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Crítica: «Madama Butterfly» en el Teatro Real

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Autor: Raúl Chamorro Mena
10 de julio de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Madama Butterfly de Puccini en el Teatro Real, con Saioa Hernández y Ailyn Pérez bajo la dirección musical de Nicola Luisotti y escénica de Damiano Michieletto

«Madama Butterfly» en el Teatro Real

Butterfly con vaqueros y pistola

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 7 y 8-VII-2024, Teatro Real. Madama Butterfly (Giacomo Puccini). Ailyn Pérez/Saioa Hernández (Cio-Cio-San), Charles Castronovo/Matthew Polenzani (Pinkerton), Gerardo Bullón/Lucas Meachem (Sharpless), Nino Surgudlaze/Silvia Beltrami (Suzuki), Moisés Marín/Mikeldi Atxalandabaso (Goro), Fernando Radó/George Andguladze (El tío Bonzo), Toni Marsol/Tomeu Babiloni (El Príncipe Yamadori), Marta Fontanals-Simmons (Kate PInkerton). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Nicola Luisotti. Dirección de escena: Damiano Michieletto.

   Para el cierre de la presente temporada, el Teatro Real ha previsto una larga serie de funciones de unos de los títulos más populares y emblemáticos del repertorio, Madama Butterfly de Puccini, con el tan legítimo como escasamente disimulado objetivo de hacer caja. Las funciones se han dedicado a la memoria de la eximia soprano española Victoria de los Ángeles, gran intérprete de la ópera y de la que se exponen diversos vestidos en diferentes zonas del teatro.  

    Las anteriores ocasiones que se ha programado en el Real la inmortal creación del genio de Lucca, fueron con la producción propia del coliseo a cargo de Mario Gas, estrenada en 2002 con la recordada Daniela Dessì como protagonista. Un montaje, que contenía como idea fundamental el rodaje de una película en los años 30 y que podía calificarse como «clásico» tal y como dicen ahora y conforme a libreto. Esta puesta en escena se valía de la espléndida escenografía y figurines de Ezio Frigerio y Franca Squarciapino, custodes del sentido estético tradicional italiano. En esta ocasión, se ha presentado una producción del Teatro Regio de Torino del año 2010, con puesta en escena de otro italiano, pero situado en muy distintas coordenadas artísticas, Damiano Michieletto. El veneciano, como prestigioso director de escena actual, se ha apuntado siempre a lo rompedor, a las relecturas de las óperas más habituales y en esa línea ambiciona encuadrarse su Madama Butterfly

«Madama Butterfly» en el Teatro Real

   La escenografía de su habitual colaborador Paolo Fantin nos sitúa en los bajos fondos de una ciudad asiática indeterminada. Ni Nagasaki, ni su puerto, ni su colina. Luces de neón, anuncios lúbricos de muchachas, otros de hamburguesas, rodean la supuesta casa – en este caso parece un lupanar en el que deambulan las muchachas prostitutas- que adquiere Pinkerton junto a la esposa Cio-Cio-San por 999 años con capacidad para rescindir cuando le plazca. Por supuesto, Pinkerton no es marino, es más bien un menorero adicto a la prostitución vestido como un ejecutivo y Goro, más que un casamentero, es un traficante de mujeres o más bien, niñas.

   Asimismo, el montaje, mientras el tenor protagonista entona «Dovunque al mondo lo yankee vagabondo», subraya la arrogancia y prepotencia que escancian los estadounidenses por doquier, con unas imágenes de los marines y el capitolio de Washington, vamos no puede decirse que sea un alarde de imaginación. El dúo final de acto es un dúo de amor dentro de la tradición del melodrama, que no puede soslayarse por mucho que pensemos que para Pinkerton, la adolescente japonesa es sólo un capricho. Las frases bellísimas «Bimba dagli’occhi pieni de malia», plenas de efusión lírica no cuadran entonadas por un pedófilo delincuente. Por no hablar cómo puede cantarse un dúo de semejante éxtasis lírico con el tenor abajo y la soprano en el techo de la casita, sin apenas verse y con escaso contacto físico entre ellos.  No se pude negar, claro, cierta eficacia al movimiento escénico por parte de Michieletto, pero las escenas de masas de primer acto se resolvieron de forma discreta.

   En los actos segundo y tercero el montaje se estanca, no hay mayor profundización en la sordidez, el asunto del turismo sexual y sus consecuencias con proyección a la actualidad. Estamos ante un fenómeno que ha existido toda la vida y que se aprecia en otros montajes de la ópera, de los que pretende separarse el director de escena. Finalmente, queda una puesta en escena que apunta, pero no dispara, y que termina siendo prácticamente la Butterfly de siempre –más ingrata a la vista, por supuesto-, pero con vaqueros, que se suicida con un disparo, sin barco, ni puerto, ni flores, pues el dúo de la protagonista y Suzuki denominado así, se resuelve con unas pinturas en la casita. La pareja Ailyn Pérez-Nino Surguladze pintó corazoncitos de colores, mientras Hernández-Beltrami, flores. También vemos cómo los niños japoneses rechazan al hijo de Cio-Cio-San por sus rasgos occidentales, con lo que la puesta en escena pretende subrayar algo tan evidente como que el racismo no es patrimonio exclusivo de Occidente. 

