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Crítica: Marin Alsop y Denis Kozhukhin en el Konzerthaus de Viena

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
2 de febrero de 2023

Crítica de Pedro J. Lapeña Rey del concierto de Marin Alsop y Denis Kozhukhin con la ORF Radio-Symphonieorchester Wien en el Konzerthaus de Viena

Marin Alsop y Denis Kozhukhin en el Konzerthaus de Viena

Descubriendo el pasado

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Konzerthaus. 28-I-2023. ORF Radio-Symphonieorchester Wien. Denis Kozhukhin  (piano), Yeree Suh (soprano). Directora musical: Marin Alsop. La pregunta sin respuesta y Sinfonía nº 2 de Charles Ives. Concierto para piano y orquesta y Tres arias de El gran macabro para soprano coloratura y orquesta de György Ligeti. 

   Como ya hemos comentado en reseñas anteriores, la temporada de la orquesta de la radio austriaca, la ORF Radio-Symphonieorchester Wien, en el Konzerthaus es oro puro para el melómano inquieto. En esta ocasión un programa con dos de las mentes más innovadoras de sus respectivas épocas: Charles Ives y György Ligeti.

   El caso de Charles Ives es paradigmático. Nació en 1874, empezó a componer desde muy joven, se ganó la vida -y muy bien- como financiero en el sector de los seguros, y tras sufrir un par de infartos antes de cumplir 50 años y con la salud algo deteriorada, dejó de componer pero no de revisar sus partituras de juventud, hasta su muerte en 1954. Fuera de los circuitos habituales en aquellos años, su música fue ignorada y sobre todo incomprendida. Sin embargo, cuando en Europa Gustav Mahler era el único que flirteaba con la línea roja de la atonalidad, y la Segunda escuela de Viena ni estaba ni se la esperaba, Ives innovaba experimentando con armonías politonales, la polirritmia y cierta música aleatoria.

   Un ejemplo de esa experimentación con ritmos y sonidos que fue su fuente de inspiración es La pregunta sin respuesta, obra de 1908 que Ives revisó entre 1930 y 1935. Es una especie de paisaje cósmico, donde tres grupos de instrumentos -una orquesta de cuerda, dos trompetas, y cuatro flautas se plantean la eterna cuestión de la existencia. Las cuerdas, situadas fuera de escena, tocando en pianísimo y casi imperceptibles, crean el fondo musical sobre el que la trompeta -situada también fuera del escenario- pregunta en seis ocasiones, y las flautas responden. Mientras la pregunta -una preciosa melodía tonal- siempre es la misma, las respuestas -siempre atonales- difieren sin ponerse de acuerdo y cuando la pregunta se formula por séptima vez, no se obtiene respuesta. 

   En las anteriores ocasiones que he visto la obra en vivo, cuerdas y flautas se han situado en el escenario mientras la trompeta se situaba en alguna tribuna lateral. En esta ocasión, Marin Alsop siguió al pie de la letra las instrucciones de Ives y fue mas allá. Salió al escenario solo con las cuatro flautas dejando las cuerdas fuera de la sala, lo que complicó la recepción de la obra ya que el balance sonoro sufrió. Las cuerdas fueron demasiado imperceptibles, a lo que hay que sumar que mucha parte del público, al ver la situación tan extraña que se creó, empezó a cuchichear y no se calló del todo hasta que escuchó la primera pregunta de la trompeta. Una vez repuestos de la sorpresa, pudimos disfrutar de esta obra inusual con una ejecución primorosa de todos.

   Ives trabajó mas de una década -de 1897 a 1909- en su Segunda Sinfonía, donde consigue una atractiva simbiosis entre las melodías populares de Nueva Inglaterra y la música europea del momento, con citas a obras de Brahms, Bruckner o Mahler. Un poco a la manera de este último, en la obra se adentra el hombre común y su vida cotidiana. La obra tardó casi medio siglo en estrenarse -Leonard Bernstein la estrenó el 22 de febrero de 1951 con la Filarmónica de Nueva York- y Ives, que casi nunca asistía a los estrenos tardíos de sus composiciones pero sí los escuchaba por la radio, no hizo esta vez una excepción. Crítica y público coincidieron en la enorme calidad que atesora la obra, pero a pesar de ello no se ha programado con frecuencia. Y salvo el genial Lenny que la llevó por todo el mundo con diferentes orquestas, solo Michael Tilson-Thomas, Alan Gilbert y ahora Marin Alsop la han programado con cierta frecuencia. Está claro que los directores europeos siguen dando la espalda a América, aunque nos encontremos con obras de este calibre.

