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Crítica: Marc Minkowski dirige 'La Pasión según San Juan' de Bach para Ibermúsica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
9 de abril de 2017

RIGOR ESTILÍSTICO E HISTORICISMO SIN ALMA

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 6-4-2016, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. La pasión según San Juan (Juan Sebastian Bach -BWV 245, Edición Bärenreiter). Solistas: Laure Barras (soprano), Hanna Husáhr (soprano), Owen Willets (contratenor), Alessandra Visentin (contralto), Fabio Trümpy (tenor), Valerio Contaldo (tenor), Yorck Felix Speer (bajo), Callum Thorpe (Bajo). Les Musiciens du Louvre. Director. Marc Minkowski.

   Escuchar, como ha tenido oportunidad el que suscribe, una Misa Brevis de Bach en la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig, en la que el genial músico fue “cantor” desde 1723 a 1750, resulta un acontecimiento inolvidable. Fuera del templo ya se percibe su presencia, con el espléndido monumento a él dedicado, dentro del mismo, sus restos mortales y la pila bautismal con la que fue cristianado Richard Wagner; sus dos órganos, la disposición para sistema antifonal con doble coro, adecuada para “La Pasión según San Mateo”, una de las dos únicas Pasiones que se conservan completas de las 5 que compuso el músico alemán y prevista para doble coro y doble orquesta. No obstante, la que ocupa esta recensión es la menos popular e injustamente relegada “La Pasión según San Juan”, que también debería haberse estrenado en la Iglesia de Santo Tomás, pero, finalmente, vió la luz el Viernes Santo de 1724 en la de San Nicolás de la propia ciudad de Leipzig.  

   Sin embargo, el Auditorio Nacional de Música, apropiado para repertorio romántico y postromántico, no es el ideal, ni mucho menos, para que pueda sentirse la espiritualidad, recogimiento y trascendencia de esta música. Debutaba en el ciclo Ibermúsica Les Musiciens du Louvre –con su titular y fundador Marc Minkowski al frente-, agrupación fundamental dentro de la llamada corriente historicista en la búsqueda de las esencias del repertorio barroco con uso de instrumentos de época, aunque bien es verdad, que no se ha quedado ahí  y ha frecuentado otros repertorios, como el clasicismo, el francés decimonónico, Rossini y hasta Wagner.

   Por descontado que la propiedad estilística, el rigor musical y el virtuosismo de los músicos de la pequeña agrupación fue impecable con  destacadas intervenciones solistas, pero a la dirección de Minkowski, que tuvo sus momentos puntuales de nervio y vivacidad, le faltó esa tensión (no olvidemos la filiación operística de La Pasión según San Juan, particularmente nítida, respecto a la de San Mateo), esa progresión dramática de la acción premiosa que va narrando el evangelista y sin que tampoco concurriera esa suprema trascendencia y emotividad que se apodera del espectador, que lo conmueve y deja atenazado y sin respiración, incluidos los no creyentes. Tampoco ayudó el mediocre elenco vocal, cuyas carencias tímbricas y de presencia sonora no quedarían, lógicamente, tan a descubierto en otro tipo de recinto. Los ocho solistas también ejercieron la labor de coro (escasamente empastadas, bien es verdad) y entre ellos, destacó, Fabio Trümpy como Evangelista. Con una voz tenoril suficiente para este repertorio, bien emitida y grata de timbre, narró, -mediante el recitativo secco en que se basa su relato que hace avanzar la acción-, los hechos, con un fraseo bien trabajado, musicalidad intachable y acentos apropiados. La voz más amplia y sonora, dentro de este contexto, claro está, fue la del bajo Yorck Felix Speer, que interpretó a Pilatos y Pedro, montrando cierta intensidad en el arioso “Betrachte, meine Seel”.

   El otro bajo, Callum Thorpe, más abaritonado, fue un Jesús muy digno. Escaso interés el del otro tenor, Valerio Contaldo, de emisión retrasada y sin proyección. Insignificante el contratenor Owen Willets y de escaso relieve las voces femeninas, entre las que apenas destacó la musicalidad de la soprano Hanna Husáhr, una vocecita minúscula de timbre blanco y algún que otro sonido fijo. Anónimo el timbre de la supuesta contralto Alessandra Visentin que afrontó una de las gemas de la partitura, la conmmovedora aria “Es ist vollbracht!” sin emoción alguna, de manera impersonal y sin alma, a pesar de la notable prestación de la viola de gamba solista. Tan irrelevante como inaudible la soprano Laure Borras.

   Autenticidad, historicismo, propiedad estilística, rigor…, pero escasa emoción, tensión, transcendencia y espiritualidad, lo que en una obra como ésta es grave, al menos, en opinión de quien suscribe. Bien está despojar estos repertorios de los vicios de las interpretaciónes románticas, pero habría que analizar y debatir si debe ser a costa de perder la emoción y de asumir la presencia cotidiana de minivoces que, al mismo tiempo, son intérpretes anónimos, sin expresividad y sin alma.

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