Crítica de F. Jaime Pantín del recital del pianista Martín García García en el Festival de La Rioja
Brillante e intenso recital
Por F. Jaime Pantín
Teatro Doga, Nájera. 14-V-2023. Festival de La Rioja. Martín García García, piano. Obras de Liszt y Schumann
El pasado domingo se celebró el concierto de clausura del segundo Festival de La Rioja que dirige el guitarrista Pablo Sainz-Villegas, festival que apuesta de manera decidida por los músicos españoles y más aún por los jóvenes talentos, por lo que no sorprende que el artista elegido haya sido el joven y brillante pianista Martín García García, reciente ganador de la Competición Internacional de Cleveland y premiado con el tercer premio en el XVIII Concurso Internacional Chopin de Varsovia, auténtico hito al que hasta ahora ningún otro pianista español se ha acercado. El programa contenía tan solo dos obras: la Sonata en si menor de Franz Liszt y los Estudios sinfónicos op. 13 de Robert Schumann, dos de los monumentos del repertorio pianístico romántico y obras de la máxima dificultad, tanto en el plano técnico como interpretativo, que el pianista asturiano aborda con absoluta solvencia instrumental, rigor intelectual, fantasía, entrega absoluta y despliegue pasional de alta intensidad que el público presente reconoció, aún con timidez probablemente motivada por la densidad abrumadora de la música escuchada.
La Sonata en si menor es la obra para piano más extensa de su autor y sin duda la más elaborada y ambiciosa en su construcción. Su disposición cíclica- en la que, a lo largo de un único y vasto movimiento, varios motivos fundamentales sufren transformaciones diversas y sorprendentes a través de un hilo conductor de vocación dramática- abre un universo inagotable de posibilidades de interpretación que pone a prueba la imaginación y la capacidad de síntesis del pianista, que debe realizar un intenso ejercicio de organización musical para dar coherencia convincente a toda esta amalgama de variación constante en la que las propuestas temáticas adoptan aspectos expresivos muy alejados de su sentido inicial, algo que Martín García consigue a lo largo de una interpretación de riqueza sonora notoria y peculiar, pasión controlada, introspección y poderío pianístico imponente, en la que lo diabólico convive con lo celestial, la calidez con el sarcasmo y la vehemencia con el recogimiento, sin renuncia a la teatralidad de unos silencios que parecen formar parte de la retórica esencial de una obra que el pianista vive intensamente a pesar de que quizás no se trate de la música más adecuada para comenzar un concierto. Versión de fuerza esencial que pone de manifiesto los matices más incisivos de una música en la que los intérpretes deben estar dispuestos a una evolución constante.
La segunda parte del concierto estuvo dedicada íntegramente a los Estudios sinfónicos op 13 de Schumann, en los que probablemente Martín García alcanzó los mejores momentos de su recital, con momentos de auténtica plenitud en una obra que parece adecuarse a la perfección a sus características.
Los doce Estudios sinfónicos op. 13 constituyen una de las creaciones más elaboradas de Schumann en su producción pianística y se estructuran a modo de serie de variaciones sobre una inspirada melodía del barón von Fricken- padre de Ernestine, la misteriosa Estrella que aparece en el centro del Carnaval op. 9- genialmente armonizada por Schumann y que conoció otras cinco variaciones, ciertamente contrastantes con el conjunto de estos doce estudios, que el propio autor descartó en su edición y que su esposa Clara rescató posteriormente. Martín García incorpora en su versión la primera de estas variaciones, colocándola inmediatamente después del tema inicial, expuesto con carácter solemne y fluidez que no desvirtúa su gravedad, generosamente cantado y con una claridad polifónica ejemplar que habría de constituir uno de los signos de identidad de su interpretación a lo largo de la obra.
Esta variación póstuma resulta en realidad la más cercana a la esencia del tema, prolongando de esta manera su presencia para dar paso a la serie de estudios propiamente dicha.
El primer estudio es expuesto a modo de marcha fugaz y fantasmal, en la que el ritmo se impone por encima de las esporádicas apariciones del tema. Tensión latente, misterio y expansión lírica perfectamente reflejadas en una lectura transparente y plena de sugerencias que dan paso a la exaltación romántica del segundo estudio, en una lectura de claridad meridiana en la que el tema, confiado al bajo en esta ocasión, permanece transparente en medio de la ingente profusión polifónica auténticamente sinfónica que el pianista planifica de manera admirable en un despliegue impresionante de fuerza y pasión. El tercer estudio supone un fantástico homenaje a Paganini, a la vez que una clara referencia a Chopin en el canto liberado expuesto por la mano izquierda, sobre la que se superponen violinísticos arpegios en staccato. Un nuevo encuentro de ambos personajes tras el Carnaval op.9 que Martín García resuelve con facilidad y virtuosismo. Siguen tres estudios canónicos en los que Schumann muestra su habitual concepción contrapuntística en la que el stretto suele ser utilizado como elemento generador de tensiones. En el cuarto estudio, en tempo deliberadamente retenido, el pianista eleva la tensión rítmica al límite de lo paroxístico con ataques en los que la dureza parece justificada, contrastando con la alada ligereza de un quinto estudio de vivacidad fantástica y la bravura desatada de un sexto estudio de ejecución impresionante en la que el fantasma de Paganini parece volver a imponer su presencia. Nueva exhibición de virtuosismo en un séptimo estudio contrastante en tonalidad, de ostinato tortuoso y violencia primero contenida y luego desatada. El octavo estudio supone un homenaje a Bach en su estructura polifónica y su carácter de obertura francesa que le aporta un fuerte barroquismo, al que contribuyen los trinos prolongados de la primera sección y que el pianista muestra con austeridad majestuosa no exenta de expansión lírica antes de atacar el noveno estudio, presto possible- en este caso el posible es muy presto- con ligereza fantástica y poderío técnico avasallador que sin embargo aparece contenido en un décimo estudio algo desnudo de pedalización en el que el non legato de la mano izquierda se inclina más bien hacia el staccato. Intensamente poético y de belleza sonora conmovedora el undécimo estudio, verdadero nocturno que entremezcla la contemplación con el dolor y el éxtasis, en una versión magistral que bastaría por sí sola para definir a un pianista. La obra se cierra con un nuevo estudio en forma de marcha triunfal, procedimiento que Schumann emplea frecuentemente en sus finales. Martín García expone la marcha inicial en tempo contenido y solemne, con pedales cortos que ponen de relieve una dicción muy articulada. El tempo se acelera notoriamente en las secciones intermedias, con énfasis insistente en el ritmo de puntillos característico y la contención es abandonada en una coda exuberante en la que el pianista despliega todo su poderío para culminar una interpretación fastuosa que cierra un intenso recital.
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