Crítica de Pedro J. Lapeña de los conciertos de Marin Alsop y Thomas Guggeis con Maxim Vengerov y Franz Peter Zimmermann en el Konzerthaus de Viena
El futuro ya está aquí
Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena, 08-XII-2022, Konzerthaus. ORF Radio-Symphonieorchester Wien. Maxim Vengeriv (violín), Rinat Shaham (mezzo). Directora musical: Marin Alsop. Música para cuerdas, trompetas y percusión de Grażyna Bacewicz. Concierto para violín y orquesta nº 1 en re mayor, Op. 19 de Sergei Prokofiev. Sinfonía nº 1 "Jeremías" de Leonard Bernstein. Viena. Konzerthaus.
Viena, 09-XII-2022, Konzerthaus. Wiener Symphoniker. Frank Peter Zimmermann (violin). Director musical: Thomas Guggeis. Concierto para violín y orquesta en re mayor de Igor Stravinsky. Sinfonía nº 3 en La menor "Escocesa" de Felix Mendelsshon.
En una Viena gélida, con miles de turistas que deambulaban por sus calles y mercadillos durante el puente de la Inmaculada, y consecuentemente con muchos agentes comerciales ataviados con pelucas a lo Haydn o Mozart a su caza y captura para ofrecerles conciertos de ínfima calidad a precios desorbitados, tuvimos la oportunidad de asistir en el Konzerthaus a dos conciertos de primer nivel. Y es que para el aficionado a la música sinfónica, y yo diría que para el turista accidental que busca algo más que un Danubio azul o una Marcha Radetzky de segunda fila, la capital austriaca está llena de opciones sin tener que pasar por la famosa Filarmónica de Viena. La función principal de ésta es sentarse cada tarde en el foso de la ópera, y su temporada de conciertos es breve: solo 10 programas diferentes durante el año, con varios de ellos que se dan en interminables giras por todo el mundo. Como el año tiene 52 semanas, y además casi todas sus localidades son de abono, lo que dificulta en gran medida asistir a sus conciertos, otras agrupaciones son las encargadas del día a día de la actividad sinfónica de la ciudad. La Sinfónica de Viena es la orquesta que interpreta el gran repertorio -con series de conciertos tanto en el Musikverein como en el Konzerthaus- mientras que la orquesta de la radio -la ORF Radio-Symphonieorchester Wien- como es habitual en estas agrupaciones, sin abandonar el repertorio tradicional, se zambulle en obras mucho más novedosas tanto desde el punto de vista de la creación actual como de la interpretación de otras menos frecuentes. Esta pasada semana ha sido un ejemplo claro de ambas cosas, teniendo además el atractivo añadido de reencontrarnos con Maxim Vengerov y Franz Peter Zimmermann, dos de los violinistas más reconocidos de los últimos 30 años.
La orquesta de la radio tiene quizás la programación más atractiva para un melómano inquieto. Si decimos que el Concierto nº 1 para violín de Prokofiev era la obra de repertorio habitual, lo estamos diciendo todo. Maxim Vengerov, el magnífico violinista que con solo 18 años nos dejó boquiabiertos con un increíble Concierto para violín de Sibelius junto a Yuri Temirkanov en un Prom de 1992 que retransmitió en vivo Radio Clásica, y que durante su mejor época encabezó el firmamento violinístico mundial durante cerca de 20 años, hace ya varios que descendió de ese podio. Pero es evidente que el que tuvo retuvo, y el bueno de Maxim nos demostró que aun estando en una cierta decadencia, sigue por encima de la mayoría de sus colegas. Si en su día, Vengerov nos obsequiaba con un violín centelleante, vibrante y virtuoso, ahora nos sorprende su capacidad de cantar y su sensibilidad musical absolutamente apabullante, que puso de manifiesto desde el arranque del Andantino, y sobre todo en un Moderato final de quitar el hipo. En el Scherzo intermedio, vivacísimo Vengerov nos recordó a él mismo años atrás, quizás con un poco menos de volumen que antaño pero con una energía chispeante y una limpieza extrema. Modélico el acompañamiento de la orquesta y de una Marin Alsop con la que exhibió una conexión y una complicidad extrema. A tanto llegó, que tras los aplausos y bravos con los que terminó la obra, directora y orquesta le acompañaron en la Meditación de Thays, de Jules Massenet, donde se explayó a gusto, cantando y haciendo sonar el violín con una densidad y una sensualidad única, y con una belleza arrebatadora. Como mencioné anteriormente, un Vengerov lejos de su mejor época es aún capaz de dejarnos con el corazón en un puño.