Saioa Hernández en «Madama Butterfly» del Teatro Real

   La estadounidense Ailyn Pérez completó una apreciable interpretación de la infortunada Cio-Cio San en la función del día 7. Se trata de una soprano lírica justa, de timbre no especialmente bello, suficiente proyección, débil en el grave, de centro limitado y agudo con más timbre que expansión y punta. Como cantante se mostró musical y correcta, destacando en su línea de canto los abundantes filados. A apreciar entre ellos el sobreagudo del final de la salida de Butterfly y el regulador en el agudo conclusivo de «Un bel dì vedremo», prácticamente inaudible dado el clímax orquestal, además, particularmente ruidoso. Como intérprete, la soprano de Chicago se mostró entregadísima y sincera, cuidando los acentos y la expresión, sin caer nunca en el exceso, con lo que cabe calificar de estimable su caracterización dramática de la protagonista.

   En la creación de la madrileña Saioa Hernández el día 8 cabe destacar la Butterfly mujer de los actos segundo y tercero sobre la niña inocente, la muñequita de quince años del primero, en la que Pérez se encontraba más cómoda. Según avanza el desenlace, conforme llega la tragedia, la escritura de la protagonista adquiere mayor dramatismo y la niña, sin perder la ingenuidad, se hace mujer en su camino hacia la destrucción por el desengaño y el dolor. En este contexto, la Hernández luce sus armas, su material de calidad, bien timbrado y rico de armónicos, la emisión firme como un roble, esos sonidos restallantes marca de la casa y un grave de mayor entidad que la soprano norteamericana. Margen de mejora, en cualquier caso, para la madrileña en cuanto al fraseo, compuesto, pero un tanto falto de contrastes, en un papel que está debutando. 

   Muy flojo el tenor Charles Castronovo, con una emisión más que retrasada, ya que da la sensación de emitir desde la nuca, ausencia total de seducción tímbrica y fraseo destartalado. Cierto arrojo no le faltó al tenor norteamericano, pero resultó incapaz de transmitir la efusión lírica de sus hermosas frases del primer acto, más bien puso en evidencia su escaso bagaje técnico con unos agudos apretados, de muy esforzada emisión, como el raquítico Do conclusivo del dúo del primer capítulo, nota no escrita con la que los tenores suelen unirse al Do sobreagudo sí escrito para la soprano. Mayor interés concitó el Pinkerton del avezado tenor Mathew Polenzani el día 8, pues la emisión está mejor resuelta, a pesar del cabrilleo, al igual que los ascensos al agudo. Eso sí, se trata de un tenor ligero que ha evolucionado a papeles de más enjundia, pero su voz denota su origen, aunque ¡vaya a cantar Otello!. En fin, Polenzani, sin que diera un recital de clase canora, sí fraseó con desenvoltura y lirismo. 

«Madama Butterfly» en el Teatro Real

   Espléndido Sharpless, a pesar de alguna nota aguda algo apurada, el del barítono madrileño Gerardo Bullón, que si en lo vocal, exhibió timbre bello, noble y sonoro, en el aspecto dramático completó una magnífica y certera caracterización dramática del cónsul. Bullón puso en juego todas sus dotes actorales y no desaprovechó ningún acento, ninguna matización, para expresar toda la humanidad del personaje, que vaticina todo el desenlace trágico de la trama. El día 8, Lucas Meachem, voz sonora, pero de emisión gutural y algo nasal, así como canto poco idiomático y un punto rudo, también compuso un Sharpless ajustado,  tan humano como cobarde e incapaz de intervenir para detener lo que sabe va a suceder. 

   Sólida la Suzuki de Nino Surguladze el día 7, por centro y graves bien asentados, a despecho de una emisión engolada y desigual. Bien perfilada su prestación dramática. Por su parte, Silvia Beltrami, con menor entidad en el grave, mostró una emisión más ortodoxa y homogénea, así como canto correcto y entrega interpretativa. 

   Discreto el Goro de Moisés Marín, por escasez de matices y tendencia al trazo grueso. Preferible el casamentero de Mikeldi Atxalandabaso en la función del día 8, que, con su emisión bien resuelta y apoyada, buena proyección y fraseo siempre cincelado volvió a demostrar ser un tenor comprimario de referencia actualmente.

   Más bien rudos y engolados los dos bajos que encarnaron al Tío Bonzo, Fernando Radó y George Andguladze.  Por su parte, Toni Marsol y Tomeu Babiloni sacaron jugo al Príncipe Yamadori. 

«Madama Butterfly» en el Teatro Real

   La dirección de Nicola Luisotti osciló entre lo rutinario y vulgar, el trazo grueso y exceso de aparato orquestal, con numerosos momentos de caídas de tensión y algunos tempi realmente letárgicos. Ejemplos de ello fueron el acompañamiento a «Un bel dì vedremo», un morosísimo preludio del tercer acto o «Tu, tu piccolo Iddio». Sonido gris y nebuloso por parte de una Sinfónica de Madrid a nivel de aprobado raspado. El coro resolvió apropiadamente el sublime coro a bocca chiusa con el que concluye el segundo acto. Un pelín estridente el coro femenino en el primer acto. 

Fotos: Javier del Real / Teatro Real

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