Por F. Jaime Pantín
Oviedo. 24-XI-2019. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas de Piano «Luis G. Iberni». Martha Argerich, piano. Kremerata Báltica. Obras de Bach, M.Weinberg y Liszt.
El pasado domingo se produjo al fin la ansiada actuación de Martha Argerich en el marco de las Jornadas Internacionales de Piano Luis Iberni. Estuvo acompañada en su interpretación del Concierto nº 1 de Liszt por el excelente conjunto Kremerata Báltica, cuyos componentes protagonizaron la primera parte del concierto. La pianista argentina ofreció además la Partita en do menor de Bach en actuación individual, algo infrecuente en una artista que desde hace ya décadas no suele presentarse en recital a solo y que concentra su actividad en la música de cámara y en el repertorio orquestal preferentemente romántico.
La velada comenzó con la interpretación de la conocida Chacona en re menor de Bach -última pieza de la Partita nº 2 para violín- en una instrumentación de Gidon Kremer que -curiosamente, tratándose de un violinista que ha interpretado y conoce esta música a la perfección- parece partir de la transcripción para piano realizada por Ferrucio Busoni en 1893, muy popular entre los pianistas, pero que en su concepción netamente romántica, de ampulosa y visionaria monumentalidad, se aleja notablemente de la esencia de la obra original con el añadido de numerosas notas de relleno, duplicaciones, largos pedales, indicaciones de tempo, dinámica y articulación que poco tienen que ver con el texto original. Es probable que tan solo la redacción literal de 1877 para la mano izquierda -tan humilde y respetuosa como sincera y auténtica- de ya un maduro Brahms, abrumado por la grandeza y profundidad de una obra que amaba hasta la devoción, alcance a expresar la hondura y la emoción, intensa pero austera, que este auténtico tombeau de compleja arquitectura es capaz de transmitir.
En una curiosa escenificación, que incluye la grabación del tema de la Chacona al principio y al final en piano y violín respectivamente, la instrumentación de Kremer distribuye la polifonía e incluso los trazos de virtuosismo entre las diferentes secciones de un cuarteto, con distintas intervenciones solistas que confieren a este arreglo una cierta apariencia de concerto grosso en el que el elemento de la dificultad instrumental por momentos agónica del original -que establece, de hecho, una estrecha relación con el heroísmo que subyace en estos pentagramas- queda difuminado en aras de una visión amable, cuya pulcritud y elegancia no pueden sustituir al dramatismo esencial de esta música intemporal.
La Kremerata Báltica mostró todo su potencial en una magnífica lectura de la Sinfonía de cámara nº 4 de Mieczyslaw Weinberg, compositor polaco cuyo reconocimiento internacional no está en consonancia con su gran talento y que la agrupación fundada por Gidon Kremer programa con asiduidad. Última de sus 4 sinfonías de cámara, el op. 153 es también la última obra que el compositor finalizó, ya que la Sinfonía op. 154 que hacía el número 22 quedó inconclusa. Se trata de una composición de considerables dimensiones y sólida estructura que, organizada en cuatro movimientos que se ejecutan sin interrupción, añade el protagonismo estelar de un clarinete con funciones de solista, encomendado en esta ocasión al magnífico Mate Bekavac. Un clima intensamente melancólico impregna la obra, a través de distintos motivos corales y temas folklóricos que se alternan con monólogos del solista, conduciendo lentamente a un final de paz y transfiguración realmente emotivo en una música que parece contener un fuerte componente autobiográfico.
La segunda parte del concierto tuvo a Martha Argerich -uno de los escasos mitos del piano aún en activo- como esperada protagonista de lo que se convirtió en un festín pianístico deslumbrante. Argerich es una auténtica fuerza de la naturaleza ante el piano y sus míticas capacidades técnicas y la intensidad y pasión de su interpretación permanecen inmunes al paso del tiempo. Incluso su sonido parece haber ganado en densidad y proyección, a la vez que se advierte un cierto aminoramiento de la impulsividad característica de un temperamento de fuerza volcánica que, unido a la facilidad desbordante de una mecánica pianística privilegiada, pudiera conducir a esa vertiginosidad controlada tan característica en esta pianista. En todo caso, Argerich sigue siendo una de las artistas más prodigiosas y fascinantes para el público, como se puedo ver la pasada tarde.
Su versión de la Partita en do menor de Bach se caracterizó por la ligereza y la levedad, con renuncia expresa a las honduras dramáticas a través detempi muy rápidos en general y una concepción sonora tendente a soslayar los elementos contrapuntísticos en favor de un melodismode largo trazo, con escasa variedad articulatoria y notoria economía ornamental. El arranque fulminante de una obertura a la francesa perfectamente integrada en la más genuina retórica barroca, parecía anunciar una intensidad y patetismo después aminorados en favor de una visión eminentemente lírica y preciosista, en la que la belleza de una aria italiana, que despliega sus trazados melismáticos sobre el apoyo de la línea lejana de un bajo apenas perceptible, alterna con la notable fluidez rítmica -implícitamente indicada por Bach- de una allemande escrita en compás binario y con el ensimismamiento de una sarabande que suena infinitamente poética en manos de la pianista argentina. Una courante plenamente francesa, en la que Argerich parece recuperar el aliento dramático de la obertura, contrasta con la ligereza scarlattiana de unfugato que culmina el tríptico inicial; con el velocísimo rondó, de claro sabor francés, y con el virtuosismo desbordante del capriccio conclusivo.
El concierto con orquesta es, quizás, el género en el que Argerich parece encontrarse más cómoda y el más adecuado para la exhibición de sus ilimitados medios. El concierto en mi bemol de Liszt la ha acompañado permanentemente desde aquella lejana grabación con Claudio Abbado. En esta ocasión la parte orquestal sonó claramente deslucida, en un arreglo para orquesta de cuerda de Gilles Colliard que prescinde del viento y la percusión- tan solo representada por el triángulo- en un concierto que el propio Liszt definía como sinfónico y cuyo colorido y tímbrica fastuosa parecen parte inseparable de su expresión. No obstante ello posibilitó, más si cabe, el protagonismo absoluto de la pianista argentina, que ofreció un alarde de audacia, espontaneidad, fuerza poética, pasión desbordante, poderío técnico avasallador y atracción irresistible que desencadenó la admiración y el entusiasmo de un público atónito.
Una preciosa y sensible Gavotte de la tercera Suite inglesa de Bach puso fin a una velada inolvidable. Hasta la próxima cita de abril con esta pianista excepcional.
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