Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Marina en el Teatro de la Zarzuela, bajo la direccion musical de José Miguel Pérez Sierra y escénica de Bárbara Lluch
Marina retorna con elegancia
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 10 y 13-X-2024, Teatro de la Zarzuela. Marina (Emilio Arrieta). Marina Monzó/Sabina Puértolas (Marina), Celso Albelo/Ismael Jordi (Jorge), Pietro Spagnoli/Juan Jesús Rodríguez (Roque), Javier Castañeda/Rubén Amoretti (Pascual), Ángel Rodríguez/Rodrigo Álvarez (Capitán Alberto), Graciela Moncloa (Teresa), Román Fernández-Cañadas (Una voz). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: José Miguel Pérez-Sierra. Dirección de escena: Bárbara Lluch.
En el contexto de ese arcano que fue «la ópera española», así como su coexistencia y «disputa» con la Zarzuela, Emilio Arrieta logra ser el primer compositor en estrenar una ópera en español en el Teatro Real de Madrid (1871), si bien merced a una adaptación de Marina, obra estrenada inicialmente como Zarzuela en el Teatro Circo en 1855. Para ello fueron determinantes los deseos del gran tenor italiano Enrico Tamberlick, ansioso por cantar el papel de Jorge en el entonces denominado Teatro Nacional de Ópera.
La temporada 2024-25 del Teatro de la Zarzuela se abre con título tan emblemático, rebosante de melodías inspiradísimas, enroscadas en el acervo popular, producto de la formación italiana del compositor y que se encuadra en el belcantismo romántico, de filiación, fundamentalmente Donizettiana, aunque no faltan elementos folklóricos hispanos como las seguidillas y el tango-habanera que canta Roque en el último acto. Las debilidades del libreto, original de Francisco Camprodón y hábil adaptación posterior para la versión ópera por parte de Miguel Ramos Carrión, y la excesiva vinculación con el melodrama belcantista italiano se superan con una espléndida escritura para la voz, fruto de una admirable vena melódica por parte del músico nacido en Puente la Reina.
Celso Albelo y Pietro Spagnoli en Marina de Arrieta en el Teatro de la Zarzuela
En esta ocasión se ha presentado la versión completa basada en la edición crítica a cargo de los profesores María Encina Cortizo y Ramón Sobrino. Por cierto, fundamental su artículo en el programa de mano editado por el Teatro. En esta edición se ofrece la obra en su integridad con los números rescatados por esta edición crítica, fundamentalmente, el magnífico dúo de Roque y Marina del segundo acto, la sardana del mismo capítulo y el rondò final de Marina “Iris de amor” en dos versiones, la más larga y aguda y la más recortada y central, cada una insertada en uno de los dos repartos convocados.
En la primera de las dos funciones que aquí se reseñan, ofrecida el jueves día 10 de octubre, la soprano valenciana Marina Monzó encarnó a su homónima protagonista con vitalidad juvenil y supo huir de la ñoñez que amenaza a este personaje y que se acentúa en la puesta en escena de Bárbara Lluch, pues caracteriza una Marina adolescente y veleidosa. En lo vocal, la Monzó comenzó un tanto irregular el primer acto, quizás nerviosa con la voz deshilachada y la emisión sin afianzar. Mucho mejor en los actos segundo y tercero en los que el sonido se proyectó ya totalmente armado y liberado. Muy bien delineada la romanza «¡Oh grato bien querido!» y el exigente dúo con Roque. Estimable muestra de coloratura por parte de la Monzó, con apreciables notas picadas y larga cadencia con la flauta -situada en un palco de proscenio- en el Rondò final catárquico típico belcantista «Iris de amor» con el que termina la obra.
Por su parte, el Domingo día 13, Sabina Puértolas pareció moverse como pez en el agua en una Marina gazmoña y cursilona donde las haya. En lo vocal, después de afrontar nada menos que Anna Bolena en Oviedo, se apreció un centro algo cargado, pero la soprano navarro-aragonesa se mostró como la vocalista acreditada que es. Segura en la coloratura y el agudo, sin la lozanía, penetración tímbrica y facilidad de la Monzó, bien es verdad, pero fiable, afrontó la versión más central y corta -con el solista de flauta en el foso- del rondò final de manera, si no brillante, sí convincente.
