonces, fue desgranando paso a paso, disco a disco, concierto a concierto, la totalidad de las Cantatas de Juan Sebastian Bach –no olvidemos que el compositor de Eisenach fue casi un desconocido en su época, y que solo fue elevado a los altares musicales tras su redescubrimiento por parte de Felix Mendelsshon en 1830–, junto a sus Misas, sus Pasiones y el resto de sus obras corales. El alto nivel general de dichas grabaciones venidas del extremo oriente cautivó a un público ávido de novedades en un repertorio que en su mayor parte se circunscribía a conjuntos centroeuropeos.
Reconozco que no las tenía todas conmigo antes del concierto, porque no es la primera vez que maestros expertos en el repertorio barroco, naufragan cuando dan el salto al siglo XIX. El Sr. Suzuki ha dirigido a compositores como Mahler, Bartok o Stravisnky, pero con resultados dispares. Sin embargo, en esta ocasiones la partitura que subía a los atriles era el Elías de Mendelssohn, probablemente el mayor éxito que tuvo en vida el compositor hamburgués. La obra bebe directamente de las fuentes del oratorio barroco, Bach y Haendel incluidos. Tiene un innegable contenido dramático, y a lo largo de la introducción, la obertura y cuarenta números nos cuenta varios episodios de la vida del profeta Elías.
El Sr. Suzuki dispuso la orquesta de manera casi simétrica. Trajo al frente a primeros y segundos violines –izquierda y derecha respectivamente–, las violas junto a éstos y los violonchelos en el centro, con los contrabajos en la parte superior izquierda. Las maderas se situaron como siempre arriba en el centro, y los metales a izquierda –trompas– y derecha –el resto– de éstas. Con ello, tuvo espacio suficiente para bajar el Coro al escenario, consiguiendo así un conjunto mucho más unido.
Mis recelos iniciales no se disiparon desde el principio, ya que tras la introducción y la obertura, los dos primeros corales y el aria inicial de Abadías llegaron con cierta confusión, sin que los planos sonoros quedaran bien expuestos. Afortunadamente, no pasó de ahí. Tras la primera escena de los ángeles, y el dueto de Elías y la Viuda, la construcción que el Sr. Suzuki hizo del coral de los bienaventurados “Wohldem, der den Herrn” estuvo ya a la altura, y la interpretación empezó a coger vuelo, con escenas de gran lirismo. El Sr. Suzuki buscó y podemos decir que encontró una tercera vía, lejos por un lado de las versiones austeras excesivamente barrocas, y lejos por otro de las recargadas versiones hiperrománticas de antaño.
Tras el mencionado “problema inicial”, la orquesta respondió de maravilla a los planteamientos del director japonés. No hubo la brillantez sonora de otras noches, pero ni la obra lo demanda, ni tampoco lo buscó Suzuki, que optó por el recogimiento y la belleza en la propia música. El discurso musical del japonés fue de una naturalidad pasmosa. No se olvidó tampoco de crear tensiones y ahí el Coro Nacional tuvo mucho que decir, manteniendo el nivel de excelencia a que nos tiene acostumbrados en esta temporada, aunque en conjunto destacaron algo más las voces masculinas que las femeninas. Hubo momentos de gran carga emotiva como el coral final de la primera parte “Dankseidir, Gott, du tränkest das durst'geLand! - ¡Alabado sea Dios! Él refresca la tierra reseca”, y otros de arrebatadora belleza como el “Siehe, der Hüter Israels schläft noch - Mirad, el que guarda a Israel no duerme”, que nos anticipa sonoridades propias del Réquiem de Gabriel Fauré.
Ninguno de los cuatro solistas, salvo el bajo David Soar, impresionó por sus medios vocales, pero en general, fueron bastante idiomáticos, y apropiados para sus respectivos papeles. David Soar fue un Elías persuasivo y contundente. Su voz de barítono-bajo, muy bien emitida y proyectada, así como sus dotes dramáticas estuvieron a la altura del papel protagonista. La soprano Rachel Nicholls y la mezzo Anna Stéphany sortearon sus papeles –mujer, viuda, reina, y alguno de los ángeles– con solvencia aunque con poca brillantez. Por su parte el tenor James Gilchrist fue un Abdías y un Acab correcto. Destacaron también los seis miembros del Coro Nacional –las sopranos Margarita Rodríguez y Francesca Calero, las contraltos Negar Mehravaran y Manuela Mesa, el tenor Luis Izquierdo y el bajo Manuel Torrado –que se repartieron las tres apariciones de ángeles y serafines. Igualmente cumplió con solvencia el niño José Antonio Martín, miembro de la Escolanía del Monasterio de El Escorial.
El público respondió con entusiasmo, tras las más de dos horas y media de duración –que se pasaron en un santiamén– y aplaudió con especial insistencia al Coro y al Sr. Suzuki, a quien tras este ejemplar concierto, esperamos ver de nuevo al frente de la OCNE.
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