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Crítica: María Dueñas y Josep Caballé Domenech con la Sinfónica de RTVE

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Autor: Raúl Chamorro Mena
9 de noviembre de 2020

La estrella sigue en ascenso

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 6-XI-2020. Teatro Monumental Cinema. Concierto nº 1 del XXI Ciclo de Jóvenes Músicos de la ORTVE. Concierto para violín, op. 61 (Ludwig van Beethoven). María Dueñas, violín. Sinfonía nº 35, K. 385 “Haffner” (Wolfgang Amadeus Mozart). Orquesta Sinfónica de RTVE. Dirección musical: Josep Caballé Domenech.

   El primer concierto del XXI Ciclo de Jóvenes Músicos de la Orquesta Sinfónica de RTVE tenía como protagonista a la granadina María Dueñas, que a sus 17 años de edad se puede considerar ya una auténtica realidad en el ámbito actual de los grandes solistas de violín. Con un importante bagaje de triunfos en importantísimos concursos a sus espaldas se presentó en el emblemático ciclo Ibermúsica, justo hace un año, en el Auditorio Nacional, incorporada como solista en la gira de la Orquesta Nacional Filarmónica rusa bajo la dirección del que fuera magnífico violinista Vladimir Spivakov. En dicho evento, la joven granadina abordó el Concierto nº 1 de Niccolò Paganini, figura fundamental del virtuosismo violinístico y cuyas composiciones tantas alegrías le han dado a la violinista española. La obra referida permitió a la jovencísima artista demostrar su capacidad para «cantar» las melodías italianas, una proverbial seguridad y dominio del arco, así como un aquilatado virtuosismo. Mi compañero Francisco Zea Vaquero comentó el evento en este mismo medio en una crítica titulada «Ha nacido una estrella». Pues bien, la estrella sigue su camino ascendente.


   En esta ocasión en los atriles se encontraba el único concierto compuesto por Beethoven para violín, estrenado en 1806. Una obra más densa que exige, además, una mayor profundidad en el fraseo, unos acentos, un temperamento y una capacidad para batirse «de tú a tú» con una orquesta que gana en protagonismo y se pone a la altura del solista, a diferencia del papel esencialmente acompañador que detentaba hasta entonces. A ello hay que añadir su extensa duración, insólita, asimismo, para la época en lo que se refiere a una obra concertante. Esta genial creación Beethoveniana estuvo relegada unos años, ya que nadie era capaz de tocarla, hasta que el mítico violinista húngaro Joseph Joachim la colocó en su lugar y se convirtió en modelo y paradigma de todos los grandes conciertos románticos para violín.

   Después de la larga introducción orquestal en la que uno puede llegar a pensar que está sumido en el primer movimiento de una sinfonía y no en el pórtico de una obra concertante, la entrada del violín de María Dueñas nos impacta por su aplomo y seguridad, por el sonido generoso y de gran amplitud, así como el singular dominio del arco que le permite saltos de registro ejecutados con pasmosa facilidad. El fraseo, siempre musical y cuidado, dotado de innata elegancia, ganará, por supuesto, con los años en profundidad, contrastes y una mayor variedad de matices, pero el violín expuso con tanta musicalidad como aplomo la gran variedad de temas y subtemas, que se entretejen primorosamente en este primer capítulo de la obra. Hay que subrayar, asimismo, que Dueñas a sus 17 años, además de seguridad, muestra un temperamento, unos acentos, que permiten asegurar, que en muy poco tiempo podrá expresar toda la grandiosidad y tonos épicos de la pieza. En el sublime segundo movimiento faltó un punto de trascendencia y hondura introspectiva –no ayudó la anodina prestación orquestal, totalmente caída-, pero el violín escanció con serenidad, musicalidad y el lirismo que faltó en la batuta, el tema principal y sus variaciones. En el alegre y danzable Rondò, los pasajes vertiginosos no fueron problema alguno para María Dueñas, que, igualmente demostró sus destacadas dotes virtuosísticas en las dos cadencias, la del primer movimiento, y, especialmente,  la del tercero, que resultó deslumbrante. La dirección de Josep Caballé Domenech al frente de la orquesta de RTVE -con los músicos colocados con una separación exagerada, qué decir de esos vientos al fondo y protegidos por aparatosas mamparas de metracrilato- más allá de algunos momentos briosos y con cierto pulso, estuvo presidida por el trazo grueso y la ausencia total de sutilidad y matices. Ante los vítores del público, María Dueñas ofreció como propina un Bach de muchos quilates.

   El trazo grueso, la falta de delicadeza y refinamiento son billetes para el fracaso seguro cuando hay que enfrentarse a la música de Wolfgang Amadeus Mozart. En tal sentido, poco se puede decir de una Haffner cuya interpretación se cimentó en la rudeza, la falta de estilo y de transparencia, la tosca articulación, así como una plomiza grisura. Ejemplos palmarios de todo ello fueron un andante y un minueto de rudimentaria monotonía y destartalada rudeza.

Foto: Tam Lan Truong

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