Un montaje vacuo e insustancial
Por Raúl Chamorro Mena
Barcelona, 26-7-2021, Gran Teatro del Liceo. Lucia di Lammermoor (Gaetano Donizetti). Nadine Sierra (Miss Lucia), Javier Camarena (Edgardo di Ravenswood), Alfredo Daza (Lord Enrico Ashton), Mirco Palazzi (Raimondo Bidebent), Emmanuel Faraldo (Lord Arturo Bucklaw), Anna Gomá (Alisa), Moisés Marín (Normanno). Orquesta y Coro del Gran Teatro del Liceo. Dirección musical: Giacomo Sagripanti. Dirección de escena: Barbara Wysocka
Lucia di Lammermoor (Nápoles, 1835), una de las óperas más emblemáticas del repertorio y paradigma del melodrama romántico italiano, consagra como tal, la lucha entre el bien y el mal, entre lo injusto y lo injusto, propia de tal movimiento. El estupendo libreto de Salvatore Cammarano basado en el relato de Walter Scott resulta un perfecto vehículo para el talento de Gaetano Donizetti, que con la retirada de Rossini y el fallecimiento de Bellini asumía ya indiscutiblemente, el trono del teatro lírico italiano hasta la irrupción de Giuseppe Verdi.
Como corrresponde al genuino melodrama protorromántico, libretista y compositor se centran en la pasión amorosa entre unos protagonistas que encarnan la juventud pura, apasionada y desinteresada, que se ve entorpecida por la actitud interesada y egoísta de los adultos que les rodean. Por ello ese amor puro, sólo podrá plasmarse en otro Mundo, en el más allá, en definitiva, en otra dimensión.
Por tanto, ambientar esta magistral ópera en los Estados Unidos de los años 50 con cadillac, estilo rockabily, micrófonos y unos supuestos James Dean y Natalie Wood, no es más que una ocurrencia de Barbara Wysocka, responsable de la puesta en escena. ¿Aporta algo que Edgardo entre en un cadillac en el acto primero e irrumpa en la boda de Lucia y Arturo pistola en mano o que la protagonista cante la escena de la locura delante de un micrófono? Alguien me puede defender con seriedad que el público joven actual se va a sentir más identificado con los años 50 de USA que con el renacimiento gótico de Walter Scott? En fin, cabe subrayar que a pesar de todo, la Lucia de Lammermoor de Cammarano y Donizetti es tan perfecta, que la ocurrencia de la Sra. Wysocka, en su trivialidad, no impide que prevalezca y que el montaje, vacuo e insustancial, ni siquiera pueda arrogarse la capacidad de molestar.
Otro de los elementos propios del romanticismo y particularmente del llamado belcantismo romántico es la alteración mental de la mujer. Lucia ya muestra cierta inestabilidad desde el comienzo, como puede apreciarse en el racconto «Regnava nel silenzio» donde afirma, que se le aparece el fantasma de una antepasada asesinada por celos por un Ravenswood. El colapso mental definitivo de Lucia se desencadena por la traición de todos los hombres que le rodean. Su egoísta hermano que la conduce a un matrimonio de conveniencia por razones políticas con un hombre que no ama. Su propio confesor colabora en ello y, finalmente, su enamorado Edgardo la abandona durante un largo período de tiempo, también por razones políticas. Ese desmoronamiento mental de Lucia se plasma en la más famosa de las escenas de locura de todo el belcanto romántico, una de las piezas más emblemáticas de toda la historia del teatro lírico, que Lucia canta una vez ha pasaportado a cuchillo a su cónyuge en plena noche de bodas.
