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Crítica: Manuel López- Gómez dirige obras de Beethoven al frente de la Sinfónica del Principado de Asturias

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Autor: F. Jaime Pantín
23 de enero de 2017

                    MONOGRÁFICO BEEETHOVEN

   Por F. Jaime Pantín
Oviedo. 20-I-2017. Auditorio Príncipe Felipe. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA). Manuel López- Gómez, director. Leon McCawley, piano

   Con una nueva entrega del ciclo Orígenes, consistente en esta ocasión en un monográfico Beethoven, ofreció la OSPA el pasado viernes su quinto concierto de abono de la temporada. Potente programa compuesto por tres obras del compositor de Bonn, cada una de ellas emblemática en sus géneros respectivos: la Obertura Coriolano op.62, el Concierto para piano nº3 op.37 en do menor y la Séptima sinfonía en la mayor op.92. La orquesta, que en la cuerda contó con la participación de varios alumnos del Conservatorio Superior en virtud del convenio establecido por la Consejería de Educación y Cultura, estuvo dirigida por el director venezolano Manuel López- Gómez, actuando como solista el pianista británico Leon McCawley.

   La sonoridad beethoveniana forma parte de la base de cualquier orquesta consolidada y probablemente constituye uno de los puntos fuertes de la OSPA. La densidad y profundidad de una cuerda  que no pierde por ello la ductilidad necesaria en el complejo entramado polifónico ni la claridad articulatoria imprescindible para traducir los esquemas propios de la ortodoxia clasicista y que empasta de manera elocuente con una sección de vientos, maderas y metales de calidad ejemplar, con intervenciones individuales de alto nivel, hicieron sentir muy cómodo a Manuel López-Gómez, quien planteó a partir de estos mimbres unas versiones de proyección muy directa en las que lo emocional predominó sobre lo analítico a partir de la utilización de tempi sensiblemente rápidos que a veces rozaron lo trepidante, sin por ello hacer peligrar el control global.

   La Obertura Coriolano mostró su poder dramático, en una versión que combina de manera convincente el elemento épico y el lirismo con un trasfondo trágico y en la que, quizás, la precisión métrica pudo haber sido mejorable.

   La Sinfonía nº7 fue expuesta por el maestro venezolano de manera apasionada y sensible, en una lectura en la que el impulso rítmico cobra especial protagonismo, de forma muy visible en los dos últimos movimientos, tocados sin pausa a una velocidad casi desbordante. El famoso allegretto que supone el núcleo central de esta imponente obra, resultó quizás algo rápido también, en una exposición de gran belleza en la que probablemente no se alcanzó la serenidad suficiente para poder apreciar ese concepto de camino-vida que un compositor como Schubert mostrara tantas veces a partir de ese sempiterno ritmo dactílico que en este caso parece hermanar a ambos genios.

   El Tercer concierto es sin duda el más dramático de los cinco que Beethoven compuso. El único escrito en tonalidad menor, Do menor en concreto, tono emblemático para un compositor que sobre él elaboró algunas de sus obras de mayor aliento patético como la propia Obertura Coriolano, la Quinta sinfonía, la Séptima sonata de violín o las Sonatas para piano op. 10 nº 1, op. 13 (la famosa Patética) o la op. 111, última del ciclo.

   Leon McCawley se mostró como un pianista conocedor del lenguaje clásico, con una técnica precisa y solvente capaz de traducir de manera exacta los esquemas articulatorios, con un legato fluido y expresivo, unos trinos primorosos y un sonido redondo y cálido al que probablemente le faltó expansión en algunos momentos del concierto. El Allegro con brío  fue atacado en su entrada a una velocidad superior a la establecida por el director en la larga introducción orquestal, algo que se produjo en varias ocasiones a lo  largo de su interpretación y que restó estabilidad al conjunto. Se echó en falta un mayor rigor rítmico en un 1º movimiento que Beethoven escribió en compás de 4/4 en lugar del binario que, a partir de la vieja edición de Breitkopf & Härtel se popularizó, condicionando tantas lecturas posteriores. Las corcheas del tema principal pierden así su contención rítmica y, como dice Alfred Brendel, a una silla que necesita cuatro patas se le pide que se mantenga en pie con dos.

   El  bellísimo cantábile del Largo fue expuesto por el pianista británico a partir de la pedalización original, algo difícilmente asumible en un piano actual, produciendo una notoria borrosidad que anuló en parte la nobleza de unas armonías que deberían fundirse sin llegar a confundirse. Es sin embargo en este movimiento donde el pianista alcanza sus mejores momentos, consiguiendo un clima de nocturno y ensoñación  que aúna lo poético con lo preciosista, en magnífica conjunción con la orquesta.

   El Rondó Allegro, al igual que ocurre en la Sonata Patética, incide en la tensión dramática que en este caso se va diluyendo paulatinamente hasta desembocar en una coda en modo mayor, de espíritu casi bufo, siguiendo el modelo del concierto mozartiano en Re menor K466. Leon McCawley parece plantear la liberación vital ya desde el principio, imprimiendo un tempo muy rápido que tiende a ir en aumento a lo largo del movimiento, llegando a comprometer la transparencia de la ejecución. Su interpretación brillante fue muy aplaudida por el numeroso público asistente, forzando al pianista a un bis, el Preludio op.32 nº 5 de Rachmaninov, exquisito en su atmósfera levemente impresionista.

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