Por Raúl Chamorro Mena
Ha fallecido en el día de hoy a la edad de 104 años la inigualable soprano Magda Olivero (Saluzzo, 1910), Con ella se va una de las más fascinantes fusiones entre transcendencia artística y suprema técnica vocal que haya dado el mundo lírico. La joven Maria Magdalena ingresó a los 18 años en la escuela de canto de la EIAR (germen de la RAI) como alumna del Maestro Gerussi. Debuta en Turín (Teatro Vittorio Emmanuele) en 1933 como Lauretta de Gianni Schicchi, comenzando con ello su simpar trayectoria como eximia pucciniana. Después de presentarse en el Teatro alla Scala en 1938, contrae matrimonio y se retira de la escena en 1941. Tras la Segunda Guerra Mundial, canta en hospitales y obras de beneficencia hasta que, en 1951, ante los insistentes requerimientos del compositor Francesco Cilea, vuelve a la escena con una triunfal Adriana Lecouvreur en el Teatro Grande de Brescia. El gran compositor consideraba que no había otra soprano que encarnara con tan perfecta verisimolitud, intensidad dramática y afinidad vocal a su genial criatura.
A partir de ese momento, retoma su carrera de manera triunfal por los teatros italianos y de fuera de la península. A La Scala retorna en 1958 con Adriana. En 1975 y a la edad de 65 años, se producirá su debut en el Metropolitan de Nueva York con un éxito apoteósico. Ya octogenaria, no era extraño verla en actuaciones memorables (sin ir más lejos en el Saló de Cent del Ayto de Barcelona en Noviembre de 1993 con ocasión del concurso Viñas), en que su gran técnica y arte transfigurado seguían provocando delirios entre el público, sorprendido quizás por estos modos interpretativos, en un mundo de la ópera cada vez más plano e impersonal. A destacar, asimismo, su faceta como Maestra, en la que era muy dura, pero lograba transmitir sabias enseñanzas a quién con humildad y ganas de aprender, se acercaba a las mismas. En el Teatro Real de Madrid ofreció unas inolvidables clases magistrales en 2004.
Destaca Rodolfo Celletti, que Magda Olivero desplegaba un fraseo soberbio por calor, variedad de inflexiones y penetración psicológica. Efectivamente, la Olivero era dueña de una técnica superlativa que le facilitaba un dominio total de la regulación del sonido, de los filados, pianisimos y la messa di voce, así como una resolución impecable del pasaje que le permitía agudos penetrantes, afilados, plenos de luminosidad y squillo. Su arte, transcendente, pleno de emoción, más bien transmutada en verdadera conmoción, basado en un temperamento único, se adaptaba como un guante a las protagonistas puccinianas, así como las de la Giovane Scuola en general o también llamado repertorio verista. Liù (referencial su grabación de 1938 junto a Cigna y Merli), Butterfly, Tosca, Suor Angelica, Minnie, Manon Lescaut, Francesca da Rimini (Su “Paolo, datemi pace” adquirió el rango de “frase de la Olivero”), Iris y especialmente, Adriana Lecouvreur, uno de esos casos de asociación total entre artista y personaje. Entre sus muchas grabaciones en vivo de esta ópera, destacar la del San Carlo de Napoles de 1959 acompañada, nada menos, que por Franco Corelli, Giulietta Simionato y Ettore Bastianini bajo la dirección de Mario Ross.
No se puede olvidar su interpretación del papel de Violetta, de La traviata (que interpretó en el Liceu de Barcelona en 1956 junto a Gianni Raimondi y Manuel Ausensi) y, particularmente, su incisión de 1939 de la gran escena del acto primero, probablemente la mejor de la historia. Unas creaciones, en definitiva, de una singular y personalísima intensidad dramática apoyadas en un fraseo tan refinado como contrastado e incisivo y en unos acentos, tan vibrantes como sutiles. Con todo ello compensaba un centro un tanto desguarnecido, falto de redondez y anchura y su famoso vibrato, tan criticado por muchos, pero con el que la propia artista, en su suprema inteligencia, potenciaba la tremenda y singularísima fuerza dramática de su arte.
Para el que escribe estas líneas se va una artista grandiosa, piedra angular de su amor a la lírica y que aquí completa, la que considero mejor interpretación de un aria por soprano en la historia del sonido grabado. Se trata del aria de Anna di Rethberg de la ópera Loreley de Catalani “Amor celeste ebrezza” en una grabación en vivo de 1960:
En el siguiente ejemplo, interpreta “Io son l’umile ancella” de su amadísima Adriana Lecouvreur, en la mencionada actuación de 1993, ¡con 83 años de edad!, en el salò de Cent del Ayuntamiento de Barcelona.
Decanse en paz y la loa más eterna a una artista única e irrepetible.
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