Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 28-X-2018, Teatro Real. Las voces del Real. Mariella Devia, soprano. Oberturas y escenas finales de Anna Bolena y Maria Stuarda, ambas de Gaetano Donizetti. Con la colaboración de Sandra Ferrández, Javier Franco, Alejandro del Cerro, Emmanuel Faraldo y Gerardo Bullón. Orquesta y Coro titulares del Teatro Real. Dirección: José Miguel Pérez-Sierra.
Este «Hasta siempre» a Madrid por parte de una cantante tan extraordinaria como Mariella Devia -dentro de su progresiva despedida de los escenarios- tiene connotaciones especialmente emotivas para quien firma estas líneas, pues desde 1990, en que la ví por primera vez sobre un escenario –Elvira de I Puritani-, ha sido una cantante fundamental en mi trayectoria como amante de la ópera. En estos 28 años he podido disfrutar en vivo de unas 35 actuaciones de la soprano italiana incluidos la mayoría de sus grandes papeles. Entre ellos, por supuesto, las tres Reinas Tudor de Donizetti, aunque esta llamada trilogía (nunca estuvo en mente del autor crearla como tal) en realidad, es una tetralogía, pues la olvidada ópera Il castello di Kenilworth también tiene a la monarquía inglesa y concretamente Isabel I, como protagonista. Esta obra podrá verse el próximo mes de noviembre en el Festival Donizetti de Bérgamo y los lectores de CODALARIO tendrán la oportuna reseña de la misma.
Seguramente sea España el lugar, después de Italia lógicamente, en el que Mariella Devia ha cantado con más asiduidad. Ciñéndome a Madrid y después de una Konstanze de El rapto en el Serrallo en 1988 en el Teatro de la Zarzuela, ofreció I Puritani en 1990 y Lucia di Lammermoor en 1994, dos de sus grandes creaciones y de las que dejó dos interpretaciones memorables. Ya en el Teatro Real, un recital en 2001, su única Marguerite de Fausto en 2003, Roberto Devereux en 2015 y una única función de Norma en 2016. Reseñar asimismo diversos recitales como los ofrecidos en el Instituto italiano -Palacio de Abrantes- y en San Lorenzo de El Escorial.
Dado que la gran soprano italiana ya había brindado al público del Teatro Real su creación completa de Isabel I de Inglaterra en Roberto Devereux (Nápoles 1837), eligió para este concierto de despedida las escenas finales de las otras dos reinas de la así llamada trilogía de la monarquía inglesa, Anna Bolena (Milán, 1830) y Maria Stuarda (Milán, 1835), las cuales terminan en el cadalso. Uno de los «derechos» de las primedonne de la época era su escena de salida y la final, es decir, el privilegio de terminar las óperas con una gran escena de lucimiento, en las que el talento musical combinado con un gran instinto y sabiduría teatral de maestros como Donizetti, posibilitaron que la exhibición vocal puramente virtuosística fuera acompañada de una gran carga dramática.
Tanto el libretista Felice Romani, como el compositor Gaetano Donizetti, escasamente interesados en el rigor histórico, centrados totalmente en la creación de un melodrama vivo con personajes interesantes y situaciones de gran fuerza teatral y en el que jamás decayera el interés y la tensión, diseñan una reina Anna Bolena como víctima de la tiranía, caprichos y abuso de poder de su esposo Enrique VIII. Donizetti crea el papel en plena colaboración con la mítica primadonna Giuditta Pasta destinataria del mismo, constituyendo Anna Bolena el primer éxito rotundo del genio de Bergamo. Un título que después del olvido, vería su reexhumación en el siglo XX en la voz e insuperable estatura dramática de la simpar Maria Callas.
