Distintas formaciones camerísticas integradas por: María del Mar Jurado, Alissa Margulis, Anne Margrethe Nilsen y Alexander Sitkovetsky (violínes), Tomoko Akasaka, Rasvan Popovici y Rumen Cvetkov (violas), Adolfo Gutiérrez, Natalia Margulis (violonchelos), Uxía Martínez (contrabajo) Antonio Ortiz (piano), Juan Crisóstomo Subiela (clarinete), Antonio Lozano (fagot) y Alexander Moustachiev (trompa) interpretan bras de Beethoven, Brahms, Mendelssohn y Tchaikovsky.
Repertorio de excelencia
Por José Antonio Cantón
Málaga, 09 y 10-06-2022. Teatro Echegaray. X Festival «Málaga Clásica»- Festival Internacional de Música de Cámara. Distintas formaciones camerísticas integradas por: María del Mar Jurado, Alissa Margulis, Anne Margrethe Nilsen y Alexander Sitkovetsky (violínes), Tomoko Akasaka, Rasvan Popovici y Rumen Cvetkov (violas), Adolfo Gutiérrez, Natalia Margulis (violonchelos), Uxía Martínez (contrabajo) Antonio Ortiz (piano), Juan Crisóstomo Subiela (clarinete), Antonio Lozano (fagot) y Alexander Moustachiev (trompa) Obras de Beethoven, Brahms, Mendelssohn y Tchaikovsky.
La cuarta y quinta jornadas del Festival ‘Málaga Clásica’ han estado dedicadas a formaciones integradas por un número creciente de intérpretes siguiendo el lema de crescendo, en el sentido de crecer, que la presente edición del Festival ha programado con la intención de ofrecer las distintas formaciones camerísticas antes de llegar al formato de ensemble o al de pequeña orquesta de cámara. Para ello ha escogido obras muy señeras del repertorio, que han dejado una visión didáctica muy completa de cada uno de los grupos.
Para entrar en el paso siguiente al cuarteto, bajo el título de ‘Diversión’, se ha ofrecido el Quinteto para piano y cuerdas en fa menor, Op. 34 de Johannes Brahms en el que fue determinante la intervención de Antonio Ortiz al piano, en esa difícil función de saber desempeñar una misión catalizadora, equilibrando el color de conjunto y las líneas melódicas de la obra. El estilo declamatorio determinó la interpretación del Allegro inicial, intercambiándose intenciones el violín a cargo de Alexander Sitkovetsky y el violonchelo activado por Adolfo Gutiérrez más el piano ennobleciendo su atractiva melodía. Su sugestivo final dejó la sensación de un alto grado de compenetración entre los músicos, llegando a su plenitud la violinista alemana Alissa Margulis y la violista japonesa Tomoko Akasaka, considerada una gran traductora del lenguaje musical contemporáneo, que impulsaron la enérgica conclusión de este primer movimiento. La oscilación melódica entre intervalos y su implemento rítmico fue la tónica de la versión del Andante antes del virtuosismo desplegado en el Scherzo, con el que se lucieron alternando modos tonales y superponiendo métrica ternaria a binaria pareciendo por momentos que podía descomponerse el discurso antes del trío, que orientaron hacia un solemne canto que apaciguaba tensiones anteriores. El complejo y multitemático tiempo final sirvió para que cada instrumento adquiriese sentido y razón de ser como transmisor de su extraordinaria emotividad, destacando la estratificación de voces en pos de tal cometido.
La segunda parte de la velada estuvo ocupada por el Sexteto de cuerdas en re menor, op. 70, “Souvenir de Florence”de Piotr I. Tchaikovsky a cuya interpretación se incorporaron Anna Margrethe Nilsen, Natalia Margulis y Rosvan Popovici. El efecto sonoro fue el de una pequeña orquesta dado el dinamismo que exhibieron los músicos, dejando la impronta de gran animosidad en el espirituoso allegro inicial; destacaron también en la densidad con la que afrontaron el Adagio subsiguiente, realizado con marcado sentido romántico, de modo especial el unísono de su parte central, así como ocurrió en ese análogo momento del Allegro moderato que supieron contrastar con la velada emocionalidad de su conjunto y, por último, desataron la alegría contenida en los movimientos anteriores generando una atmósfera de celebración desenfrenada al ofrecer en plenitud el carácter vivo del allegro final. El público respondió con un entusiasta aplauso y total entrega a los músicos.
En la siguiente jornada, titulada ‘Simbiosis’, fueron Beethoven y Mendelssohn los encargados en darle contenido. El primero con su famoso Septimino, Op. 20 y el segundo con ese doble cuarteto de cuerda que parece estructurar su Octeto, Op. 20, ambas en Mi bemol mayor. Adaptándose a los reflejos de corte clásico de este popular septeto, que tiene semejanza con las serenatas de finales de siglo XVIII, los intérpretes desarrollaron este carácter en un manifiesto deseo de que sus seis movimientos fueran un catálogo de los etilos de su época, dándole brío al allegro de su apertura, canto al Adagio, entre el clarinete y el violín, y gracia metronómica al minueto, haciendo delicias de sus dos tríos. Las variaciones del movimiento subsiguiente, sirvieron para el lucimiento de cada intérprete, antes de adentrarse en el vigoroso Scherzo en el que destacó el solo del violonchelista Adolfo Gutiérrez bien punteado por el fagot, para terminar con un Presto de puro virtuosismo, rubricando la belleza de esta obra por su elegante academia y reafirmación clásica.
Con renovado impulso, el violinista Alexander Sitkovetsky asumió la responsabilidad de concertino-director en la obra de Mendelssohn aglutinando voluntades y creando un arco de vinculación con el violonchelo de Gutiérrez que ahormaba la totalidad del grupo. Como ocurría en la obra de Beethoven se pudo intuir la sombra de Mozart revoloteando por el escenario, dada la clara influencia de una evolucionada Primera Escuela Vienesa que tiene esta obra. Sin entrar en detalles, se puede decir que su interpretación, a la que se incorporó María del Mar Jurado, muy aventajada alumna de la Academia Internacional Galamian de Málaga, dirigida también por los fundadores del Festival, fue todo un ejemplo de sentido orquestal, pudiéndose imaginar perfectamente el oyente su traslación a esa amplitud sinfónica que se esconde en sus pentagramas, como lo demuestra el hecho de que su tercer movimiento, Scherzo, fuera adaptado para orquesta completa por el autor como composición independiente en su presentación en Londres el año 1829. Y es que en el fondo, pese a su apariencia de cuarteto doble, como ha quedado dicho anteriormente, tiene ocho partes bien definidas que lo impulsan a un destino sinfónico.
Tal espíritu fue asumido por los músicos intervinientes, logrando un alto grado de excelencia en la construcción sonora de esta obra paradigmática dentro del proceso de expansión expresiva que se produjo en el periodo romántico. La intención didáctica que contenía su interpretación quedó sobradamente superada. Ante el interminable aplauso de público, ofrecieron el mencionado ligerísimo scherzo con un excelente cuido de su dinámica en piano y ritmo en staccato, demostrando todos una precisa técnica y una preciosa musicalidad.
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