La velada había comenzado con uno de esos músicos que podemos llamar de enciclopedia -hemos leído sobre ellos pero rara vez hemos escuchado algo de ellos-. La violinista y compositora Grażyna Bacewicz es sin duda junto a Ignaz Jan Paderewski, Karol Szymanowski o su contemporáneo Witold Lutoslawaki, uno de los nombres más representativos de la música polaca. Violinista de prestigio -llegó a venir de gira por España en las décadas de los treinta y cuarenta- a partir de 1954 se dedicó exclusivamente a la composición y a la enseñanza cuando un accidente de tráfico la obligó a dejar el violín. Su Música para cuerdas, trompetas y percusión compuesta en 1958 es un ejemplo claro de la vanguardia polaca de esos años. Aun hoy suena moderna y atractiva, pero alejada de la “inteligentsia musical” que emanaba de Darmstadt. La obra, de contenido expresivo y dramático, con disonancias que impactan e incluso con ciertos acordes dodecafónicos, es una obra viva y espontánea que recuerda en parte a Lutowslawaki y al primer Shostakovich. La directora neoyorquina nos descubrió la obra con una claridad meridiana no exenta de tensión. Las cuerdas sonaron intensas y suntuosas, mientras las trompetas, que se situaron al fondo del escenario, hicieron un excelente ejercicio de sonido y precisión. Los percusionistas tuvieron un trabajo arduo que solventaron de manera brillante.
Si la tarde iba sobre ruedas hasta ese momento, lo mejor estaba por llegar. La Sinfonía nº 1, Jeremías de Leonard Bernstein, compuesta entre 1939 y 1942, nos muestra a un Lenny juvenil y pujante, con una madurez musical impropia de un veinteañero. Vive una juventud loca. pero que no puede -ni probablemente quiere- escapar de su entorno religioso. Y es que, aunque él no fuera lo que podemos llamar una persona creyente en el sentido de un Bruckner o un Messiaen, el judaísmo sí fue su germen cultural, al que dedicó no solo una vida de compromiso con Israel y su Filarmónica, sino también mucha de su música, y especialmente, sus tres sinfonías. Además, Bernstein era consciente del pavoroso destino de los judíos en la Europa de 1942.
Marin Alsop no solo fue alumna de Bernstein sino que en la actualidad es, junto a Alan Gilbert, la única directora de orquesta que lo toca de manera habitual por todo el mundo. La interpretación fue modélica con una orquesta que se tornó más flexible y ágil. Alsop hizo una excelente labor de construcción, modelada en un fraseo volcánico propio de un Bernstein de fuertes emociones ardientes, pero donde el dominio de la forma está siempre presente, interconectando los 3 movimientos entre sí. Si en el primer movimiento, Profecía, Alsop tiró de preciosismo orquestal, el conflicto que nos sugiere el Scherzo - Profanación, con sus ritmos complejos que nos vienen a anticipar esas primorosas danzas del West Side Story, fue mostrado con toda su crudeza por la Sra. Alsop. Tras perfilar con maestría el caos sonoro, nos sumergió casi sin darnos cuenta en el sublime y etéreo movimiento final, donde nos impresionó la mezzo israelí Rinat Shaham, de voz homogénea en todos sus registros, transmitiendo de manera ejemplar los versos en hebreo de Jeremías, del Libro de las Lamentaciones.
