Crítica del concierto ofrecido por Martin Fröst en Valladolid con los músicos de la Sinfónica de Castilla y León
Un inconmensurable Fröst
Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 21-II-2024. Auditorio de Valladolid. Sala de Cámara. Obras: Quinteto con clarinete en la mayor, K. 581 de Mozart, Sinfonía en mi bemol mayor, BWV 791 y Cantanta Jesus bleibet meine Freude, BWV 147 de J.S. Bach, ambas en arreglos para viento de Alberto Álvarez y selección de obras del álbum Night Passages. Martin Fröst, clarinete, Beatriz Jara y Jennifer Moreau, violines, Marc Charpentier, viola, Marius Díaz, violonchelo, Ignacio de Nicolás, flauta, Clara Pérez, oboe, Salvador Alberola, fagot, Martín Naveira, trompa y Sébastien Dubé, contrabajo.
No resulta sencillo hacer una valoración de un concierto con una mezcla de músicas tan diferentes, que podría haber acabado siendo un popurrí enfocado fundamentalmente a la figura del clarinetista Martin Fröst. Pero eso no ocurrió por la incontestable respuesta artística de un clarinetista magistral, al que todos los adjetivos que se le dediquen se van a quedar cortos. Porque lo que hizo en este concierto el músico sueco va más allá de lo definible con palabras. Quien toque el clarinete, desde los niveles más básicos hasta el profesionalismo sabe que lo que hace es pasmosamente grande, casi imposible de lograr. A esto, se añadió la presencia de músicos de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, que demostraron un alto nivel y que consiguieron que no todo se centrara en la figura de Fröst. Bien es cierto que a esto también ayuda el propio Fröst.
La primera parte del programa la dedicaron a una obra tan maravillosa como el Quinteto con clarinete K. 581 de Mozart. Pasmoso el sonido proyectado por Fröst, su facilidad para destacar o sumirse en el diálogo con las cuerdas, al igual que estas consiguieron una versión equilibrada, musical, con un Mozart muy bien articulado. Y eso funcionó desde el inicio, en el que clarinete y cuarteto de cuerda ahondaron en todo ese diseño musical que le da Mozart a la obra; mientras el cuarteto de cuerdas se recreaba en dialogar con el clarinete o subrayar con sus colores característicos lo expresado por el instrumento de viento madera. Lo melódico, en el significado estricto de melodía, llegó con toda su pujanza en el Larghetto. Cómo puede encadenar frases tan largas y ligadas, cómo se puede mantener el timbre en toda la extensión dinámica, con pianos casi imperceptibles, cómo el color puede no perder un ápice de sus cualidades ni por un segundo, y esto durante toda la obra. En el movimiento conclusivo, con sus variaciones, Fröst continuó sacando a relucir lo mejor del sonido, con un sentido del clarinete y la música perfecto, mientras el cuarteto de cuerda asumía su destacado papel. Si se ha nombrado a Fröst repetidas veces, será de justicia nombrar al resto de intérpretes de esta obra: Beatriz Jara y Jennifer Moreau, violines, Marc Charpentier, viola, y Marius Díaz, violonchelo.
Después, siguieron dos arreglos de la música de J.S. Bach realizados por Alberto Álvarez. Joyas en las que Fröst y los solistas de la OSCyL dejaron muy buen sabor de boca. El clarinetista volvió a deja huella con su indudable protagonismo, que no fue fruto de un divismo, sino de su grandeza como músico. En la Sinfonía BWV 791 fue muy importante la labor del flauta Ignacio de Nicolás y el fagot Salvador Alberola, que tuvo una actuación magnifica, siendo un soporte sonoro de calidad, con una subrayable articulación. Y en la Cantata Jesus bleibet meine Freude, en un arreglo para quinteto de viento madera, más allá de volver a ponderar la inconmensurable labor de Fröst, con un canto sublime, mencionar junto a los ya nombrados a la oboísta Clara Pérez y al trompa Martín Naveira. Todos buscaron siempre el equilibrio entre instrumentos, con intervenciones muy ponderadas.
Y para concluir, Martin Fröst interpretó junto al contrabajista Sébastien Dubé una selección de obras del álbum Night Passages. Y lo que podría haber sido como una especie de catálogo del clarinetista, se convirtió en un ejercicio magnífico de buena música, ya interpretaran a Rameau o Purcell o a Alfvén o Rodgers. Fröst puso en valor su versatilidad, su capacidad para abordar ritmos y estilos diferentes y hacerlo todo de una manera increíble. Dubé, al contrabajo, demostró su calidad como músico, más allá de su labor en pro del clarinetista. En su Pieza para contrabajo solo dejó un compendio de sus cualidades. Incluso el pequeño error técnico del contrabajista, que obligó a recomenzar una obra, quedó en una mera anécdota ante un público absorto y volcado con un estratosférico Martin Fröst.
Fotos: OSCyL
Compartir