Mark Padmore ofrece un recital en el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela, coproducido con el Centro Nacional de Difusión Musical, acompañado al piano por Kristian Bezuidenhout
Padmore y el canto canónico en el Lied
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 20-VI-2022. Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXVIII Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Recital 8. Obras de Robert Schumann (1810-1856). Mark Padmore (tenor), Kristian Bezuidenhout (piano).
El Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela, coproducido junto al Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM], nos ha convocado a un recital centrado en dos obras emblemáticas del genio de Schumann: Zwölf Gedichte von Justinus Kerner [Doce poemas de Justinus Kertner], op. 35, en la primera parte y Dichterliebe [Amor de poeta], op. 48, en la segunda, a cargo del veterano tenor británico Mark Padmore (1961) -que ya ha visitado el Ciclo en 2007, 2011 y 2016-, y que contó con el acompañamiento al piano del debutante en este Ciclo, Kristian Bezuidenhout (1979), acompañante también de otros cantantes como Anne Sofie von Otter. Obviamente, no es un acompañante al uso, ya que también destaca en sus quehaceres por ser director artístico de la Freiburger Barockorchester y principal director invitado de The English Concert, además de colaborar con otros afamados conjuntos como Les Arts Florissants.
Aun siendo todos Lieder del mismo autor, varios aspectos son distintivos en las dos secciones que componen el recital: por la temática, en los Doce poemas prima la impronta del poeta Justinus Kerner (1786-1862), con una confluencia anímica y psicológica entre poeta y músico -sus poemas tratan a menudo de fenómenos naturales, imbricados con una profunda y enferma melancolía e inclinación hacia lo sobrenatural-, lo que resulta en una coloración atmosférica más oscura y más narrativa que los 16 poemas de Dichterliebe.
También, porque en los poemas de Heinrich Heine (1797-1856) abunda un buenismo romántico más ortodoxo, en el que la ordenación numérica de los poemas indica la búsqueda de un efecto dramático ad hoc. En cuanto al tratamiento pianístico, Schumann concibió Dichterliebe como música para piano con voz añadida; sin embargo, en los Doce poemas, el piano a menudo recibe un tratamiento distintivo y original. De hecho, la voz parece con frecuencia supeditada al instrumento dado que éste adquiere polifonía de altos vuelos tanto en cromatismo como en volumen.
La voz de nuestro artista es de tenor ligero, de timbre blanquecino y emisión fija, incluso a veces hueca, sin giro de la voz, con tendencia al registro de cabeza y ausencia de apoyo. Por tanto, su capacidad para el fraseo no fue todo lo adecuada para afrontar con garantías óptimas largas frases expresivas, teniendo que alicortar el vuelo del canto en una sucesión de empellones sonoros con feos efectos de sonido percutido en los saltos interválicos ascendentes. Cuando hubo de mantener notas largas, su tendencia fue al cabeceo y a la oscilación sonora. En algunas ocasiones es verdad que desplegó un canto abandonado -creemos que con aspiraciones estéticas, aunque a nuestro juicio, demasiado sobreactuadas-, que pudo venir bien a ciertas canciones, sin embargo ello a veces se mezcló con un canto un tanto desfiatado, motivado por una respiración excesivamente alta, además de una ausencia de canto sobre el aire, que provocó un canto en exceso susurrado, lo que generó en definitiva abundantes tics que penalizaron un verdadero y canónico estilo liederista.
Lamentablemente, esto fue muy evidente en la archiconocida Stille Tränen [Lágrimas silenciosas], totalmente desdibujada en estilo, emitida con fijeza en las notas, con un crecimiento dinámico y de entonación que a duras penas pudo conseguir, dado que, según avanzaba en la pieza, se iba quedando sin fiato -y sin hueco en el paladar- para poder colocar el agudo.
Lo arriba comentado fue y vino a lo largo de todo el recital, obviamente dentro del alto nivel medio de nuestro protagonista, poniéndose de manifiesto en unas canciones más que en otras, por lo que procederemos a señalar solamente lo que fue de nuestro agrado. De la primera parte, de los Doce poemas, estuvo muy propiamente interpretado el extenso número 3, Wander Lied [Canción de viaje], cantada con popular alegría y poderío, manteniendo -en la forma de un exaltado himno- la tensión del alborozo de aquél que brinda con vino para emprender el regreso desde aquellos parajes que tanto le reconfortaron durante su viaje. Quizá el acompañamiento de Bezuidenhout debió ser un poco menos desaforado y más colaborativo con su compañero. Del mismo modo, también lució el número 7, Wanderung [Caminata], desbordante de fuerza y expresividad por mor de un canto más fresco y desenfadado, y que concluyó con un enérgico postludio muy bien trazado por Bezuidenhout.
Como es lógico, el recital ganó algunos enteros en la segunda parte, también porque creemos que Dichterliebe cuadra mejor con los parámetros interpretativos de Padmore. Demostró canto esforzado y descarnado -como corresponde- en la exigente Ich grolle nicht [No te guardo rencor], esta vez con completa sintonía por parte del pianista. La ensoñada Ich hab’ im Traumgeweinet [He llorado en sueños] discurre casi sin acompañamiento, pues el piano sólo marca algunas notas entre algunos grupos de versos al repetirse la frase que da título al poema. Ambos intérpretes lograron transmitirnos el desasosiego que implica tener una pesadilla en la que sucede la muerte de la amada.
En Aus alten Märchen winkt es [Desde antiguas leyendas] el artista imprimió altas cotas de matización en el canto, logrando modelar una sugerente melodía gracias también al brillante colorido aportado por el piano. La última del recital, Die alten, bösen Lieder [Las viejas y horribles canciones] es una pieza difícil, grandilocuente, de duras parábolas en torno al ataúd como contenedor físico de la muerte, pero también de nuestros pesares en vida. La interpretación estuvo muy bien resuelta por ambos intérpretes, sobre todo por Bezuidenhout, que bordó el largo y expresivo postludio que Schumann compusiera como gran genio del piano que fue.
Dado el relativo éxito obtenido -aunque hubo bastantes abandonos de la sala en el descanso-, y con la insistencia típica de obligar a saludar cuatro veces al binomio Padmore-Bezuidenhout, el tenor anunció una única pieza disponible para propinas, que en este caso fue Dein Angesicht [Tu semblante], una de las canciones que Schumann eliminó de su Dichterliebe, ya que inicialmente fueron 20 las canciones que lo integraban. De este modo, y después de dos salidas más a saludar, finalizó un recital en el que quizá ambos artistas no tuvieron el mejor de sus días. Creemos que para salir triunfante de un recital de Lied tan complejo y difícil como el presentado, cantado todo de memoria, y con un nivel de excelencia que hemos definido como de canto canónico en el Lied, es necesario estar al ciento por ciento desde el punto de vista técnico.
Fotos: Rafa Martín
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