UNA MACCHIA EN EL FESTIVAL DE MÚNICH
Macbeth (Verdi). Bayerische Staatsoper, 29/07/2013
Martín Kušej es un director de escena personalísimo, de los que no se esconden bajo convenciones. Siempre arriesga en sus propuestas, de gran fuerza a menudo (pensemos en su Lady Macbeth de Shostakovich vista en el Real o en su Rusalka para Múnich), y en ese riesgo, como es lógico, no siempre hace diana. Es el caso de este Macbeth visto en Múnich que nos ocupa. La nueva producción de Kušej, estrenada la pasada temporada 12/13 y repuesta ahora también en el pasado festival de julio, tiene un llamativo y potente reclamO visual (con escenografía de M. Zehetgruber, vestuario de W. Fritz e iluminación de R. Traub), jugando en todo momento con los símbolos y colores de la muerte y el poder, generando un espacio escénico p de blanca y calculada frialdad, sanguinosa venganza y oscura codicia. Hasta ahí, se diría que Kušej acierta a resaltar los nervios centrales que sostienen el libreto de Macbeth. El problema es que junto a esta general y lograda perspectiva desliza además otros elementos escénicos que enturbian su propuesta hasta hacerla naufragar en varios momentos. Confunde, sobre todo, su empleo y dirección de las masas de coristas, que no atina a incorporar dentro de su descarnada recreación. Y en general satura un recurso reiterado a la sangre y la muerte, hasta un punto de obsesiva omnipresencia. Quizá se trate de eso... Pero lo cierto es que en lugar de conmocionar, satura.
Esta representación tuvo una gran macchia, como dice el propio libreto de Macbeth, y no fue otra que la Lady de Nadja Michael. Un completo despropósito, un destrozo de principio a fin: una emisión chillona, con sonidos gritados por doquier, caídas constantes de afinación, unas agilidades que no merecen calificarse como tales, una coloratura esforzadísima, y un largo etcétera de imperfecciones. Todo ello resultado directo de una emisión tensa y siempre muscular, a la que no cabe resolver otra cosa que sonidos en forte, a menudo estridentes, voluminosos sí, pero estridentes a todas luces. Por si fuera poco, en escena es una intérprete sobreactuada en extremo, casi hasta el paroxismo. Desde luego, una macchia con todas las letras a la hora de resolver esta partitura verdiana, por voluminosos que fueran los bravos y aclamaciones del respetable.
Los dos secundarios, Dmitry Beloselsky como Bancuo y Woo-Kyung Kim como Macduff, se mostraron esmeradísimos en sus compromisos. Del primero ya habíamos hablado al hilo de su Fiesco con Muti en Roma. Es un cantante de medios imponentes y acento teatral, ideal para este tipo de partes verdianas más cortas. Nos gustaría calibrar su desempeño con roles protagonistas como Boris o el Felipe II que acaba de debutar en Florencia con Mehta. Por su parte, Kim nos dejó una gratísima impresión, ya desde el ataque a media voz del "O, figli", a menudo resuelto buscando un sonido grande y metálico, y que sonó aquí como un lamento desgarrador. Estamos ante una voz lírica pura, con un timbre que recuerda aquí y allá al de Ramón Vargas, si bien con un material menos ligero que el del mejicano. Un tenor a seguir, sin duda alguna.
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