Juan Jesús Rodríguez e Ismael Jordi en la ópera Marina del Teatro de la Zarzuela
La experiencia belcantista de Celso Albelo -que ya protagonizó la ópera de Arrieta en el coliseo de la Calle Jovellanos en 2013- resulta fundamental para el papel de Jorge y su habitual modelo Krausista se tornó en compulsiva emulación en un papel en el que el divino tenor canario sentó cátedra. El papel es muy agudo, incluidas las abundantes notas de la tradición, con lo que Albelo demostró que, a pesar del repertorio cada vez más pesado que está afrontando últimamente, aún se mueve con facilidad por las alturas, incluido el sobreagudo al final de «Feliz morada» y una nota propia de Arturo de Puritani, papel muy frecuentado por él, en la conclusión del concertante del segundo acto. La buena línea canora, sentido del legato y fraseo de raíz belcantista de Albelo no faltó en su Jorge, destacando las medias voces de «Feliz morada» y «En las alas del deseo». Un tanto envarado en escena, su Jorge más que devorado por la desilusión amorosa, pareció asediado por una profunda angustia opresiva. Muy distinta la encarnación de Ismael Jordi el día 13, más desenvuelto sobre las tablas y con su personal savoir faire. En el aspecto vocal, su sonido más modesto, pero bien proyectado, ayuno de squillo y sin la dimensión al sobreagudo de Albelo, se enalteció por un fraseo siempre singular, personalísimo, variado y fantasioso, mediante el que el tenor jerezano crea un discurso canoro envolvente, que siempre capta la atención del oyente y cautiva al público.
La presencia de Pietro Spagnoli entronca con la tradición de cantantes italianos que, años ha, afrontaban con naturalidad el repertorio lírico español. El barítono romano ha centrado su carrera en el repertorio buffo y su material vocal no destaca ni por el brillo, ni la riqueza tímbrica. Su Roque, en la representación del día 10, con un buen español, salvo algún detalle suelto, fue siempre intencionado, variado de acentos y resaltó el contraste cómico, de este misógino al que un desengaño amoroso ha vuelto en descreído finisecular y azote del género femenino. En otra dimensión vocal, por supuesto, se movió el Roque de Juan Jesús Rodríguez, acreditado barítono Verdiano y una de las voces más destacadas de su cuerda en el panorama Mundial. Aunque el sonido ha perdido algo de brillo y concurre perceptible vibrato, la belleza, empaste y nobleza baritonal del onubense, así como su siempre imponente presencia escénica, engalanaron a un Roque, ya impactante desde su «Con turbión de recio viento amanece la alborada» del cuarteto del primer acto. A destacar también, la buena química con Jordi en el celebérrimo brindis, así como las seguidillas y tango-habanera del tercer acto. Su afinidad con el flamenco afloró en «La tierra tiene sus buques».
El bajo Javier Castañeda cuenta con cierto empaste y color propio de su cuerda, la pena es la emisión totalmente retrasada, engoladísima, que hipotecó, ya desde el famoso «Yo tosco y rudo trabajador…», su línea canora. Si sacara esa voz fuera, podría destacar en una cuerda en la que, con excepción del gran José Mardones, ha dado poco lustre a la gloriosa escuela vocal española. En la función del día 13, el siempre sólido Rubén Amoretti, buscó los detalles y acentos en un Pascual bien perfilado vocal y escénicamente.
Cumplieron de sobra los secundarios, desde Ángel Rodríguez y Rodrigo Álvarez como capitán Alberto), a Graciela Moncloa como Teresa y Román Fernández-Cañadas, que se hizo oír en su breve intervención.
El repertorio belcantista romántico del que bebe Marina es terreno conocido y afín a José Miguel Pérez-Sierra que, a falta de mayor inspiración y contrastes en una dirección musical más bien vulgar, destacó por el buen acompañamiento al canto, fundamental en este contexto y por el apreciable rendimiento obtenido a una Orquesta de la Comunidad de Madrid, que manifiesta progresos, excepto en una cuerda siempre demasiado débil. Notable el coro por empaste y musicalidad.
La puesta en escena de Bárbara Lluch se sostiene sobre una escenografía de Daniel Bianco, elegante y más que grata a la vista, que logra crear muy vistosas postales a lo largo su desarrollo. En la escena de la lírica actual, se agradece mucho un montaje que no agrede la vista del espectador, más bien la seduce. A destacar también el bello vestuario de Clara Peluffo, aunque demasiado ostentoso para algunos personajes que no son señoritos, precisamente. Coro y figurantes se ven obligados en demasiados momentos a realizar gestos ridículos, algo habitual en la escena de la ópera actual debido a la obsesión por la presencia constante de movimiento, justificado o no, sobre el escenario. Marina está caracterizada como una adolescente aniñada y caprichosa y Jorge parece el protagonista de El Castillo de Kafka, aunque como he señalado en cada caso resultó distinto según cada intérprete. En definitiva, no parece que la nueva puesta en escena añada nada a la anterior de Ignacio García, pero eso sí, este nuevo montaje de Bárbara Lluch, además de su atractivo visual se desarrolla, elegante y con buen gusto, de forma eficaz y sin extraños inventos, totalmente fuera de lugar en una trama sencilla y simple en una obra en que lo fundamental es que el canto fluya en las mejores condiciones.
Ambas representaciones se saldaron con gran éxito por parte de un público, que llenaba el teatro los dos días.
Fotos: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
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