El Palacio de las Artes «Reina Sofía» de Valencia programa la ópera Macbeth de Verdi bajo la dirección de Michele Pertusi
Del tomate frito a Bugs Bunny
Por Antonio Gascó
Valencia, 3-IV-2022. Palau de les Arts, Valencia. Verdi, Macbeth. Orquesta de les Arts y Coro de la Generalitat Valenciana. Director Michele Pertusi. Director escénico Benedict Andrews. Elenco: Anna Pirozzi, George Gagnidze, Marko Mímica, Giovani Sala.
Sin duda la producción de Macbeth que ofreció el Palau de les Arts el pasado domingo día tres de abril, tuvo dos partes muy bien diferenciadas. Una la musical, que hay que alabar con muy pocos paliativos y otra la escénica, que es la que en este comentario se va a llevar la peor parte.
Verdi quiso ser fiel al original shakespeariano y precisamente en ese momento fue cuando abandonó el esquema de los años de galeras, para pasar a una obra con mayor expresividad, mayor intensidad dramática y mayor veracidad sonora. La triunfadora de la noche fue Anna Pirozzi con una voz opulenta tanto en el centro como en las muy abundantes arpegiaturas rematadas con intensos y brillantes agudos, Fue una Lady intensa, dominadora y con carácter, aunque, a decir verdad, le faltó la vesania de ese carácter diabólico que el mismo autor reclamó que en lo musical tuviera momentos más gritados que cantados, fruto de su vileza. Es cierto que metió tensión al melodismo verdiano en su aria «Ambizioso spirto», y solventó la caballeta con recursos sobrados arriba y consistencia en lo abisal. Arrogancia en el brindis e interiorización de la demencia en el aria enigmática y arcana del sonambulismo.
George Gagnidze sustituyó al inicialmente previsto Lucca Salsi. Una voz interesante bien timbrada con mejores recursos en el tramo superior que en el centro y por ello le sacó provecho a su zona de mayor brillo en el final de la escena del banquete, fagocitando a los del foso y a los de las tablas. Se creció mucho en el tremendo dúo con su esposa, que le dio oportuna réplica y una orquesta pletórica en intensidades. Es sin dida un cantante belcantista que alcanzó el apogeo de su intervención en el aria «Pietà, rispetto, amore», en una exhibición de canto legato y fraseo intencional. Digno el Banquo de Marko Mímica, con una voz no poderosa pero sí elocuente en el fraseo. Giovani Sala sacó partido con hermosa materia prima, buen legato y sentido del matiz a su único momento de lucimiento («A la paterna mano») por el que fue ovacionado con justicia. De entre los comprimarios señalar el excelente Malcom de Jorge Franco, un tenor de generosos recursos, dicción precisa y fraseo elocuente, con el que quien esto escribe tuvo ocasión de compartir escenario. El joven tiene muchas posibilidades y se le puede augurar una solvente carrera a juzgar por las referencias escénicas en las que últimamente se le ha escuchado.
La batuta de Michele Mariotti se preocupó, y mucho, de sacar calidad al instrumento que tenia al frente y lo logró siempre y ello ya desde las vehementes y pasionales notas del inicio de la obertura hasta el vibhrante y heroico final. Asimismo, consiguió intensidad de un coro pródigo en recursos, en el tumultuoso concertante tras la muerte de Duncano y bien por el contrario pietismo en el espiritual «Tu ne assisti, in te solo fidiamo». En su demérito, cabría apuntar la falta de misterio del coro de brujas del primer acto, así como el no acentuar, debidamente, los contratiempos, para huir de los valseaditos a uno en «Colga l’empio, ¡o fatal punitor o en Biechi arcani! Sgomentato». Volviendo al orfeón, qué decir que no se haya referido. El elegiaco «Patria opresa» con montaje escénico de migrantes de nuestro hoy, fue un prodigio de afinación sensibilidad, dolencia constreñida y sobre todo, musicalidad.
