Por Rubén Martínez
28/04/14. Oviedo. Teatro Campoamor. Emilio Arrieta: MARINA. Sonia de Munck, Antonio Gandía, Luis Cansino, Simón Orfila, Gerardo Bullón y otros. Oliver Díaz dir.musical. Ignacio García, dir. de escena.
Transcurrido el ecuador de la presente temporada de zarzuela en el Teatro Campoamor llega el turno a la producción de Marina, una de las obras más emblemáticas de Emilio Arrieta, con dirección escénica de Ignacio García y desempeño musical a cargo de la Orquesta Oviedo Filarmonía capitaneada por el joven maestro ovetense Óliver Díaz. Esta producción fue estrenada en el Teatro de la Zarzuela madrileño el pasado año, contando con un buen número de representaciones, que tuvieron lugar entre los meses de marzo y abril, y reuniendo a un triple cast de lujo que aglutinó a muchas de las mejores voces españolas del momento. Incluso fue emitida en diferido por La 2 de Televisión Española hace unos meses, con el canario Celso Albelo y la granadina Mariola Cantarero como protagonistas.
La escenografía, a cargo de Juan Sanz y Miguel Ángel Coso, es ciertamente de corte clásico, y funciona mejor en el segundo y tercer actos que en el primero, algo apelotonada, sobre todo gracias a la iluminación de Paco Ariza, que consigue su mejor momento en la escena del astillero. La dirección escénica de Ignacio García no se distingue por ninguna innovación digna de mención, de hecho es redundante en algún que otro recurso ya bastante trillado como el pescador del foso y tampoco consigue especial fluidez en los movimientos de los solistas, excesivamente medidos y previsibles siendo algo mejor en la disposición de las masas corales.
La prestación de la Oviedo Filarmonía ha estado algo por debajo de lo esperado, con evidentes fallos en la sección de viento-metal y cierta falta de empaste en algunos pasajes. El maestro Oliver Díaz parecía querer obtener de la formación una mayor graduación de intensidades y dinámicas que las que realmente emergieron del foso. Díaz pertenece a ese tipo de directores que desbordan pasión en el atril y que parecen querer tener un control casi absoluto de todo lo que ocurre debajo y encima del escenario. Se evidencia su fuerte implicación con los solistas vocales, con los cuáles parece respirar y hasta sirve de apuntador. No dudamos que esta faceta inspire seguridad y apoyo a algunos cantantes pero en nuestra opinión el protagonismo debe estar sobre el escenario y la labor de un director debiera ser algo más discreta, teniendo en cuenta que en más de una ocasión se escuchaban en demasía los sonidos emitidos por el propio maestro, algo que pareció corregir tras el descanso.
La madrileña Sonia de Munck asumió el rol de Marina, un papel más endiablado en su escritura vocal que en su densidad dramática. La soprano sigue luciendo una figura envidiable y una lozanía vocal fuera de toda duda que se puso en evidencia desde su exigente comienzo “Brilla el mar engalanado” continuado por el “Pensar en él” y “Ah! Ya sus ojos”. El instrumento es de volumen adecuado y corre por la sala con un resuelto registro grave y un ascenso al sobreagudo de elevada eficacia, haciendo todas las puntature posibles y cerrando su actuación con un “Iris de amor” muy solvente. Quizás nos gustaría encontrar en su voz una mayor dosis de dramatismo y densidad en algunos pasajes así como una coloración algo más variada en los acentos aunque, como decimos, son pocas las objeciones que se pueden poner a su actuación.
Antonio Gandía, tenor nacido en Crevillente, se subía a las tablas del Teatro Campoamor tras haberse tenido que retirar de la producción de Don Pasquale de la pasada temporada ovetense por problemas de salud. Cuando tuvimos ocasión de escucharle el rol de Jorge en las funciones madrileñas nos sorprendió su seguridad y dominio del personaje. En esta ocasión su interpretación ha ido de menos a más consiguiendo sus mejores momentos en el brindis del tercer acto y en el terceto siguiente, con un pasaje “En las alas del deseo” de muy notable factura. Comenzó algo más frío e inseguro en “Costas las de Levante” y “Al ver en la inmensa llanura” aunque siempre valiente y sin escabullirse de ninguno de los agudos con los que la tradición aconseja coronar su papel, obteniendo mejores resultados en unos que en otros, algo fijos y tirantes. Los modos canoros de Gandía beben de forma evidente de la escuela de Alfredo Kraus especialmente en la forma de atacar las notas graves, la articulación general del texto y un planteamiento de la zona aguda con la clásica regulación creciente en intensidad marca Kraus. No obstante la zona media y el primer agudo ofrece alguna reminiscencia del joven Jaime Aragall. Su prestación global se puede calificar como de muy notable siendo uno de los más refrendados por el público en los saludos finales. Si Gandía pudiese encontrar un estilo más personal y no tan vinculado a los modelos ya comentados creemos que ganaría en seguridad y confianza.
El Roque del veterano en estas lides Luis Cansino volvió a ser fiel a sí mismo. Su personalidad sobre el escenario es incuestionable tanto en lo referente a su desenvolvimiento escénico como en sus planteamientos canoros. Cansino hace su Roque y lo conoce a la perfección. La voz se proyecta con autoridad e incluso de forma insultante en la zona aguda, con sus característicos portamenti que podrían llegar a ser molestos en un personaje más elegante o noble pero no aquí. Cansino es sinónimo de seguridad y solvencia siendo aplaudido con mucha intensidad al final de la función.
El menorquín Simón Orfila, habitual del coliseo ovetense, sigue mostrando su óptimo estado de forma incluso en un rol como el Pascual que ofrece pocas oportunidades, por no decir ninguna, de verdadero lucimiento. La articulación resuelta y la proyección siempre suficiente lo acompañaron durante toda la representación. Solvente en “Yo tosco y rudo trabajador” Orfila consiguió los mejores momentos cuando plegó y reguló su instrumento, así por ejemplo en “Ah!, perdona si mi dicha me parece una ilusión” ofreciendo su verdadera intuición y sentido del canto.
Sobresaliente el Alberto de Gerardo Bullón, quién sacó lo mejor de su breve cometido con un instrumento cálido, rotundo, proyectado y de agradable color así como mucho más que dignas las breves intervenciones de Yolanda Secades como Teresa y de Rubén Díez como marinero. La Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, bajo la dirección precisamente del mencionado Rubén Díez, cuajó una interpretación de gran nivel a pesar de ciertas descompensaciones en el empaste de las diferentes cuerdas y algunos ataques algo imprecisos.
Al igual que ocurrió en Madrid se volvió a ofrecer la partitura en edición crítica de la musicóloga Maria Encina Cortizo con dos números rescatados del estreno de la obra como ópera en el Teatro Real en 1871, ambos localizados en el segundo acto: el bello y exigente dúo de Marina y Roque y la sardana con la que se celebra el compromiso de Pascual con Marina.
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