Por Sílvia Pujalte
19/4/2015. Barcelona. Palau de la Música Catalana. Mark Padmore (tenor) y Paul Lewis (piano). Franz Schubert, Die schöne Müllerin.
El Palau de la Música Catalana ha iniciado este año uno de sus "Proyectos artísticos de largo recorrido", la interpretación por parte de Mark Padmore y Paul Lewis en tres temporadas de los tres grandes ciclos de lieder de Schubert. El pasado domingo 19 tenía lugar el primero de los recitales, era el turno de La bella molinera, y lo cierto es que esperamos con muchas ganas que llegue abril del año próximo para escuchar El canto del cisne.
Más allá de algunos detalles técnicos no del todo satisfactorios y de algunas aspectos que matizaremos más adelante, podemos decir de Mark Padmore que pertenece al selecto grupo de cantantes que es capaz de interpretar un ciclo tan conocido como La bella molinera y, además de emocionar, hacer descubrir cosas nuevas a los oyentes; precisamente estos descubrimientos, este obligarte a reflexionar y a considerar una canción o una frase desde un punto de vista nuevo es una de las cosas más gratificantes que puede encontrarse un aficionado en un recital. De ahí esas ganas de volver que decía más arriba, porque el tenor presentó una versión muy trabajada del ciclo, sobria, melancólica, definitivamente triste.
No es que La bella molinera pueda ser en conjunto más que triste pero para la tristeza también hay matices y el joven molinero, el protagonista de este monodrama, evoluciona a lo largo de su camino. En las primeras canciones podemos encontrar una alegría de vivir que Padmore no resaltó. ¿Consciente o inconscientemente? Es difícil de decir. Das Wandern, la primera canción del ciclo, es una canción complicada para los intérpretes y Padmore y Lewis sufrieron estas complicaciones: no le dieron todos los matices que pide una canción estrófica y larga y tampoco supieron encontrarse (a partir de aquí conjuntaron sin más problemas).
La voz de Mark Padmore no es rica en colores y el cantante basa su expresividad en los juegos de dinámicas; quizá por eso en las siguientes canciones oímos algo de melancolía en lugar de la luz que podíamos esperar. ¿O quizás el molinero presentía su destino? En Der Neugierige, la frase "die beiden Wörtchen schließen die ganze Welt mir ein" (las dos palabras encierran para mí el mundo entero), referida a la respuesta que puede dar la molinera a sus requerimientos, sonó fatídica. Y cuando sientes esta frase cantada de este modo cuesta oír a continuación en Ungeduld aquel entusiasmo que te hace sonreír. Sea como fuere, la elegancia de Padmore, sus medias voces y el sonido precioso e íntimo de Lewis terminaron de crear la sensación de diálogo entre el joven (y no olvidemos que "el joven" es la fusión del cantante y el pianista) y el público, que sintió su desconcierto, su rabia y su desencanto.
Lo que recordaremos durante mucho tiempo, sin embargo, es el final del ciclo. A partir de Die liebe Farbe se produjo aquella extraña y feliz magia que te mantiene hipnotizado por cada palabra, por cada nota. Este lied, que puede parecer una fantasía del joven (tan morbosa como quieran), sonó como una condena; la frase "Das Wild, das ich jage, das ist der Tod" (la pieza que yo cazo es la muerte), como una decisión irreversible. Trockne Blumen nos puso un nudo en la garganta, excelentes tanto el cantante como el pianista, con una última estrofa sobrecogedora; sobrecogedora fue también Der Müller und der Bach, que hizo derramar más de una lágrima.
Con las últimas notas de esta canción Mark Padmore dio unos pasos hacia su derecha y se alejó del punto donde había cantado hasta ese momento. Y desde allí, mirando no hacia el público sino hacia el vacío que acababa de dejar, hacia la tumba del desdichado joven, cantó el arroyo su canción de cuna, con una tristeza y una ternura infinitas. ¿Puedo decir algo más sobre este recital, como no sea dar las gracias a Schubert?
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