La Banda Municipal llena el Auditorio de Castellón con su versión de los Camina Burana de Carl Orff
Carmina Burana de referencia en el Auditorio
Por Antonio Gascó
Castellón, 25-X-2022. Auditorio y Palacio de Congresos de Castellón. Carmina Burana de Carl Orff. Banda Municipal, Orfeón Universitario de Valencia. Solistas Saray García (soprano), Pascual Andreu (tenor) y Fran García (barítono). Director Marcel Ortega.
Pocas veces ha visto este comentarista tan «a reventón» la sala sinfónica del Auditorio de Castellón y muy en particular en conciertos de la Banda Municipal de la ciudad. Más de mil localidades se despacharon para escuchar los Carmina Burana de Carl Orff. No es extraño, la obra tiene un gran atractivo desde su estreno en 1937. De hecho, siempre que se ofrece en cualquier lugar del mundo, son muchos los entusiastas que abarrotan teatros y recintos musicales, para asistir a la audición.
Junto a la banda local, que goza del privilegio de ser una de las más prestigiosas de España, por la adecuación al repertorio sinfónico y en particular contemporáneo, intervino el Orfeón Universitario de Valencia, reforzado por otros grupos corales, de la Comunidad, contando el colectivo, con un total cercano a las 150 voces. Los solistas fueron Saray García (soprano), Pascual Andreu (tenor) y Fran García (barítono) y al frente de todos, el joven maestro, titular de la agrupación de viento, Marcel Ortega.
Los Carmina Burana son unos cantos goliardescos del siglo XIII, entonados sobre textos en latín, alemán y un francés macarrónico. Cantos que van desde el lirismo, a los ritmos satíricos, y de no poca sal gruesa y a momentos con exaltación gloriosa del heroísmo y la fortuna. Los contrastes son posiblemente el rasgo más identitario de la partitura. Orff, tomó como base los pergaminos medievales y les impuso una música en la que, si bien se mantenía el postulado de época, acentuó los ritmos, que exigen una percusión muy plural y protagonista. Unos nutridos orquesta y coro, dieron excepcional cumplimiento al reto.
Obra brillante donde las haya, se ofreció en una versión categórica llevada por la mano hábil, emocionada temperamental y sensitiva de Marcel Ortega, que tuvo que repetir dos veces más el «O fortuna», inicial y conclusivo, al finalizar la audición, valorada con resonantes ovaciones, por parte de una asistencia puesta, unánimemente, en pie. A quien esto escribe, que tiene especial devoción por la banda de su ciudad natal, desde que recibió sus primeras nociones de música de la mano del maestro Eduardo Felip, que fue el titular que elevó la categoría del conjunto a cotas de eminencia nacional, siempre le ha emocionado asistir a los conciertos y se ha complacido especialmente de los grandes éxitos, como el que refiero de anoche. Uno de los más referenciales de su centenaria historia.
Y bien vamos al «meollo» que es lo que cuenta. La obra amalgama textos con moralejas, con otros de sardónica procacidad, algunos con sensibilidad exquisita y la mayoría con cantos tabernarios procaces, chanflones y pedestres. El primitivismo de la música del inicio del gótico, se evidencia en la obra de Orff. Si el oído escarba en la base del motivo, resuena el gregoriano, el organum melismaticum; intervalos de octavas, cuartas, terceras, segundas, quintas, con hemiolias y diapentes. Esa base arcaica subyace, y a fe que la batuta supo manifestarla, en una versión cuidada tanto en los ritmos como en los poliacordes, las escalas modales y la homofonía. Son esos particulares los que conceden una personalidad tan singular e híbrida a la partitura del compositor muniqués.
Muy presente lo tuvo el director, en cuanto a relaciones sonoras de instrumentistas y voces, así como también en las muy diversas combinaciones de ritmos, en el uso de disonancias apoyando las sincopas y en el uso de disonancias acompañando las síncopas.
La banda lució con luz propia, y todos los instrumentistas dieron lo mejor de sí mismos en los colores sonoros, en la afinación y en la cuidada métrica de ritmos, e intérvalos consonantes. El coro por su parte demostró dominar muy bien la partitura que ha interpretado en numerosas ocasiones a lo largo de su dilatada historia, desde tiempos de Jesús Ribera y Eduardo Cifre. El ajuste de y calidad de todas las cuerdas, que en ocasiones solean por grupos canoros, la probidad de su solfeo, la conjunción de reloj suizo, la sensibilidad interpretativa y la entrega fueron los valores que conformaron el éxito de la noche. Y eso ya desde el incisivo contrapunto de «Fortune plango vulnera», con intensidades de pean, o la religiosidad salmodiada de los varones en «Veris leta» con compases de amalgamas 6/4, 1/2 y 24/4. Y de aquí a la dinámica de las sincopas en el goliardesco brindis de «In taberna» o en el stravinskiano «Sie Puer». El maestro llevó la obra con soltura y verdad ateniéndose a los dictámenes de la partitura tal vez huyendo de la grandilocuencia pesante de Eugen Jochum y acercándose al concepto de Christian Thieleman, Simon Rattle y André Previn.
El barítono canto con buena métrica y afinación, pero con emisión irregular, estuvo falto de timbre y aunque se encontraba cómodo en la región superior, padeció en los agudos del «Abbas».
El tenor, casi un contratenor, con voz no amplia pero si timbrada resolvió las exigencias de su arriesgada tesitura de su doliente «Olim lacus» con 3 do de pecho, otros tres re naturales sobreagudos y 9 si naturales … Y aquí la magia, todo ello compuesto sobre solo tres estrofas, respondido por un coro caricaturesco con intenciones jazzísticas.
La soprano coloratura de hermosa materia prima, aunque no grande, puso enamorada sensibilidad con el brillo diamantino en su aria «In truitina» y singularmente estuvo inspirada, sutil y etérea en los melismas de «Siqua sine», «Stetit puella», con su fraseo tan celestial como primoroso. En los tres compases de «Dulcissime» quedó manifiesto su gorgeo de coloratura.
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