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Crítica: Maria Joao Pires y la Orquesta Da Camera en el ciclo de La Filarmónica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
17 de febrero de 2021

Maestra

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 14-II-2021. Auditorio Nacional. Ciclo La Filarmónica. Serenata para cuerdas en do mayor, op. 48 (Piotr Ilitch Chaikovsky). Concierto para piano núm. 9, K.271, «Jeunehomme», Mozart. María Joao Pires, piano. Orquesta Da Camera.

   La tercera ola de la pandemia del Covid 19 ha afectado a la reprogramación del concierto inicialmente previsto para mayo del pasado año -en plena pandemia- y que tenía como protagonista a la eximia pianista Martha Argerich que, finalmente, canceló su participación en el mismo. Sin embargo, La Filarmónica se ha apuntando un gran tanto, al confiar la sustitución a otra grandísima pianista también veterana y gran maestra, Maria Joao Pires.

   El conjunto Orquesta Da Camera, fundado en 2013, está formado por un heterógeneo grupo de músicos de diversas procedencias, entre ellas, los los Cuartetos Casals, Gerhard y Quiroga junto a jóvenes músicos.


   Si bien la Serenata para cuerdas de Chaikovsky responde más a una concepción sinfónica  -«cuántos más músicos en la orquesta de cuerda más estará en conformidad con los deseos del autor» consignó Chaikovsky en la partitura-,  que a una camerística, como destaca Manuel Capdevila en su comentario del programa del concierto, la interpretación de la bellísima obra por parte de la Orquesta Da Camera tuvo una lógica impronta camerística, que se ajustó a las restricciones anti covid y obligada separación entre músicos, por lo que fueron sólo trece los que afrontaron la obra encabezados por la violín concertino Vera Martínez.  

   El sonido consecutivo de tres móviles impidió el comienzo del concierto, pues si el Covid ha limitado las toses –a ver quién se atreve a toser ahora-, la lacra en forma del ruido de los referidos artilugios sigue presente con toda su fuerza, desgraciadamente, en los eventos musicales. Desde el ataque inicial con dobles cuerdas en violines y violas pudo apreciarse un sonido de limitadas calidad, colorido, pulimiento y riqueza. Tampoco se apreció una especial compenetración en la formación, quizás debido a tan heterógenea procedencia. Algún buen detalle en cuanto a contrastes dinámicos y rubato en el vals del segundo movimiento no compensó un larghetto elegíaco apagado y sin vuelo alguno. Cierta viviacidad en el danzable cuarto movimiento no elevó más allá del calificativo de discreta la interpretación de la pieza chaikovskiana que abrió el concierto.


   Sea cual sea la identidad de la pianista dedicataria –ya sea «Jeunehomme» o «Jenamy»- de su Concierto para piano nº 9, lo cierto es que se trata del único de los 28 que Mozart compuso para dicho instrumento que no lo fue para interpretarlo él mismo. La colocación del piano, sin tapa, en vertical y con el teclado frente al público, produjo cierta inquietud en cuanto a la proyección del sonido, pero la inmediata entrada del solista en el primer movimiento la disipó, pues el sonido bellísimo, luminoso y aquilatado de Maria Joao Pires se colocó en el centro de la sala y se expandió flexible y moldeado con maestría. El cuidado fraseo fue perfecta expresión de la sensibilidad de la artista portuguesa, que desgranó con primor los diversos motivos y hermosas melodías que se suceden, así como los diálogos con la orquesta, engalanados con adornos, trinos, cruces de manos y dinámicas, que surgieron con la facilidad y limpieza propias de una gran técnica, así como la naturalidad fruto de una honda musicalidad.

   Pires, desde la concentración reflexiva y el poso del gran artista en la cumbre de su magisterio, delineó de manera exquisita, con todo su carácter plenamente cantabile y también su fuerza trascendente y emotiva el sublime Andantino del segundo movimiento. El tercero eleva a mayor cota si cabe la genialidad de Mozart en este fabuloso concierto, pues el habitual Rondò resulta interrumpido a la mitad del movimiento por un minueto lento. El contraste fue impecablemente destacado por la Pires, que desgranó los rápidos pasajes virtuosísticos con brillantez, transparencia y nítida digitación, pero sin exageraciones, dentro de una sobriedad acorde con el estilo mozartiano. De tal forma, que el minueto surgió a mitad del movimiento, sublime, elevado, fruto de una exquisitez artística acreditada durante décadas de una gloriosa carrera. A falta de una especial brillantez, el acompañamiento de Orquesta Da Camera fue plenamiente cómplice y colaborador. Como propina la Pires interpretó, con sus innatas elegancia y finura, un fragmento de un trío de Beethoven para piano, violín y violonchelo.

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