Por José Luis Temes
A día de hoy, la vida y la obra de María Rodrigo (Madrid, 1888 – San Juan de Puerto Rico, 1967) siguen necesitadas de un buen estudio musicológico en profundidad. Pues aún permanecen en la bruma muchos aspectos de su vida, especialmente los referidos a los 28 años que vivió en su doble exilio americano. A ello hay que añadir que de su obra compositiva en América no se ha conservado prácticamente nada, y que gran parte de su producción anterior a la guerra está hoy perdida, con pocas posibilidades de recuperación. Además, el que falleciera soltera y sin descendientes directos –al igual que su única hermana-, tampoco favorece la reconstrucción actual de su vida y su obra.
Bien es verdad que el hecho de que dicha hermana, Mercedes Rodrigo, fuera una psicóloga e intelectual de vida muy relevante, sí nos posibilita seguir el periplo de ambas; pues las hermanas Rodrigo caminaron siempre de la mano, y bien puede aplicárseles con rigor la frase de que “sólo la muerte las separó”.
MARÍA RODRIGO nació en Madrid el 20 de marzo de 1888. Era, por tanto, doce años menor que Falla, séis que Turina y dos que Julio Gómez. Su infancia transcurrió en un entorno culto y amante de las letras. Su hermana pequeña, Mercedes, se titularía en Psicología por el Instituto Rousseau, de Ginebra –algo insólito en una mujer española de su tiempo- y los expertos la consideran no sólo la primera psicóloga española sino una de las figuras más relevantes de la historia de esta especialidad.
Junto a los estudios ordinarios, María cursa con asombrosa velocidad los de piano con José Tragó en el Conservatorio de Madrid, que concluye en 1902 –es decir, a los 14 años de edad- con Premio Fin de Carrera, lo que nos permite hablar de una verdadera “niña prodigio”; años después la veremos años como pianista no sólo en escenarios españoles sino de varias ciudades europeas. Después de su titulación centra sus estudios en la Composición, en la clase de Emilio Serrano, que concluirá ya en 1911.
La Junta de Ampliación de Estudios, que tanto hizo por la puesta al día de las artes y las ciencias en la España de la época, becó por dos veces a nuestra compositora, lo que le permitió continuar sus estudios de composición y orquestación en Francia, Bélgica y sobre todo en Alemania. En Múnich sería alumna de AntonBeer-Wallbrünn y de Richard Strauss. Disponemos de un testimonio oral que nos contó la amplia sintonía entre María Rodrigo y Carl Orff, su condiscípulo en aquellos años, especialmente por la inquietud de ambos en la pedagogía y la popularización de la música clásica. Pero el estallido de la Primera Guerra Mundial precipitó el regreso de María a España, sin poder concluír el último curso de su beca.
Esta etapa de doctorado en Alemania fue singularmente fecunda para Rodrigo, ya que, entre otras obras menores, en esta época compuso -al menos- dos obras orquestales (Impresiones sinfónicas y Mudarra), el Cuarteto de cuerda (1912), el Quinteto para piano y vientos (1913) y dos obras escénicas: la zarzuela Diana cazadora y la ópera en un acto titulada Becqueriana, aunque esta ultima debió ya ser escrita -o quizá concluída- ya después de su regreso a España.
En los veinte años siguientes, hasta el inicio de la guerra española, Rodrigo repartirá su actividad entre sus conciertos como pianista, el ejercicio de la docencia y su carrera compositiva. En cuanto a los primeros, la vemos anunciada en numerosos conciertos de cámara y como acompañante de cantantes de Lieder, género poco cultivado entonces en España. La actividad docente fue una constante preocupación para María Rodrigo, y no sólo en cuanto profesora de Conjunto Coral en el Conservatorio de Madrid, sino en cuanto difusora de la música clásica entre los ciudadanos. Fue una fervorosa directora de varios coros en la capital y divulgadora del arte musical por todos los medios a su alcance.
En cuanto a su trabajo como composición, tres éxitos notables en apenas dos años situarán a María Rodrigo entre los nombres más prometedores de la creación musical española de su tiempo. El sevillano Joaquín Turina mantuvo una gran amistad y admiración con nuestra protagonista, y ello explica quizá la fuerte presencia que “lo andaluz” tendrá siempre en su música. Probablemente fue él quien le presentó a los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero-también sevillanos-, quienes le proporcionarían el libro para la que con toda probabilidad fue la gran obra de María Rodrigo, que vio la luz en abril de 1915:la ópera Becqueriana, en un solo acto. Otro día de gloria de María, ya en el género orquestal puro, será el triunfal estreno de sus Impresiones sinfónicas (1917) en el ciclo madrileño de Conciertos Populares del Teatro Price, que auspiciaba el Círculo de Bellas Artes de la capital. Fueron intérpretes la Orquesta Filarmónica de Madrid bajo la batuta de Bartolomé Pérez Casas. Las críticas fueron excelentes. Pero fracasó, sin embargo, en dos zarzuelas estrenadas en Apolo.
