Por Raúl Chamorro Mena
Italia. Milán. 23-XI-2018. Teatro alla Scala. Elektra (Richard Strauss). Ricarda Merbeth (Elektra), Waltraud Meier (Clitemnestra), Regina Hangler (Crisotemis), Michael Volle (Orestes), Roberto Saccà (Egisto), Frank Van Hove (El preceptor de Orestes). Orquesta y coro del Teatro alla Scala. Director musical: Markus Stenz. Director de escena: Patrice Chéreau, reposición a cargo de Peter MacClintock
El Teatro alla Scala reponía este mes de noviembre la que ya se puede calificar de mítica producción de Patrice Chéreau, que estrenada en Aix-en-Provence en verano de 2013 constituyó su testamento artístico, pues el director de cine, teatro y ópera francés falleció en octubre del mismo año. El montaje, coproducción de diversos teatros -entre los que se incluye el Liceo de Barcelona y el templo milanés- llegó a la Sala del Piermarini en mayo-junio de 2014 con un éxito clamoroso. El que suscribe presenció una de las memorables funciones capitaneadas por el gran director y compositor finlandés Esa-Pekka Salonen y la Elektra por antonomasia de los últimos años, la soprano alemana Evelyn Herlitzius. Una de las ventajas de este montaje es que durante su andadura inicial mantuvo, con alguna excepción, las tres protagonistas principales femeninas, que trabajaron sus papeles con Chéreau, es decir, Evelyn Herlitzius, Waltraud Meier y Adrianne Pieczonka. El aliciente principal de esta reposición radicaba en la presencia en el podio de uno de los más grandes directores straussianos que han existido, Christoph Von Dohnanyi. La avanzada edad del maestro suponía, en principio, una apuesta arriesgada, pero había que intentarlo.
Verle dirigir Elektra sería, sin lugar a dudas, un acontecimiento inolvidable. Finalmente, Dohnanyi sólo pudo dirigir la primera función, siendo sustituido en las restantes por el también alemán Markus Stenz, presente en Milán para dirigir estas mismas fechas el estreno de la ópera de György Kurtag Fin de Partie sobre texto de Samuel Beckett. Stenz firmó una buena labor, obtuvo un sonido de calidad de la estupenda orquesta (aunque fuera de su repertorio más afín), refinado, transparente, sin asomo de pesantez, como quería Strauss. Músculo y lujuria orquestal sí, obviamente, pero radiante, dúctil, con claridad en las texturas y que se oigan todos los instrumentos, toda la filigrana orquestal creada por uno de los más talentosos orquestadores de la historia de la música. Bien planificado resultó el crescendo que lleva al clímax de la entrada de Clitemnestra, así como todo el relato del sueño, de las pesadillas que la consumen, y la escena con su hija, que fue lo mejor de la noche. Se trata de la parte de la partitura donde hay mayor tensión tonal y audacia armónica, con abundantes disonancias, ideal, por tanto, para un músico especialmente afín a la música contemporánea, además, por supuesto, de la presencia siempre magnética de Waltraud Meier en el escenario. Pero si en la labor de Salonen de hace cuatro años, se sentía, desde el principio, una tensión teatral que iba a más, en una progresión inexorable para llegar a ese final catártico, paroxístico que le deja a uno sin respiración, como si recibiera un puñetazo en el estómago, esta vez no fue así. Tampoco se mostró Stenz especialmente pendiente de los cantantes.
Después de haber visto y reseñado ya dos veces (la anterior de La Scala y Liceo de Barcelona) la producción de Patrice Chéreau, el que suscribe teme resultar reiterativo en sus comentarios. El montaje con escenografía de Richard Peduzzi huye de la ambientación de la Grecia clásica para resaltar el carácter atemporal de la tragedia y subrayar el conflicto familiar, fundamentalmente femenino, por cuanto, prácticamente no quedan hombres en la familia. Por si fuera poco, un Orestes débil y temeroso no es capaz de matar a Egisto, siendo su preceptor quien lleva a cabo la acción. Al final, Elektra al ver cumplido su anhelo de venganza queda totalmente vacía, sin fuerzas ni para acometer esa danza liberadora. El muy trabajado movimiento escénico, la honda caracterización de personajes y la incuestionable fuerza teatral se mantienen como infalibles señas de identidad y pilares primordiales de la vigencia de esta magnífica producción.
La soprano Ricarda Merbeth, hasta ahora intérprete del papel de Crisotemis, realiza el salto a Elektra al igual que otras ilustres sopranos como Eva Marton o Leonie Rysanek (esta última sólo interpretó Elektra en la fabulosa producción videográfica de Götz Friedrich, pero no en teatro). Ambas también cantaron Clitemnestra. La interpretación de Merbeth fue de menos a más, pues su comienzo con su colosal monólogo «Allein! Weh ganz allein» fue deficiente con la voz sin colocar, totalmente opaca y sin liberar, además de un vibrato descontrolado. La soprano alemana se fue asentando, y fueron apareciendo esos agudos penetrantes, squillanti (con punta y metal) que la caracterizan, si bien el papel de Elektra le va grande por falta de anchura y consistencia en el centro, así como de entidad en la franja grave. Su entrega intepretativa fue irreprochable, su temperamento flamígero, pero lejos de esa creación dramática visceral, intensísima y plena de voltaje de la Herlitzius, que además trabajó el papel con Chéreau y ha interpretado, a diferencia de Merbeth, lógicamente, muchas veces esta producción. En esta ocasión no pudo apreciarse en toda su integridad todos los aspectos psicológicos de la protagonista. Esa especie de animal que deambula en el patio del palacio de Micenas obsesionada por la venganza, el contraste con ese remanso lírico que es el reconocimiento de Orestes y la reivindicación posterior de su condición de mujer, de sus cualidades femeninas y su dignidad Real.
A pesar de su desgaste vocal, es siempre un placer contemplar a la grandísima Waltraud Meier sobre un escenario en esta cuarta Clitemnestra que le veo en vivo. Impresionante el magnetismo desde su entrada, la variedad de los acentos, sus resortes dramáticos, el dominio del personaje y de su caracterización en esta producción. Memorable toda su gran escena, el relato de su vigilia, esas pesadillas que atormentan a un alma corrompida moralmente por la colaboración en el asesinato de su esposo y posterior concubinato con el asesino Egisto, pero que a pesar de ello, se acerca a su hija con un latente deseo de reconciliación y la mira con compasión cuando cae exánime después de espetarle que ella será la víctima que debe sacrificarse.
Insuficiente la Crisotemis de Regina Hangler, que mostró un timbre atractivo, juvenil, pero demasiado lírico, de muy justa expansión sonora y con un registro agudo problemático. Notable por voz potente y resonante, acentos incisivos y perfil interpretativo, el Orestes de Michael Volle. Engolado y desimpostado, como siempre, el tenor Roberto Saccà como Egisto. La ilustre galería de secundarios de esta producción ha visto desaparecer nombres señeros como Donald McIntire y Frank Mazura, si bien se mantienen otros como las veteranas Renate Behle y Roberta Alexander a las que se sumaron en esta ocasión, el bajo Frank van Hove, el barítono Ernesto Panariello y la rotunda mezzo rumana Judit Kutasi.
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