Por Albert Ferrer Flamarich
Barcelona. 5/III/16. L’Auditori. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Jean-Efflam Bavouzet, piano. OSV. Manuel Hernández Silva, director. Obras de Ravel y Rachmaninov.
Tras un inicio de año en el que grosso modo las intervenciones de la OBC fueron satisfactorias, el vigésimo programa de la temporada podría decirse que fue el más irregular. Con una combinación de obras cumbre Ravel y Rachmaninov, el venezolano Manuel Hernández Silva, actual titular de la Filarmónica de Málaga dirigió a la formación barcelonesa con resultados dispares. La Rapsodia española que abría el programa discurrió por cauces desdibujados –sobretodo en la rítmica de Malagueña-, de tiempos muy pausados –especialmente en Preludio de la noche-, y, en general, poco definida al que solo el brío del último movimiento le dio un toque epidérmico de color y vivacidad. Fue una lástima porque Ravel es un autor que debería programarse y trabajar más para profundizar en la finura de línea y el matiz de color.
Mejores resultados obtuvo el Concierto para piano y orquesta en sol con oportuna dosificación del sonido, prestaciones excelentes de algunas individualidades (trompa, flautas y oboes) y un solista excepcional, Jean-Efflam Bavouzet, especialista en repertorio francés. Técnicamente sorprendió con unos trinos muy bien ejecutados y ataques de antebrazo con codo alto de enorme fuerza. Expresivamente lo hizo con un poético inicio del segundo movimiento, un acrobático finale que despertó fervor entre los asistentes y un sabio idiomatismo a caballo de Stravinsky, Gerswhin y el españolismo de Falla logrando una interrelación estilística sin fisura, orgánica y personalísima. De propina: el infrecuente Gabriel Pierné, del que la orquesta debería incluir alguna composición en sus programas, y Debussy. Más lección de porqué es una referencia
Las Danzas sinfónicas de Rachmaninov cerraron un programa que claramente fue de menos a más. A pesar de que la partitura es una de las múltiples páginas que el firmante aborrece del compositor ruso, cabe destacar que Hernández Silva trabajó la expresividad en la cuerda, los pasajes solistas de maderas y saxofón, los acentos sincopados y matizando los estallidos orquestales de una obra que presentada con ideas y sensibilidad pero no desde su vertiente más estilizada. Una vertiente que hace soportable esta melopea orquestal aún con soluciones orquestales meritorias y recursos compositivos respetables.
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