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Crítica: Ludovic Tézier en el Teatro Real

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Autor: Óscar del Saz
4 de octubre de 2024

Crítica del recital ofrecido por Ludovic Tézier en el Teatro Real de Madrid

Ludovic Tézier

Un Tézier wagnérien?

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. Teatro Real. Concierto de Ludovic Tézier. Obras de Félicien David (1810-1876), Jacques Offenbach (1819-1880), Gioacchino Rossini (1792-1868), Camile Saint-Saëns (1835-1921), Jules Massenet (1842-1912), Richard Wagner (1813-1883). Orquesta Titular del Teatro Real. Dirección musical, Markus Merkel.

   Grandes son las cualidades artísticas y canoras del barítono francés Ludovic Tézier (Marsella, 1968), aclamado tanto en escena como en formato concierto. Éste fue el caso de esta convocatoria del Teatro Real al que el propio cantante dedicó unas palabras en relación «al honor que significaba cantar en Madrid y en esta joya de teatro». Seguramente estaba recordando su reciente éxito con Rigoletto, que si bien fue evidente, no fue -a nuestro juicio- por ser una voz verdiana que se ajustara como un guante a este papel, debido a la predominancia en su instrumento de un mucho mayor «pedigrí» lírico frente al puramente verdiano.

   De esta forma, sus características vocales, de lírico con facilidad para los graves, componen así un timbre con claroscuros, rico en colores y densidades, con un rango dinámico igualado de los graves a los agudos y un potente volumen que es capaz de ponerse al servicio de la riqueza dinámica, pudiendo reflejar muy distintas gamas de emociones. Además de una emisión fácil y una proyección expansiva con una muy buena dicción, exhibe destreza en el control del fiato, siendo -en general- buen fraseador, sobre todo cuando aborda repertorio francés y verdiano.

   En esta ocasión, bajo la dirección del director Markus Merkel (1991), se dispuso un programa basado en repertorio francés y wagneriano, alternando canto con escenas sólo sinfónicas, siendo éstas últimas -a nuestro juicio- demasiado abundantes. Como es lógico, las intervenciones de nuestro barítono estuvieron mucho mejor retratadas y dominadas en el repertorio de su lengua materna, consiguiendo una adecuación parcial al repertorio wagneriano programado, con mejores prestaciones en el Wolfram de Tannhäuser y -como detallaremos- menos en los Wotan de Das Rheingold y Die Walküre.

Ludovic Tézier

   De las partes estrictamente orquestales comentaremos -en orden de ejecución alternada con el cantante- que la obertura de La perle du Brésil, de Félicien David, coetáneo de Berlioz, resultó muy cercana a lo aburrido y, por tanto, lejana a lo imaginativo, lo elegante o lo sugerente, muy apartada del exotismo francés de esa época. Un tanto más ajustado en ambientación fue el intermezzo que replica musicalmente el dúo de soprano y mezzo, la famosa y onírica barcarola, de Les Contes d’Hoffmann, si bien debió haber más margen para los contrastes y la transparencia orquestal. 

   La «Bacchanale» de Samson et Dalila, de Saint-Saëns, sirvió para «despertar», por fin, al conjunto director-orquesta, realizando una versión vigorosa, aunque faltó en la parte sensual, más untuosidad e intención a la cuerda grave. Tampoco es que Merkel nos pareciera un dechado de virtudes en la transmisión a través de su gesto de dirección, por lo que algunas de las cosas que menos nos gustaron son atribuibles a él mismo. 

   La célebre «Méditation», de la ópera Thais, de Massenet, con la importante contribución del concertino -Bertrand Cervera en esta ocasión-, no fue tan sutil como nos hubiera gustado, no estando presentes muchos de los contrastes necesarios para elevar con nota dicha meditación. La segunda parte se inició con el preludio de Los maestros cantores de Núremberg, en una correcta versión donde sobresalieron, sobre todo, los temples de los metales agudos y graves (tuba), dejando en evidencia las prestaciones de la cuerda grave, que continuó «desaparecida». Por último, la popular «Cabalgata de las valquirias», que aunque interpretada de forma correcta, necesitó mayores dosis en el brío, penalizando los caracteres de marcialidad y heroicidad.  

   Para gran parte de su repertorio, Ludovic Tézier ha logrado un muy buen equilibrio entre técnica y emoción, cosa que demostró en el que corresponde a su propia lengua. «Scintille, diamant» de Les contes d’Hoffmann, es el aria principal de uno de los roles maléficos -Dapertutto-, con la intención de seducir a Giulietta, instándola a robar el reflejo de Hoffmann. Esa maldad fue perfectamente sugerida por Tézier -ya que nunca debe de hacerse de forma sobreactuada-, aunque nos faltó algo más de empaque en el grave ya que preferimos un bajo-barítono de facto para esta aria.

