Por David Santana
Madrid. 15-X-2018. Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Centro Nacional de Difusión Musical [Series 20/21]. Mario Prisuelos, piano. 24 preludios, op. 34 de D. Shostakóvich y 24 interludios para piano de Jesús Rueda.
El 25 de Abril de 1835 Franz Liszt ofreció un concierto en el célebre Hôtel de Villede París –el actual ayuntamiento de la capital gala– con el siguiente programa: una sinfonía de Ferdinand Hiller, la Ballade du pêcehur y dos fantasías de Haydn sobre el Lélio de Berlioz, un recitativo y aria de El cazador furtivo de Weber, un tema y variaciones para violín que tocó M. Massart, un arreglo para orquesta del primer movimiento de la Sonata Claro de luna de Beethoven y los otros dos interpretados con el piano por Liszt, la «Marcha de los perregrinos» de Harold en Italia de Berlioz y la Gran polonesa para viola de Mayseder.
¿No piensan inmediatamente qué diablos estaría pasando por la cabeza del organizador a la hora de realizar el programa? Pues esto me sirve para mostrar lo poco que hemos avanzado en siglo y medio en este aspecto. Los programas entonces carecían de sentido y, aún hoy en muchos casos, lo siguen haciendo.
El ciclo Series 20/21 del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) se estrenó con un pianista de lujo: Mario Prisuelos. Todo lo que hayan podido decir de él hasta ahora es poco. La actuación de anoche fue absolutamente magistral. Pocos pianistas son capaces de asumir con tanta templanza la interpretación seguida de 48 piezas breves que son tan bellas como diferentes entre sí. Para realizar una correcta interpretación, el pianista debía amoldarse al estilo y a la emoción que el compositor trata de transmitir en cada momento y Mario Prisuelos lo hizo excelentemente. Por ejemplo: el segundo de los preludios de Shostakovich y los preludios quinto y décimo de Rueda requieren ligereza y una gran rapidez en los dedos para contrastar con otros movimientos como Toccata o Deslizamientos en los que, a pesar de la gran abundancia de notas, la necesidad de hacer una interpretación más pesada es evidente. Prisuelos estuvo excepcionalmente bien en los primeros y en los segundos también hizo un gran trabajo, aunque me hubiera gustado escuchar un piano más pesado y con más sonido.
El recital tuvo momentos realmente buenos. Especialmente del gusto del público fueron las piezas más melódicas –como no– de las cuales Shostakovich tenía unas cuantas como los preludios doce, quince o, mi favorito, el número diez, al que Prisuelos le supo dar un carácter tan íntimo que sonó como una cajita de música: infantil y tierno, lo cual es realmente admirable ya que, aunque es una pieza pequeña, presenta bastantes dificultades técnicas.
Las obras de Rueda no merecen menos atención que las de Shostakovich y, a pesar de que es cierto que no son tan melodiosas como las del soviético, plantean ideas muy interesantes. Los diferentes estilos compositivos en los que desarrolla estas pequeñas piezas fueron, sin duda, una excelente clase de composición para los alumnos del aledaño Real Conservatorio Superior de Música de Madrid que asistieron al concierto. La imitación del gamelán balinés en su Notturno (nº 13) en el cual el piano se convierte en un instrumento de percusión; la solemnidad de la sucesión de acordes que es el Corale (nº 14); la intensidad de Fuego en tu mirada (nº 15) concentrada en tan solo 40 segundos o la gran Tocatta final con una complejidad rítmica tal que provoca en el espectador una sensación de constante tensión hasta el sonoro final al que dirige toda la obra; son ejemplos de la capacidad creadora de Jesús Rueda.
Una pena que la malicia de cierto programador nos impidiese disfrutar completamente de las obras de Shostakovich y de Rueda, ya que al interpretarlas alternadas fue imposible apreciar los contrastes que crean los compositores entre las diferentes piezas. No es tan difícil averiguar, en este caso, la intención del compositor, y no lo digo ya porque uno de ellos esté vivo, sino simplemente por el hecho de que, si le ponen un opus a todo el conjunto, es por algo. Además, Rueda se tomó la molestia de escribir un nombre para cada uno de sus interludios y, si ya es difícil seguir los nombres de los 24 interludios, se pueden imaginar cómo será cuando se duplican. Claro, ¿qué pasa cuando el público no puede seguir el programa? Pues generalmente que se aburre, pierde el hilo y se pone a tirar cosas al suelo –espero que sin querer– tose, abre caramelos, etc.
No creo que realmente aportase nada el hecho de intercalar a un compositor y a otro y, sinceramente, afeó la impecable interpretación de Mario Prisuelos. Pero, en fin, supongo que lo único que podemos hacer es agradecer que el ciclo no se llame Series 19/20/21, porque si no, podrían haber intercalado también los 24 preludios de Chopin y entonces sí que hubiera sido un popurrí que ni el casete del Caribe Mix 2001.
Compartir