Al día siguiente fue el turno de la Sinfónica de Viena, Frank Peter Zimmermann, y Thomas Guggeis, una de las batutas más esperanzadoras de la actualidad. Si hasta el año pasado hablábamos de una firme promesa, en este año podemos decir que se ha terminado definitivamente de consolidar. Fajado en varios teatros alemanes, desde 2020 ha sido asistente de Daniel Barenboim en la Staatsoper berlinesa donde según me cuentan no deja de sorprender día a día. A tal punto que tras sustituirle en varias ocasiones desde su enfermedad, en octubre pasado se hizo cargo de uno de los tres ciclos del Anillo del Nibelungo -los otros dos los ha hecho Christian Thielemann- que el bonaerense ha tenido que cancelar este otoño, y ahora hará lo propio a primeros de febrero en la Semana Mozart de Salzburgo. En Viena, en poco más de un año le hemos visto versiones excepcionales de Peter Grimes, La ciudad muerta, Salomé y Ariadna en Naxos, e incluso dentro de otro estilo, acaba de hacer una Traviata que sin llegar a esos extremos, ha sido también muy interesante. Este concierto tenía el atractivo añadido de verle por fin en una sala de conciertos, y con una orquesta con la que no había debutado.
El Concierto para violín y orquesta en re mayor de Igor Stravinsky, que copó la primera parte del programa fue decepcionante. Ni Franz Peter Zimmermann, cada vez con menos sonido y con un fraseo mas pobre, ni la orquesta, plana y mustia, lejana al sonido del ruso estuvieron a la altura. Guggeis trató de que todo estuviera en su sitio, dando múltiples entradas, pero aquello no acabó de levantar. Tras dos salidas a saludar de cortesía, nadie pidió propina.
Todo cambió, y de qué manera en la segunda parte, con una versión brillante, diáfana e incandescente de la Sinfonía Escocesa de Felix Mendelsshon. Estrenada en Leipzig en 1843, sus primeros esbozos datan de 1829 en pleno viaje por las Islas británicas. Tras embarcarse en otros trabajos, la dejó de lado durante varios años, retomándola en 1841 y terminándola poco después en Berlín. Es una sinfonía llena de conflictos y tensiones, y aunque la idea original partió de la impresión que le provocó el paisaje escocés, la obra tomó vida propia llevándonos por una retahíla de sombras sin fin, hasta uno de los finales más alegres y festivos que jamás compuso el compositor hamburgués. Una de las cosas que mas llaman la atención son las introducciones lentas de cada movimiento que se interpretan sin pausas, dando una idea de unidad -casi de un gran poema sinfónico- bastante novedoso es su tiempo.
Thomas Guggeis se manejó como pez en el agua en esta obra tan compleja. El planteamiento del Andante con motto inicial nos sumergió de entrada en la campiña escocesa. Sonido cristalino y tensión adecuada en la lenta introducción, que van creciendo según nos adentramos en las brumas escocesas con un fraseo cada vez más cálido de las cuerdas y con un rubato -del que cada día estamos más ayunos- que estalló en los dos temas centrales donde se mascaba la tensión, relajada en parte al final del desarrollo, pero que, en la exposición final previa a la coda volvió a sonar flamígera. La tensión ya no se relajó hasta la coda, brillante y exaltada, que se fue difuminando hasta retomar el lento tema inicial, perfilado con un sonido bellísimo de maderas y cuerdas, que nos condujo lentamente al Scherzo. Deslumbrante el fraseo de maderas y metales en la vivísima melodía escocesa, donde Guggeis los llevó al límite aligerando el sonido de manera excepcional. Sin necesidad de extremar dinámicas, la entrada del Adagio fue de una claridad diáfana para ir ganando hondura e intensidad en el coral posterior y sus repeticiones donde los vientos parecen llorar de melancolía arropados por las cuerdas. Bellísima la parte final rota por el attaca con el que entramos al Allegro vivacísimo final, donde Guggeis y la orquesta se lanzaron a una carrera desbocada, con un sonido espectacular a través de las distintas secciones. De nuevo un rubato intenso, de trazo preciso, nos llevó al glorioso coral final, donde, con cambio de tonalidad incluido -de La menor a La mayor- Guggeis acabó de un plumazo con todas las tensiones y las sombras que arrastrábamos para deslumbrarnos con un final exuberante como pocos en el que la orquesta dio de sí todo lo que le pidió y quizás algo más.
La respuesta del público fue inenarrable, concluyendo entre vítores y aplausos, con cinco salidas a saludar, algo muy a reseñar cuando se trataba su debut en el Konzerthaus. A partir del próximo mes de septiembre, para verle tendremos que viajar con mas asiduidad a Frankfurt, donde ejercerá durante los próximos cinco años como Generalmusikdirektor, aunque parece que muy pronto empezará a oír cantos de sirena desde Viena y desde Berlín.
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