   Entre el deber y el amor de padre se mueve el conflicto del personaje Guillaume Tell, sobre todo en la dramática aria «Sois immobile», en la que pide a su hijo que permanezca inmóvil mientras apunta a una manzana colocada sobre su cabeza, a fin de demostrar su determinación y cumplir con un castigo impuesto por el gobernador. Un aria muy bien delineada emocionalmente por Tézier, donde la continuidad del sonido en dinámicas mezzoforte-forte, llenando toda la sala y con la orquesta a volumen, fueron el premio a una magnífica técnica de apoyo, tan necesaria para conseguir con éxito tales dinámicas. 

   En intensidad creciente en canto e intención, acometió seguidamente el aria de Enrique VIII «Qui donc commande quand il aime», de la ópera homónima de Saint-Saëns, reflejando a las claras la idea de que hasta un rey es vulnerable, sobre todo cuando compiten sentimientos como los deseos y el deber. Para finalizar con esta parte de repertorio francés, en el que destacamos la pureza en el estilo -por cada uno de los compositores convocados-, Tézier interpretó «Voici donc la terrible cité», de Thais, en la que el personaje del cenobita Athanaël se resiste a la fascinación que siente por la cortesana Thaïs, en un aria llena de erotismo y con un final que Tézier culminó de forma apabullante gracias a sus sobrados medios vocales en forte y en agudo.

Ludovic Tézier

   En el repertorio wagneriano, en el que no estamos acostumbrados a escuchar a este barítono y con una idiomática muy trabajada, aunque excedida en la emisión de las consonantes finales, lució en «Wie Todesahnung… O du mein holder Abendstern», aria en la que Wolfram von Eschenbach, caballero-trovador, expresa su amor etéreo e idealizado -a la vez que inalcanzable- por Elisabeth, ambientación psicológica muy ajustada y afín a la sofisticada expresividad del canto de Tézier.

   En una gradación menor de excelencia, nos resultó la encarnación del Wotan, cuya aria-monólogo  «Abendlich strahlt der Sonne Auge», de Das Rheingold, que resume las características del personaje del dios y a su papel en toda la Tetralogía, no nos pareció suficientemente convincente en densidad y rotundidad vocales -aquí creemos mucho más adecuada la vocalidad de bajo barítono-, a fin de expresar tanto su triunfo en la construcción del Valhalla como el devenir que le espera al todopoderoso personaje en relación a las maldiciones del Anillo.

   Parecido análisis aplicamos al aria con la que se finalizó de forma oficial el concierto, esto es, la trascendente aria «Wotans Abschied und Feuerzauber», de Die Walküre, que habla sobre el castigo infligido a Brünnhilde, su hija, y donde aunque hay que expresar dolor, sacrificio, tristeza o dudas sobre el destino, no hay que olvidar que el canto debe siempre reflejar el monolítico poder de la deidad de Wotan, alejada de los simples humanos.

   Con el teatro volcado en aclamar a Ludovic Tézier por su gran concierto y buscando que cayera alguna que otra propina, el cantante anunció la primera, «Pietá, rispetto,…» del Macbeth verdiano, interpretada a un tiempo muy lento, como a nosotros nos gusta, que resultó un gran regalo de expresividad dramática espejo de las agitadas reflexiones del monarca, terminando con una fermata de larguísimo fiato.

   Obviamente, esta interpretación no hizo más que alborotar de forma favorable al respetable pidiendo más… Como el cantante -aunque parecía fresco- debía estar ya cansado, decantó su segunda propina por los lares del musical, en concreto con la pieza «The impossible dream» de El hombre de La Mancha, anunciando que la cantaría en francés, como homenaje a Jacques Brel (1929-1978). Una muy bonita versión en la que no incluyó el agudo final, sino una nota intermedia.

   Escuchar y ver como canta Ludovic Tézier puede catalogarse como un espectáculo en sí mismo dada la aparente facilidad con la que consigue ser tan versátil en varios estilos interpretativos, amalgamando técnica vocal, presencia escénica e incorporando siempre personajes con psique compleja. La incursión al repertorio wagneriano con los roles completos y en escena es algo que está por ver, ya que el solo hecho de introducir ciertas arias de Wagner en un concierto no significa realmente nada. En todo caso, si alguien se pregunta si lo hará, nosotros ya hemos avanzado nuestra opinión al respecto. 

Fotos: Javier del Real / Teatro Real

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