También a través de Joaquín Turina ingresaría Rodrigo en 1920 en la compañía del Teatro Real, como pianista concertante.
Entre otras obras orquestales que salieron de su pluma en estos años, sin duda la que alcanzó mayor difusión fue Rimas infantiles (1930), una pieza didáctica –o mejor, divulgativa- para que los nuevos oyentes escucharan en versión orquestal las canciones que todos habían cantado al corro en sus juegos de infancia. En sus propios conciertos tocaba con mucha frecuencia otra pieza de éxito seguro: La copla intrusa (¿1931?), luego orquestada. En el terreno vocal, el ciclo Ayes, para soprano y piano, fue su obra más difundida.
Ni María ni Mercedes Rodrigo habían ejercido actividad política alguna en los años anteriores a la guerra española, pero su vinculación a los círculos intelectuales y republicanos les planteó una situación muy incómoda conforme avanzaba la guerra. De tal manera, ya en 1939, pero antes del fin de la contienda, las dos hermanas piensan en el exilio. Su primer destino no es Colombia (como figura en casi todos los estudios antiguos sobre María Rodrigo), sino Suiza, lo que resulta verosímil por haber realizado allí Mercedes sus estudios unos años atrás. Pero residieron muy poco tiempo en Ginebra, porque de 1941 es ya una noticia fidedigna que nos informa de la presencia de las hermanas en Bogotá.
Al igual que el gobierno mejicano, el colombiano acogió con solidaridad a los refugiados de la guerra de España. La actividad de Mercedes es frenética y relativamente bien documentada hoy día. En cuanto a nuestra compositora, sabemos que en estos ocho años en Bogotá impartió clases en al menos tres centros docentes de la ciudad: el citado Gimnasio Moderno, el Conservatorio Superior y el Instituto Superior para Señoritas. De sus trabajos compositivos tenemos sólo noticia de la suite Fábulas (sobre textos de Rafael Pombo) y de otras dos obritas dirigidas a los niños: los ballets La cenicienta (1941) y La carta, el guante y la rosa (1945), todas perdidas hoy día, salvo un breve fragmento pianístico de la primera.
Pero las revueltas de 1948 en la capital de Colombia –conocidas como “el bogotazo”- dieron como consecuencia una reacción ultraconservadora en el país, hostil contra personas como las hermanas Rodrigo. Que toman una vez más el camino del exilio, esta vez hacia Puerto Rico, un país que ya acogía a gran número de exiliados españoles. Al llegar a San Juan, María cuenta 60 años y Mercedes, 58.
No hemos mencionado que en todos estos periplos desde que abandonaron España, las hermanas Rodrigo se vieron acompañadas y asistidas por José María García Madrid, un personaje fundamental en la vida de ambas, pero cuya influencia real no es fácil reconstruir hoy día. Era notablemente más joven que ellas y al parecer estudió Medicina en la Universidad de Bogotá, convirtiéndose en un médico reputado. Cuando los tres tuvieron que huir de Colombia, él se adelantó a Puerto Rico para facilitar los trámites a las hermanas, a las que volvió a recoger a Bogotá. Él posibilitó también los viajes de Mercedes a Estados Unidos, Rusia otros países, aunque no sabemos si María les acompañó o no.
María Rodrigo vivirá ya en San Juan de Puerto Rico hasta su muerte, 17 años después. Las hermanas se habían instalado –siempre con el ya reputado doctor García Madrid- en una pensión del barrio del Condado, regentada por una asturiana muy popular entonces, llamada Lola Tuya, donde se alojarían también Juan Ramón Jiménez y su mujer Zenobia Camprubí, María Zambrano, Pablo Casals, José de los Ríos, Francisco Ayala, etc. Sabemos que María fue en esta etapa profesora de solfeo y directora de varios coros; sabemos que auxilió a Pablo Casals en sus trabajos de fundación del Conservatorio de Puerto Rico, del que luego ella misma sería profesora; y sabemos de su presencia en los círculos artísticos de la capital. Pero muy poco sabemos sobre su faceta de compositora en esta etapa; probablemente ya nada o casi nada salió de su pluma.
María Rodrigo falleció en diciembre de 1967 (el entierro tuvo lugar el día 9, por lo que verosímilmente habría fallecido el día anterior), a poco de cumplir los 80 años de vida azarosa, honesta y dedicada a la cultura. En el obituario que publica el diario portorricense “El Mundo” se adjudica a nuestra compositora la autoría, entre otras, de nada menos que quince obras escénicas y varios conciertos para piano y orquesta, lo que probablemente es una exageración. Debe tenerse presente que en aquel momento Maria Rodrigo no conservaba ni una sola de sus grandes partituras de juventud. En su maleta guardaba sólo La copla intrusa y alguna de sus menores –aunque bellísimas- canciones para voz y piano. Murió, pues, sin la menor memoria documental de su labor creativa de más de medio siglo.
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