UN TRIUNFO CLAMOROSO
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 15/03/13. Marina, de Emilio Arrieta. Director musical: Cristóbal Soler. Director de escena: Ignacio García.
Era mucha la expectación suscitada a raíz del estreno de Marina en el Teatro de la Zarzuela. Se presentaba la versión original que se estrenó en el Teatro Real de Madrid en 1871, con tres repartos de cantantes españoles de primer orden, muchos de los cuales llevan varios años deleitando al público en los más prestigiosos coliseos líricos del mundo. Día de estreno, y por ende, renombrados artistas de la profesión, tales como Maria José Montiel, Francisco Corujo, Oliver Díaz, Carmen Romeu, Badel Albelo, Pilar Jurado o Enrique García Asensio, se reunieron para presenciar la primera función de este título, que permanecerá en cartel hasta finales del mes de abril.
Es de agradecer que minutos antes del comienzo, se dedicara la función a la memoria del maestro José María Collado, fallecido hace escasos días. El reparto estuvo encabezado por la soprano granadina Mariola Cantarero, la cual, desde su vertiente más belcantista, suplió con creces el exigente reto vocal de su personaje. La cantante, fiel a si misma y con un instrumento que cada vez le permite acometer papeles de mayor dramatismo (ahí tenemos su reciente debut como Linda di Chamounix en el Liceu, o su Violetta en el Maestranza de Sevilla), desgranó con gusto la difícil partitura del maestro Arrieta.
No es de extrañar que la propia soprano declarara hace unos días en la rueda de prensa que cantar el papel titular de esta ópera era similar a acometer tres Lucias. Las exigencias en el grave, con repentinos saltos de octava hacia el agudo, lo convierten en un cometido arduo. De Mariola Cantarero conocemos sus bazas, esto es, una inusitada capacidad para filar y atacar las notas altas en piano, sin ningún tipo de fisura ni quebradura en la voz. Si bien se percibe el tan característico, a la vez que acusado vibrato, no repercute en una capacidad técnica que se ha ido labrando con el paso del tiempo, y que le permite recrearse en las agilidades, propias de una lírico-ligera con facilidad para la coloratura. Esto se pudo percibir en el dúo con Roque, número rescatado para la ocasión, y más aún, en la romanza final "Iris de amor", que incluye una cadenza con la flauta muy similar a la que encontramos en la donizettiana Lucia di Lammemoor, que la soprano resolvió con unos trinos de buenísima factura y unos pichettati sólidos, que mantienen redondez en la madurez de su carrera.
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