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Crítica: Mariss Jansons y Zubin Mehta dirigen la 'Sinfonía nº 9' de Mahler y 'Falstaff' de Verdi en la Scala de Milán

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Autor: Raúl Chamorro Mena
9 de febrero de 2017

La última Sinfonía de Mahler y la última ópera de Verdi en apasionante sesión doble en La Scala de Milán.

APASIONANTE DOBLE SESIÓN EN LA SCALA

   Por Raúl Chamorro Mena
Milán, 5-II-2017, Teatro alla Scala. 15:00 Horas. Sinfonía nº 9 en Re Mayor (Gustav Mahler). Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks. Director: Mariss Jansons. 20:00 Horas. Falstaff (Giuseppe Verdi). Ambrogio Maestri (Sir John Falstaff), Massimo Cavalletti (Ford), Carmen Giannattasio (Alice Ford), Giulia Semenzato (Nannetta), Yvonne Naef (Miss Quickly), Annalisa Stroppa (Miss Meg Page), Francesco Demuro (Fenton), Carlo Bosi (Dr. Cajus), Francesco Castoro (Bardolfo), Gabriele Sagona (Pistola). Orquesta y Coro del Teatro alla Scala. Director Musical:  Zubin Mehta. Dirección de escena: Damiano Michieletto.

   Sólo en un teatro de la categoría del Teatro alla Scala de Milán se puede presenciar en un mismo día una doble sesión musical de tan gran nivel a la que hay que sumar el Don Carlo del día anterior. Los miembros de la  Orquesta de la Radio de Baviera sintieron el calor del público italiano desde el primer momento, pues fueron ovacionados según ocupaban su sitio sobre el escenario. Los vítores se redoblaron cuando apareció su director titular Mariss Jansons, uno de esos músicos especialmente querido por su humildad y sencillez, siempre al servicio de la música sin divismos trasnochados ni postureos extraños. Con esos planteamientos encaró el gran músico la monumental y sobrecogedora Novena sinfonía de Mahler, que en realidad sería la décima, toda vez que el músico bohemio quiso sortear el supuesto mal fario de dicha numeración denominando “La canción de la Tierra” a la que sería su genuina novena sinfonía. Al frente de una orquesta fabulosa, de un deslumbrante esplendor, refinamiento tímbrico y transparencia -con una cuerda  compacta, empastada y sedosa, de una tersura tan admirable como su gama dinámica, unas maderas de gran riqueza y precisión y unos metales radiantes-, Jansons expuso los temas, construyó los clímax, elaboró las transiciones con esa sencillez, con esa naturalidad de quien, es preciso insistir, se pone al servicio de la composición con humildad sin pretender “intervenir” o violentar la misma. La interpretación de Jansons no tuvo esa exacerbación de los contrates mahlerianos –esa presencia de la muerte combinada con arrebatos de exaltación de la vida que contiene esta Sinfonía- de otras, ni ese punto de suprema conmoción, pero cautivó por el subyugante colorido de la orquestación Mahleriana, la belleza de la ejecución, los primorosos momentos camerísticos, la capacidad para moldear el sonido, los contrastes dinámicos, la hermosura de las tímbricas. La genial partitura fluyó auténtica, de forma genuina, desde la más absoluta integridad y el más profundo amor a la música. Y todo ello con una orquesta sobresaliente que responde totalmente motivada al gesto preciso de su titular. Impresionante el silencio de la audiencia al final del último movimiento, que se mantuvo hasta que Jansons bajó los brazos. Éxito clamoroso con el público Scaligero en pie.

