Crítica: «Madama Butterfly» en el Teatro Villamarta de Jerez

Demostración de musicalidad en conocimiento y oficio

Por José Antonio Cantón | Fotos: Esteban Abión
Jerez, 26-I-2024. Teatro Villamarta. Ópera, Madama Butterfly de Giacomo Puccini. Ainhoa Arteta, Cristina del Barrio, Javier Castañeda, Manuel de Diego, Enrique Ferrer, Nuria García-Arrés, Ángel Ódena y Mario Salas. Dirección de escena: Pablo Viar. Coro del Teatro Villamarta. Dirección musical: Carlos Domínguez-Nieto.

   Esta producción de la ópera Madama Butterfly ha resultado ser todo un ejemplo de superación de adversidades para su montaje musical por parte de Carlos Domínguez-Nieto, maestro madrileño curtido en sobrada experiencia operística adquirida en Alemania como director del Teatro de Ópera de Eisenach, ciudad natal de Juan Sebastián Bach, entre los años 2009 y 2015 y de la Ópera de Cámara de Múnich  de 2000 a 2005, de la que actualmente es el Principal Director Invitado. Se encontraba, cinco días antes de la primera representación de esta producción del Teatro Villamarta, sin la participación de la formación musical anunciada, la Orquesta Filarmónica de Málaga.

   Tal hándicap suponía de por sí una gran dificultad para el montaje de esta ópera en tan poco tiempo. Pese a tal circunstancia el trabajo desarrollado por el director musical ha sido encomiable con la ayuda de dos elementos fundamentales, la sutileza del planteamiento escénico de Pablo Viar, que volvía con esta ópera al teatro jerezano desde la representación que hubo en la primavera de 2019 y, sobre todo, la intervención de la soprano Ainhoa Arteta, que ha querido despedirse en esta ocasión del personaje principal de la joven japonesa Cio-Cio-San. Así, ha surgido un espectáculo que ha llegado a estimular la imaginación del espectador respecto a la historia que se desarrolla en esta tragedia lírica nipona de amor y traición, los dos estados de ánimo fundamentales que siempre Puccini quiso estuvieran presentes y que, por tanto, palpitan intensamente en sus temas musicales.

   Empezando por la protagonista, Ainhoa Arteta, hay que valorar el constante crecimiento de su actuación desde su aparición en la escena, adueñándose absolutamente de la tensionada psicología que contiene su personaje, al demostrar una vis dramática que acaparaba toda la atención del público. Así superó sobradamente el carácter de la voz femenina japonesa de una muchacha de entre quince y dieciocho años, único aspecto difícil de resolver por la cantante tolosarra dada la densidad que ha ido adquiriendo su timbre vocal con el paso del tiempo. Esta realidad se confirmaba por su manera de afrontar cada uno de los momentos sustanciales del argumento: así en la forma de transmitir la alegría de una esposa feliz al principio de la acción; en el modo de plasmar la soledad subsiguiente presagiada por el bonzo ante la ausencia de Pinkerton; el estático y soñador sentimiento que expresó en el inicio del segundo acto con la conmovedora aria, la más famosa de esta obra, «Un bel di vedremo»; el triste desconsuelo con el que cantó «Che tua madre» dirigida a su hijo; y hasta su último adiós al niño, «Tu, tu piccolo iddio», que significó también uno de los momentos más conmovedores de la representación, que culminaba una actuación que supuso uno de los valores esenciales de esta producción.

   Con acertada decisión, el director de escena vasco Pablo Viar planteó la acción alrededor del personaje de Madama Butterfly, entendido éste como elemento conductor a la vez que catalizador de la ópera. Se adaptó al discurso musical con mimetismo plástico tanto creando ambientes favorecidos por el vestuario, contando en este último aspecto con la colaboración del figurinista y diseñador Jesús Ruiz, reciente ganador en su categoría de la sexta edición de los premios nacionales de la lírica Ópera XXI, y creador muy vinculado desde hace años al Teatro Villamarta. Ambos supieron plasmar con sutileza una más que sugestiva plasticidad para que la historia tuviera en todo momento ese destacado nivel dramático que requiere, dignificando siempre su resultado.

   Mención especial requiere la función desempeñada por Carlos Domínguez-Nieto. Partiendo de un estudio pormenorizado de la partitura, sacó el máximo partido de la joven Orquesta Filarmónica de La Mancha (OFMAN), que hacía por vez primera esta ópera. Supo inculcar a los músicos la constante inspiración melódica de Puccini contrastando la poesía más delicada con el sentido trágico más intenso. Destacó ese sutil exotismo orientalista de la armonía de algunos de su motivos, realzando los acentos instrumentales que propone el compositor en sus líneas armónicas, como las que se encuentran en el dúo de amor del final del primer acto, o en el dueto de las flores en el que Ainhoa Arteta tuvo una contrastada compañera en la mezzo-soprano Cristina del Barrio, que debutaba en el papel de Suzuki, asistente y dama confianza de la protagonista. Fue muy delicada su dirección de algunos pasajes como el famoso y susurrante coro a bocca chiusa que separa los actos segundo y tercero, la breve aria de despedida de Pinkerton y, especialmente, la impactante escena de la muerte de Butterfly, dirigiendo el canto de Ainhoa Arteta con un profundo efecto lírico. 

   En contadas ocasiones se puede percibir cómo la experiencia en conocimiento y oficio del director musical, junto con la entrega y compromiso de los distintos elementos en esta representación de tan trascendente título operístico, puede llegar a un resultado justificado en sentido y expresión.