   Marin Alsop arrancó la lenta introducción con la que se abre la obra con un fraseo idílico, sostenido principalmente en la calidez de las cuerdas y el intenso aporte de las trompas, que nos llevaron sin solución de continuidad al Allegro, de tono campestre y popular que recuerda sobremanera al Mahler de las primeras sinfonías.  Alsop y la orquesta cantaron en el movimiento intermedio, rebosante de melodías populares norteamericanas e himnos de iglesia de corte sacro donde sobresalió el fraseo del violonchelo y del flauta solista. Ives retoma el tema del movimiento inicial en el cuarto aunque cargando mas las tintas. Alsop exprimió de nuevo a las cuerdas. El movimiento final, con un tono jovial y muchas dosis de humor, emergió directamente de aquí ahora ya con toda la orquesta. Los diversos temas surgieron uno tras otro de la orquesta, sobre todo de unas trompas ampulosas y de unas flautas bucólicas, Algunos de ellos eran muy pegadizos y en mas de uno escuchamos toques militares. El final desembocó en un auténtico torbellino donde cuerdas y metales superpusieron un tema tras otro hasta el divertido acorde final, disonante a mas no poder. La orquesta y la directora se lo pasaron bomba entre tanta marcha y contagiaron la alegría a un público que en su gran mayoría desconocía la obra - en el Konzerthaus solo se había hecho previamente una vez- pero que la recibió entre fuertes ovaciones. 

   Al igual que Ives fue uno de los compositores mas innovadores e influyentes en el primer tercio del S.XX, György Ligeti lo fue de la segunda mitad. Marin Alsop trajo a escena su concierto para piano y las tres escenas de su -anti-ópera El gran macabro. El primero, compuesto en los años 80, es quizás su obra concertante más difundida. Exprime como pocas todas las tímbricas del instrumento con un alto nivel virtuosístico no solo del piano sino de toda la orquesta con especial relevancia en la percusión. Ligeti lo describió como su credo estético, y es una de las obras que mas le costó siquiera empezar, con multitud de intentos fallidos, que solo superó tras componer sus complejos Estudios para piano. Quiso alejarse de la armonía tradicional y del cromatismo, dejando atrás tanto la tonalidad como la atonalidad, pero huyendo también de las redes de la vanguardia con sus restricciones y convenciones. El final de la primera versión en solo tres movimientos no le convenció del todo, por lo que tras su estreno le añadió los dos movimientos finales, donde hay silbidos y látigos que evocan el miedo y la opresión en el cuarto para concluir la obra con un Presto luminoso en el que recuperamos la ilusión.

   Una década antes, Ligeti había compuesto su única ópera El gran macabro, basada en la obra de 1934 de Michel de Ghelderode La Balade du Grand Macabre (1934), ejemplo máximo del teatro del absurdo donde conviven lo grotesco, lo cómico y obviamente lo absurdo. Uno de los personajes es el jefe de la Gepopo, la policía política secreta, encarnado por una soprano coloratura. Años después, en 1991, el compositor inglés Elgar Howarth, responsable del estreno mundial de la ópera en Estocolmo en 1978, extrae y arregla sus tres arias en una versión para orquesta de cámara. A Ligeti le gustó tanto el arreglo que un año más tarde lo arregló ahora ya para gran orquesta. El texto es un disparate estridente, con exceso de histerismo y una tesitura imposible para la soprano, y donde tanto el director de orquesta como los miembros de la orquesta hacen varias frases. La obra ha tomado cuerpo en los últimos años desde que la gran artista canadiense Barbara Hannigan la ha interpretado en Berlín, Paris o Londres.  

   La soprano coreana Yeree Suh no llega al nivel de la Hannigan pero su planteamiento escénico fue formidable, interpretando a un jefe de policía chillón con su porra, su gorra de plato y su vestido corto que parecía salido de una película sadomasoquista. Marin Alsop y los músicos también parecieron disfrutar sumándose a la fiesta, como antes habían hecho en el concierto para piano junto al ruso Denis Kozhukhin que exhibió sus altas dotes técnicas y su compromiso con el lenguaje contemporáneo. El público recibió ambas piezas con gran efusividad y nos quedaron ganas de seguir descubriendo obras de Ives y de Ligeti en el futuro.

Foto: Konzerthaus de Viena

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