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Crítica: Lucas Macías y Noelia Rodiles con la Orquesta Nacional de España

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Autor: David Santana
26 de enero de 2022

El director Lucas Macías y la pianista Noelia Rodiles debutan en la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España dentro de su ciclo «Descubre»

Lucas Macías

De lo heroico a la ironía

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 23-I-2022. Auditorio Nacional de Madrid. Orquesta Nacional de España, Noelia Rodiles, piano; Lucas Macías Navarro, director. Concierto para piano n.º 5 ‘Emperador’ de L. van Beethoven y Sinfonía nº 1 en fa menor de D. Shostakóvich.

   Hablar del Concierto para piano n.º 5 de Beethoven son palabras mayores. Quizás por ello le vaya tan bien el apodo de «Emperador» a este auténtico leviatán del repertorio pianístico por el que incurso los grandes intérpretes sienten respeto, pues es un concierto que se halla, estéticamente, en las antípodas de la forma de pensar, sentir y vivir de nuestra sociedad actual.

   Heroico, solemne y brutal. Son, en ese orden, los adjetivos que elegiría si tuviera que describirle a un sordo cómo es este Concierto Emperador. Son valores eminentemente atribuidos al soldado decimonónico y, por extensión, al género masculino, nada nuevo en la obra de Beethoven. Sin entrar en el debate sobre el efecto del patriarcado sobre la música del genio de Bonn –tema sobre el que, por cierto, ya existe no poca bibliografía–, de cara a la interpretación es importante tenerlo en cuenta. Noelia Rodiles ya desde los acordes iniciales denotó una interpretación amanerada que recordaba más a un romanticismo tardío que al amanecer de este género que simboliza la música de Beethoven.

   Teniendo en cuenta la música del tutti que sucede a estas «improvisaciones», la línea melódica debe entonarse segura y con una dirección clara. Con belleza y musicalidad, sí, pero sin rubatos excesivos que contradigan la solemnidad marcial con la que la orquesta relevará al pianista. Podríamos haber entendido este gesto de Rodiles como un intento de hacer una versión más romántica del Emperador, sin embargo, atacó el tema B con la decisión y solemnidades propias del soldado que recuerda en mitad de la guerra un tiempo mejor –pequeño, pero heroico–, ofreciéndonos los atributos habituales de este concierto. Si bien nos regaló de este modo unos pasajes preciosos, ambas ideas son imposibles de casar en una obra que goza de una absoluta cohesión y que se debe ejecutar con una única idea en mente.

   Tampoco Lucas Macías Navarro supo darle esta cohesión a la orquesta, faltando de nuevo decisión, sobre todo a la hora de marcar los numerosos acentos del primer movimiento y en los momentos de contraste, en los que estos se pudieron haber acentuado en mayor medida.

   También en la orquesta, especialmente en las cuerdas, faltó precisión y unidad como para hacer de esta interpretación algo memorable, destacando únicamente la sección de bajos en el Adagio con unos pizzicati con sonido y aun así lo suficientemente ligeros como para hacer a la orquesta caminar.

   Nada que ver con cómo atacaron las cuerdas el primer movimiento de la Sinfonía n.º 1  de Shostakóvich. Aquí sí, demostraron gran precisión tanto en la direccionalidad como en la ejecución de los matices y supieron conversar con unos vientos que sobresalieron en todos y cada uno de sus solos, destacando especialmente el timbre oscuro de ese fagot del que los españoles hicimos bien en importar el modelo alemán. Durante el siguiente movimiento tuvo oportunidad de lucirse el clarinete con un motivo que fue saltando de forma grácil entre los diferentes instrumentos de la orquesta ofreciendo siempre un sonido regular, lo que denotó una escucha atenta por parte de los instrumentistas y supo dar mayor cohesión al movimiento. 

   El maestro Lucas Macías Navarro supo aquí dirigir el sonido y reservar los matices, de modo que, en esta ocasión sí, pudimos sorprendernos con los contrastes que escribió el maestro ruso y entender una música que se dirige con auténtica furia rusa hacia los momentos de clímax o, como en el Lento que sucede al Allegro molto del cuarto movimiento, hacia el anticlímax, jugando con las expectativas del oyente.

   Los trombones y la tuba hicieron un gran trabajo en las cumbres climáticas ofreciendo un sonido potente pero no abierto, sino redondo. Permitiendo así lograr unos hermosos contrastes entre la solemne sonoridad de los metales y la ironía que tanto caracteriza a Shostakovich.

Foto: Web Lucas Macías

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