Por Aurelio M. Seco
Hace años tuve la oportunidad de entrevistar a Luis Varela, el gran actor español, con motivo de su participación en la Temporada de Zarzuela de Oviedo, un ciclo al que vuelve año tras año, salvo excepción, a hacer historia dentro un género más vivo que nunca aunque lleve muerto un siglo. Si no recuerdo mal, en la primera de las dos entrevistas que me concedió hablé con él durante algo más de una hora, con mi admiración por su trabajo como hilo conductor de la conversación.
No puedo negar que estoy en contra, pero absolutamente en contra del famoso 'método', de sus maneras traumáticas y excesivamente energizantes, que dotan al actor de una serie de recursos que, no pocas veces, proporcionan artificiosidad, cuando no sobreactuación. No digo que no sea valioso. Hay grandes actores que son acérrimos seguidores, pero no me parece que sea necesario ni salga rentable para lo que aporta al mundo de la interpretación. Por el contrario, Varela representa una corriente interpretativa que opta por la naturalidad, mucho menos traumática, igual de exigente pero sin duda mejor. “¿Por qué no prueba simplemente a actuar?”, le contestó Laurence Olivier a Dustin Hoffman mientras grababa Marathon man, cuando Hoffman le preguntó cómo podía meterse en el papel con tanta facilidad. Para parecer sudado, Hoffman, que era actor del ‘método’, se había puesto a hacer ejercicio antes de grabar su escena, e incluso llevó la situación física del personaje al extremo, al pasar él mismo muchas horas sin dormir. “Actúe hombre, actúe”, parecía repetirle Olivier antes de echarse un vaso de agua por la cara para dar la sensación de haber corrido la maratón de Nueva York sin levantarse de su butaca. La naturalidad es sin duda el aspecto más difícil de conseguir en el mundo del arte, que no es más que la vida pasada por el pasapuré de la técnica.
No quiero decir con esto que Varela sea nuestro Laurence Olivier particular. Ambos son muy diferentes y, en cualquier caso, Olivier jugaba con la ventaja de hablar inglés en el siglo XX, cosa necesaria para hacerse popular entonces como hoy. Luis Varela nunca lo necesitó para ser uno de los más grandes. Y basta uno de sus gestos o dejes en su voz magnífica y característica para conseguir más efecto cómico que cualquier método, y una sola mirada de esos ojos tan personales para enternecer al más duro.
En una de las dos entrevistas que me concedió, Varela me habló de su hijo, que hace música, y de su querida esposa. “Mi trabajo me da vida y amaina mi soledad” fue el titular que elegí para ilustrar la entrevista para La Voz de Asturias, que entonces daba sus últimos coletazos de vida. Codalario, los primeros. También me habló de su gratitud hacia el festival de Oviedo, al que vuelve cuando le llaman porque se siente como en casa y porque siempre han querido contar con él, a pesar de los pesares. Y como toda gran persona, es agradecido con quien le ha demostrado su cariño. Qué poco se dicen ya estas cosas. Visitaba Oviedo para formar parte del reparto de La del soto del parral, pero creo que todo el mundo estará de acuerdo en que, en lo que a zarzuela se refiere, Luis Varela será más recordado por su interpretación de Espasa, el entrañable personaje de La del manojo de rosas de Sorozábal.
Hay actores que se acaban convirtiendo en el personaje, personajes que se recuerdan por determinados actores y, como en este caso, interpretaciones tan conseguidas que resulta imposible citar al personaje sin acordarse de su actor de referencia . Le pasa lo mismo a Luis Álvarez con el Cherubini de El dúo de La Africana de Fernández Caballero o a Millán Salcedo con el Mochila de Los sobrinos del capitán Grant, de Caballero. Siempre Manuel Fernández Caballero. Y da igual echar un vistazo a Barbieri y al mismo Arrieta, que siempre volvemos a Caballero, con su cara de bonachón y la humanidad de una música sencilla y natural como pocas. ¿Lo ven? Otra vez la naturalidad.
Hoy, Luis Varela sigue emocionando a miles de espectadores atrapados por su enorme talento natural de gran artista. Y da igual que cante o que hable, que haga zarzuela o teatro, cine o televisión. Cuando se subió a un escenario lo hizo para quedarse e infundirnos su humanidad profunda, que respira en cada palabra y en cada mirada tierna y raída por el dolor de un mundo suyo y nuestro que, gracias a la magnitud de su arte, parece que pasa algo más rápido, sacándonos una sonrisa.
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