   Aproveché la lluviosa mañana de este Domingo en Milán para realizar mi habitual visita –con absoluta devoción- a la tumba de Verdi que se encuentra junto a la de Giuseppina Strepponi en la Casa di Riposo per Musicisti por él fundada, sita en la Piazza Buonarroti. En la cripta puede leerse la frase de Gabriele D’Annunzio “Pianse ed amò per tutti” (“Lloró y amó por todos nosotros”), que simboliza perfectamente que el maestro trató en su producción operística, prácticamente, todas las relaciones humanas para ponerle broche con una mirada irónica, desenfadada y socarrona (“Tutto nel mondo è burla”) en su última ópera, Falstaff. Precisamente, en la referida Casa di Riposo per Musicisti fundada por Verdi en 1899 para acoger cantantes, compositores, artistas veteranos “no favorecidos por la fortuna o que no tuvieron la virtud del ahorro en su juventud”, sitúa el director de escena Damiano Michieletto esta producción de Falstaff procedente también del Festival de Salzburgo como el Don Carlo representado el día antes. Se puede decir, por tanto, que en esta producción, la escenografía única (a cargo de Paolo Fantin) es como si fuera de Camilo Boito, hermano del libretista y compositor Arrigo, que fue quien diseñó arquitectónicamente este edificio en estilo neogótico. Falstaff es un cantante retirado que vive de sus sueños y recuerdos y en el cual, el regista pretende proyectar la propia senectud de Verdi, cuyo retrato tiene constante presencia en el escenario. Se atenúa el lado cómico y burlón de la obra en beneficio del melancólico simbolizado en los recuerdos de un anciano cantante retirado que duerme echado en un gran diván. La acción de la ópera pueden ser sus sueños, recuerdos de antiguas representaciones, evocaciones nostálgicas…La realidad es que el montaje funciona con dinamismo teatral, favorecido por un equipo de cantantes comprometido, bien conjuntado, todos italianos, -con lo que supone para la articulación y acentos-, excepto la suiza Yvonne Naef, y una magnífica dirección musical de Zubin Mehta, vivaz, transparente, detallista con abundantes momentos de filigrana camerística, resaltando la elaborada y compleja orquestación del Verdi maduro. El montaje terminó en clímax con una adecuada y eficaz ambientación, -gracias a la estupenda iluminación y proyecciones-, del bosque de Windsor con todo su tono misterioso y feérico, así como una bien trabajada dirección de actores, en impecable comunión con la batuta de Mehta, elegante, pulidísima y atmosférica en toda la escena que culmina con esa inmortal fuga “Tutto nel mondo è burla!” con la que se despide de manera genial el mayor compositor para el teatro que ha existido.

   El reparto coral que requiere la obra, idiomático y bien implicado en el montaje, como ya he subrayado, estaba encabezado por el Falstaff “oficial” de los últimos años, Ambrogio Maestri, que suma ya más de 250 representaciones del papel. Es tal su identificación con el mismo y lo creíble de su caracterización que hace que se olviden unos problemas vocales cada vez más evidentes. Emisión retrasada, sonidos estrangulados y nasales, notas empujadas y atacadas en largos portamenti… Asimismo, además de lo expresado sobre el aspecto interpretativo, este papel, con fases de declamado y en que el tratamiento vocal se imbrica con el tejido orquestal –a diferencia de la mayor parte del corpus Verdiano-, no tiene las habituales exigencias en forma de amplias frases de canto legato con tesituras onerosas. Carmen Gianattasio cuenta con un timbre interesante, tanto como su presencia escénica y personalidad, que puso al servicio de una Alice Ford atractiva, resuelta y sensual, pero el centro resulta engolado, sofocado, demasiado oscurecido. Muy vulgar la Miss Quickly de Yvonne Naef, de emisión dura, pródiga en notas desabridas y que por mucho que abrió el sonido, no logró dar relieve a sus “Reverenza!”. Muy apropiada escénicamente Giulia Semenzato en una Nannetta juvenil, lozana y desenvuelta, aunque en lo vocal no pasó de cumplidora con una voz de limitada calidad y presencia. Francesco Demuro fue un Fenton de voz minúscula y agudo sin resolver, que al menos, cantó con cierto gusto su bellísimo soneto del último acto “Dal labbro il canto”. Massimo Cavalletti encarnó un Ford de emisión retrasada, timbre seco y pobretón, pero sacó adelante con dignidad la complicada “aria de los cuernos” del acto segundo. La mezzo de Brescia Annalisa Stroppa supo dar realce al papel de Meg Page con su voz bien colocada y su fraseo siempre cuidado y musical.  

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