Por tanto, estamos ante una escena que el público espera, con su cadencia de la flauta, la intrincada coloratura y los mi bemoles 5 que ha de afrontar la soprano. Todo ello producto de la más acrisolada tradición, pero, a no ser que se anuncie una versión «come scritto» debe concurrir y el público lo espera. En el caso de la soprano estadounidense Nadine Sierra faltó esa brillantez y soltura en la agilidad, con unos trinos aproximativos, apagados staccati y mi bemoles sobreagudos de sonido pequeño, faltos de posición, sin metal, mordiente, crecimiento y expansión, junto a una coloratura aérea demasiado a ras de suelo. Cierto es que el timbre de la Sierra es atractivo y su fraseo, refinado, con un buen concepto del canto y apreciable legato apoyado en un fiato generoso. Así pudo apreciarse en «Regnava nel silenzio» resuelto en una larga arcada sonora o en «Verranno a te sul'aure». Cierto es que desde la lección de la Callas, se exige un dramatismo y expresividad en Lucia y no nos convence un pájaro mecánico que canta inerte y despreocupado desde una rama, pero el elemento pirotécnico sigue siendo innegociable y en el caso de la Sierra, carina en escena, pero ayuna de temperamento, tampoco el aspecto interpretativo alcanzó grandes cotas expresivas y de emotividad - véase un pasaje fundamental como «soffriva nel pianto»- creando un personaje frágil, sí, pero sin carga emotiva y altura trágica.
Por su parte, y al igual que sucedió en su interpretación madrileña de 2018, volvió a ponerse de relieve la insuficiencia vocal del tenor mexicano Javier Camarena para el papel de Edgardo, que pide un genuino primo tenore romántico, un timbre de más fuste, grano y metal y que recuerde menos al de un contraltino rossiniano. Asimismo, no parece que Camarena haya superado del todo su crisis vocal de 2020, sin que haya regresado totalmente esa seguridad de antaño. Dicho todo ello, Camarena cantó bien, con gusto y en estilo el Edgardo, con un irreprochable fraseo belcantista, aunque faltó ardor y dimensión vocal en su gran escena del acto segundo, si bien afrontó con soltura los expuestos ascensos de «Maledetto, maledetto sia l'instante Che di te mi rese amante». Poco vibrante y falto de arrojo resultó el dúo de la torre en la voz de Camarena. Gaetano Donizetti concedió el honor al mítico tenor Gilbert Louis Duprez de terminar la ópera en contra de los tradicionales derechos de la primadonna, pero en esta ocasión, Camarena no ofreció una versión especialmente brillante de la gran escena final. Correcta, pero no más, el aria «Fra poco a me ricovero» y un «Tu che a Dio spiegasti l'alli», en el que cabe destacar el ascenso al Do sobreagudo no escrito en la primera estrofa en un falsetto blanquecino y escasamente timbrado y la capacidad para resolver la aguda tesitura de la pieza.
Muy flojo el nivel del resto del elenco, empezando por un Alfredo Daza de emisión sucia y retrasada, timbre ingrato y modos canoros que oscilaron entre lo plebeyo y lo rudo. En cuanto a Mirco Palazzi, subrayar que ni sus más allegados familiares y amigos pueden considerarle un bajo. Si a ello le unimos, la descolocación y un buen puñado de sonidos incompatibles con el más laxo concepto del canto, ya podrán hacerse una idea del Raimondo que pudo escucharse sobre las tablas del Liceo. A Emmanuel Faraldo le hubiera venido de perlas que le encendieran el micrófono ante el que entonó su bello cantabile «Per poco fra le tenebre», dada su inaudible presencia sonora. A su lado, Moisés Marín pareció Franco Corelli. Discreta y profesional Ana Gomá como Alisa.
Buen trabajo, no especialmente contrastado ni brillante, pero equilibrado y solvente, el de Giacomo Sagripanti al frente de la Orquesta del Liceo, de la que obtuvo un buen rendimiento. Asimismo, el director italiano abrió los cortes y ofreció una versión completa de la ópera, incluido el dúo de las ruinas de la torre de Wolferag y el «Cedi Cedi» de Raimondo - que bien podría haberse suprimido dado el pobre nivel del supuesto bajo-, además de asegurar unos mínimos en cuanto a pulso, continuum y vida teatral.
El coro dedicó una buena interpretación a Conxita García en su despedida.
Fotos: Toni Bofill
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