Crítica de la ópera María Moliner, de Parera Fons, un estreno absoluto del Teatro de la Zarzuela de Madrid.
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 15/IV/16. Teatro de La Zarzuela. María Moliner (Antoni Parera Fons sobre libreto de Lucía Vilanova). María José Montiel (María Moliner), José Julián Frontal (Fernando, su esposo), Sandra Ferrández (Inspectora del SEU/Carmen Conde), Juan Pons (Sillón B de la RAE), Sebastián Peris (Goyanes), Celia Alcedo (Emilia Pardo Bazán), María José Suárez (Isidra Guzmán y de la Cerda), Lola Casariego (Gertrudis Gómez de Avellaneda). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director Musical: Víctor Pablo Pérez. Director de escena: Paco Azorín. Estreno Mundial.
No parece a priori la figura de la lexicógrafa María Moliner la más adecuada para una composición para el teatro. Una gran mujer, sin duda, que con un impresionante esfuerzo contra viento y marea, luchando contra la incomprensión, torpeza y cerrilismo de un régimen autoritario y la misoginia imperante, logró la titánica labor de confeccionar un “Diccionario de uso del español” muy completo y que discutía al propio y “oficial” de la RAE.
La obra centrada en esa descomunal labor, las influencias de la misma en su relación conyugal, sus problemas con las autoridades del régimen y el desprecio, cuando no la burla, de la Real Academia, cuenta con una música de impecable factura e indudable oficio por parte de Parera Fons. Llena de influencias, de raiz “conservadora” para los “vanguardistas” y falta, quizás, de genuina inspiración y brillantez, pero de muy agradable escucha y con un tratamiento vocal atento a la palabra, pero un tanto plano. Asimismo, sin discutir el humano retrato de la protagonista, faltaron dosis de fuerza teatral, a la que quizás no se prestaba la historia, pero que podría haber venido del mayor aprovechamiento en ese sentido de dos situaciones. En primer lugar, la ocupación obsesiva por parte de la protagonista en la realización del diccionario que tiene como consecuencia el descuido de su relación conyugal y una cierta “preterición” de su esposo. En segundo lugar, ese deterioro cognitivo de Moliner en sus últimos años que le lleva a la pérdida paulatina de memoria y que podría haberse tratado con mayores dosis de dramatismo y emoción.
Lo esencial a destacar de este estreno Mundial ha sido el cuidado y seriedad con el que se ha abordado, es decir, que se ha apostado por la obra y por presentarla en las mejores condiciones, cosa que no ocurre siempre que se pograman nuevas creaciones. Empezando por la trabajada y muy adecuada producción de Paco Azorín centrada en la caracterización de los personajes, fundamentalmente en el de María Moliner, y una escenografía basada en una estructura metálica con la que va fluyendo apropiadamente la acción dividida en varias escenas asociadas a los momentos principales de la vida de la protagonista y con el soporte de proyecciones videográficas, seleccionadas con mesura y tino, nada excesivas.
El apartado musical también alcanzó un nivel respetable con un coro titular notable y un Víctor Pablo Pérez que, a falta de mayores refinamientos, acreditó buen oficio y trabajo responsable y solvente con la orquesta.
En el reparto cabe destacar el esfuerzo indudable de María José Montiel, protagonista absoluta con presencia casi perenne en escena. Como se sabe, estamos ante una soprano lírica con el agudo sin resolver que se ha pasado hábilmente a la cuerda de mezzo para desarrollar su carrera. Brillaron su buen gusto innato en el canto, el compromismo dramático, la impecable profesionalidad, frente a esa emisión siempre levemente calante, el registro agudo esforzado y agrio, una franja grave artificiosa y sin verdadera entidad y un fraseo compuesto, pero falto de incisividad. José Julián Frontal en el ingrato papel del marido de Moliner lució un timbre cada vez más hueco, atenorado y falto de mordiente. Cumplidora, musical, con unos medios vocales muy modestos, Sandra Ferrández en su doble cometido de inspectora del SEU y Carmen Conde, primera mujer admitida en la RAE, lo que no pudo conseguir María Moliner. Precisamente, el veterano barítono Juan Pons ofició de representante del referido organismo presentado como un ente reaccionario y machista, en una escena de las mejores de la obra, irónica, burlona, con ecos de ópera buffa, que el barítono menorquín escanció con una presencia sonora aún respetable y la personalidad de quien ha pisado los más grandes escenarios operísticos internacionales. Irreprochables todos los demás intérpretes, así como la abundante figuración.
Al público le gustó la obra y la interpretación, lo que demostró con abundantes aplausos.
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