Manifiesta el gran especialista donizettiano William Ashbrook, que la obertura de Anna Bolena es la mejor de toda su producción. No terminó de hacerle justicia la interpretación de la Orquesta del Teatro Real con José Miguel Pérez Sierra al frente. Uno es consciente de la escasez de ensayos con el que suelen abordarse estos recitales, pero apenas algún momento de buen pulso no compensó la articulación borrosa y la escasa finura de la ejecución. A continuación, la gran escena final de la ópera –en el que la protagonista pasa por momentos de delirio alternados por otros de lucidez- con el típico coro introductorio, el recitativo «Piangete voi?» el hermosísimo cantabile «Al dolce guidami» en el que la infeliz reina, antes de marchar al cadalso, evoca sus días felices de juventud en su castillo natal (Hever Castle), así como su relación amorosa con Lord Percy. El delirio en la espléndida «Cielo, a' miei lunghi spasimi» basada en una canción popular inglesa («Home, sweet home») y finalmente, la cabaletta «Coppia iniqua», toda una una invectiva - por mucho que hable de perdón, clemencia y merced- frente a la pareja Enrico y Giovanna Seymour, una pieza con coloratura expresiva, di forza, que expresa el estado febril y agitado del alma de Bolena. No se sabe qué admirar más si la salud vocal que aún presenta la Devia a sus 70 años, fruto de una carrera presidida por la seriedad y la sabiduría, sin concesión alguna a divismos exhibicionistas y en la que nunca ha forzado su instrumento, o bien su perfecta emisión y técnica insuperable. Un timbre, algo desgastado lógicamente, pero aún más que sano, un legato y control de la respiración deslumbrantes con los que desgranó las frases de «Ah dolce guidami» con dominio total de la regulación del sonido y para culminar en la gran escala ascendente previa al final de la pieza con una maestría, no por conocida, menos impactante. La Devia, siempre sobria, contenida, pero expresando todo mediante el canto, a través de los acentos más que por la garra o la extroversión y sin forzar lo más mínimo en las notas graves que nunca tendrá, logró dar temperatura dramática a la vibrante cabaletta conclusiva con una impecable reproducción de la coloratura. Ni que decir tiene que los ascensos fueron de alta nota, destacando el muy expuesto -con salto interválico- en la palabra «infiorato» del recitativo.
Ni Friedrich Schiller, autor de la pieza en que se basa la ópera Maria Stuarda, ni por supuesto, Gaetano Donizetti y su libretista Giuseppe Bardari pretendieron el más mínimo rigor histórico y nos dibujan una Stuarda inocente, prácticamente una mártir y con una gran superioridad moral sobre una despótica y vengativa Isabel de Inglaterra. Ese flamígero enfrentamiento entre las dos reinas, la católica Stuarda y la protestante Isabel I, nunca se produjo en realidad, pero atinadamente Donizetti y su libretista lo recogen de Schiller creando una escena memorable de melodrama, que constituye el clímax de la ópera. Después de diversos incidentes con la censura Napolitana (durísima en esos momentos bajo la dinastía borbónica) que obligó a retirar la obra y estrenarla con otro título, Maria Stuarda pudo representarse en el Teatro alla Scala (1835) con protagonismo de la mítica María Felicidad García, María Malibrán. Para la ocasión, Donizetti compuso una obertura, cuya intepretación en este concierto tampoco se apartó de la vulgaridad. Al menos, Pérez Sierra, falto también de tensión, se mostró solvente y eficaz como acompañante. Maria Stuarda es a priori y a pesar de la tesitura central –propia de lo que los italianos llaman un soprano usurpato- pensada para la Malibrán, el papel de la trilogía más adecuado a la Devia por el temperamento sumiso, sufridor, de víctima, que diseñaron los autores y por una escritura llena de cantilene ideales para su arte de canto. En ese sentido, la Devia nos delineó magistralmente la plegaria con acompañamiento de coro «Deh! tu di un’umile preghiera», en la que emitió una larguísima nota mantenida varios compases, muestra de sus impresionantes técnica y control. La cabaletta final «Ah! Se un giorno di queste ritorte» sella esa superioridad moral de la Stuarda, pues, antes de ser decapitada perdona a su rival y exhorta a sus partidaros a renunciar a cualquier tipo de venganza. Ni que decir tiene, que la Devia la escanció fantásticamente, con variaciones en la segunda estrofa y culminada por un sobreagudo de estupenda factura.
Teniendo en cuenta la escasez de ensayos, cabe apreciar la labor cumplidora del coro, así como la colaboración de los demás cantantes entre los que destacaron la calidad del material del tenor Alejandro del Cerro, ardoroso y entregado como Leicester (vibrante su «Iniqui tutti! Temete un Dio»), la voz resonante, noble y viril de Gerardo Bullón como Lord Cecil (adecuadamente ominoso en ese reiterativo «S’avanza l’ora») junto a unos correctísimos Sandra Ferrández, Javier Franco y Emmanuel Faraldo.
El público, entre el que se encontraba la eminente Teresa Berganza, otra cantante excepcional y sabia como pocas, dedicó innumerables vítores y ovaciones a la Devia sin lograr la propina deseada. Estamos ante una cantante que nunca se ha lanzado sin red y si pensaba que no iba a alcanzar el nivel de su propia autoexigencia, mejor no ofrecer encore alguno. Por mi parte, un profundo agradecimiento a Mariella Devia por tantas fabulosas noches de ópera y gran canto. Se despide la última reina del bel canto junto a Edita Gruberova y me temo, que detrás de ellas, nos queda un erial. Tanti auguri Donna Mariella!
Foto: Javier del Real
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