Comienza el Festival Internacional de Música de Cámara «Málaga Clásica» dirigido por Jesús Reina y Anna Margrethe Nilsen, con un concierto que incluye obras de hauson, Ysaÿe, Vieuxtemps y Wieniawski.
A la sombra de Eugéne Ysaÿe
Por José Antonio Cantón
Málaga, 1-IX-2021. Teatro Echegaray. 01-XI-2021. IX Festival Internacional de Música de Cámara «Málaga Clásica». Distintas formaciones de cámara integradas por Koh Gabriel Kameda, Erzhan Kulibaev, Anna Margrethe Nilsen, Irene Ortega, Jesús Reina (violines), María del Mar Jurado Jiménez, Laura Romero Alba y Rumen Cvetkov (violas), Gabriel Ureña (violonchelo) y Antonio Ortiz (piano). Obras de Chauson, Ysaÿe, Vieuxtemps y Wieniawski.
Con el título «El arte del violín» se ha presentado el IX Festival Internacional de Música de Cámara ‘Málaga Clásica’ que codirigen los violinistas Jesús Reina y Anna Margrethe Nilsen con una marcada vocación por descubrir, difundir y valorar repertorio camerístico que no suele abundar en las salas de conciertos en relación al valor artístico del contenido de las obras para este evento elegidas. Su primer concierto ha tenido por título El legado de ‘El Zar’, a propósito de uno de los grandes violinistas de la historia, Eugène Ysaÿe, apodado “el zar” por su colega ucraniano el gran Nathan Milstein, dada su prodigiosa calidad técnica.
De este gran violinista belga se interpretó su Poema elegíaco, op.12 publicado en 1893 y dedicado al compositor Gabriel Fauré, obra con la que el autor ejemplariza cómo la creación musical debe sustentarse en una nueva valorización del virtuosismo, de ahí que tanto Reina como Ortiz tuvieran que emplear lo mejor de sus capacidades para esta obra inspirada en la shakespeariana tragedia de Romeo y Julieta, lo que queda reflejado en densa trascendencia de su fortísimo final.
Seguidamente entró en escena la música del polaco Henryk Wieniawski, uno de los mayores virtuosos del siglo XIX, comparable al mítico Niccolò Paganini. La excelente versión de una selección de sus Ocho estudios-caprichos para dos violines, Op. 18 determinó la extraordinaria conjunción de Reina y Nilsen, realidad que les llevó al mejor lucimiento.
El tercer genio en cuestión fue el también belga Henri Vieuxtemps, del que se interpretó su Dúo brillante en la mayor, para violín, violonchelo o viola y piano, Op. 39. El carácter heroico de su primer tiempo, Maestoso, quedó marcado por el temperamento musical del pianista malagueño Antonio Ortiz, que indicaba tal sentido al violinista de origen kazajo Erzhan Kuliabev y al violista búlgaro Rumen Cvetkov, antes de generarse un ambiente lírico en el Adagio que propició un precioso diálogo resaltado por la estratificada sonoridad de los dos instrumentos de cuerda empeñados en imponerse en sus alternantes intervenciones.
La obra de mayor trascendencia por complejidad y amplitud era la que ocupó la totalidad de la segunda parte de la velada: el Concierto para piano, violín y cuarteto de cuerdas en re, Op. 21 del compositor parisino Ernest Chausson que estrenó Ysaÿe, su dedicatario: por tal referencia y su valía musical hay que entender su inclusión en este programa. Su interpretación supuso el remate del tour de forcé que significó para Antonio Ortiz la primera jornada del festival. Salió más que airoso de tal empeño sabiendo desde el teclado amalgamar el carácter de una especie de concerto grosso romántico que se supone pudo estar en la mente del autor, fundiendo su elaborado sistema armónico y destacable estructura rítmica. La claridad del sonido del violín de Kameda y el particular color del violonchelo de Gabriel Ureña, completaban con el pianista el trío donde se sostiene la obra, envolviendo la atmosférica función sonora ambiental proveniente de Irene Ortega, María del Mar Jurado y Laura Romero, tres sólidas intérpretes de cuerda surgidas de la Academia Galamian de Málaga.
Con una impronta decidida se realizó el primer movimiento, produciéndose los elementos intervinientes en una alternante exposición temática de marcada agitación emocional. La siciliana que le sigue fue el tiempo más interesante por cómo todos entraron en una especie de ensoñación sólo contrastada por la singularidad tímbrica del piano. Un cierto estilo meditativo imprimieron al tercer tiempo, Grave, sustentado nuevamente por el acentuado cromatismo expresado por el pianista desde su responsabilidad polifónica, que habría de acelerarse en la animada velocidad del último movimiento, en el que Antonio Ortiz no dejó de resaltar las puntuales manifestaciones de los distintos motivos que habían aparecido a lo largo de la obra.
Con el mayor entusiasmo y gran compromiso por parte de todos, se ponía así fin a un pequeño homenaje a Eugène Ysaÿe y tres de sus amigos, que el festival ha querido hacer para resaltar su importancia en la historia del violín, constituyendo la primera entrega de otros cinco programas en los que se podrá disfrutar de la mejor música de cámara, teniendo como referencia a este instrumento esencial para entender su inestimable aportación a la evolución de la composición a partir del periodo barroco.
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