Bien, y dicho lo dicho, en cuanto a la parte musical, vamos a hablar de aquello que a quien esto escribe más le pica, procedente la inmisericorde alergia de la parte escénica. Macbeth es una obra trágica, de ambiciones, fiera, sanguinaria, siniestra, truculenta, despiadada, depravada, enajenada, infernada, malhadada, … (y bueno, ya está bien de hacer de Muñoz Seca. Creo que queda claro). Pues, bueno, el montaje se encargó de que todas estas truculencias pasaran prácticamente desapercibidas, mediante un concepto indeterminado muy simplón (¿) cuando debió haber sido expresionista, que no hizo sino marear la perdiz a más no poder, haciendo abstruso, obtuso, difuso y confuso (hoy Muños Seca me puede por lo del astracán) el argumento, convirtiéndolo en un batiburrillo «despepiporrante».
Uno no está en contra de que se empleen montajes contemporáneos en las representaciones operísticas. Faltaría más, después de cincuenta años escribiendo críticas y libros de arte. Pero con lo que no comulga es con los sinsentidos. Y en esta representación regida por Benedict Andrews, los hubo a «cascaporro». De entrada, un cubo hermético, practicable, por toda decoración como la mente obtusa y obsesiva de los protagonistas con aire de hotel NH. Los personajes vestidos con chaqueta y corbata con aire de representantes de cepillos de dientes, con maletín de muestrario y todo y ellas de chicas de la Cruz Roja. El coro de sicarios que prepara la muerte de Banco, muy en fila castrense, con caretas de mono a lo Toy Story y guantes de latex, por aquello de las huellas digitales. ¡Hombre, no!, menos pulcritudes y menos chirigota que el tema va de puñalada furibunda a lo «Psicosis» de Hitchcock, si no es peor. Y ahora viene lo mas hilarante. El hijo de Banquo, jugando al fútbol antes del aria de su padre, para demostrar su naturalidad adolescente. Cabe decir que el chaval no le daba mal al esférico, que, por cierto, es recogido por el protagonista a modo de orbe regio para decir cínicamente: «Banquo! l'eternità t'apre il suo regno». Un guiño a la omnipotencia romántica de pantocrátor versus Carlomagno «made in Durero». Eso es querer liarla parda. Y lo más peregrino, el asesinato de los candorosos hijos del general Banco con muñecos disfrazados de Pepa Pig, Bugs Buny o la Pantera rosa. Coña visigoda o desinencias de los films de Hitchcock, Carpenter, Hooper, Argento o Cronenberg, pero con terror: «Barrio sésamo», a lo Pixar.
No seré quien critique la amplia y suntuosa mesa redonda, Arturo Pendragon, de la escena del banquete, en donde se perdió la oportunidad de hacer fantasmal, con proyecciones 3D, efectos de espejos tridimensionales… al fantasma de Banquo, que compareció en escena con litros de tomate frito sobre la camisa (aquí permito al lector que ponga su marca predilecta) como queriendo dar sensación de horror y truculencia cuando, en verdad, fue todo lo contrario: un esperpento grotesco.
La comparecencia de las brujas del inicio del tercer acto estuvo exenta de marmitas, ollas, damajuanas, tarros, como pide el texto. En verdad no las echamos de menos. Lo que sí nos sorprendió fue que aparecieran en un cabaret tipo las chicas de Colsada (¿) En el escenario revisteril se hicieron patentes los asesinados entre humaredas. Menos mal que la orquesta estuvo al tanto para darle intención a la escena. Solución. Cerrar los ojos. ¿Queda claro? Pues enhorabuena. Eso es lo que hubo.
Alabemos, eso sí, el juego de luces con simbolismo cromático oportuno, y muy en particular el descenso a tierra de unos paralelos paneles de leds en damero, estipulando el cementerio de las deplorables víctimas del matrimonio de los pérfidos reyes de Escocia. Fue en el momento del aria sonámbula de la pérfida reina que preludia el motivo cardinal de la obertura, con esos pasos en dos y cuatro PPPP, (no demasiado atendidos por la batuta) invocando la levedad del caminar espectral de la enajenada lady. ¿Por qué no se siguió por ese camino? La obra pide sordidez, depravación alevosa, perfidia, perversidad… Y cuidado que con plástica actual se le podía haber sacado provecho imaginativo, icónico, simbólico y verídico. Solo faltó la poca atención a los cantantes en el plano actoral, que anduvieron más a su aire que a la exigencia del drama, por un director que pareció despreocuparse de ellos.
Fotos: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce / Palau de les Arts
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