Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Oviedo. 9-V-2021. Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo. Un réquiem alemán de Brahms. Oviedo Filarmonía. Vanessa Goikoetxea, soprano. Enrique Sánchez Ramos, barítono. Coro El León de Oro. Coro Kup Taldea. Dirección musical: Lucas Macías.
Suele relacionarse el Réquiem alemán de Brahms, obra de larga y trabajosa gestación, con el dolor por el fallecimiento de la madre del compositor, en 1865, así como la desaparición de su mentor nueve años antes, el genial Robert Schumann, autor presente en la partitura, aunque sólo sea veladamente, por ejemplo en forma de sutil cita puntual de su Fantasía op. 17. No estamos ante un réquiem típico, si es que se puede hablar así. Desde luego no típicamente católico, como puede ser el de Verdi, una obra maestra de pasión desbordada en cuyos primeros acordes se puede ver incluso un homenaje a España. Qué poco estuvo Verdi en nuestro país. Sólo una vez, dos meses, a comienzos de 1863, nos dice Víctor Sánchez en su libro Verdi y España.
Brahms escribió su poco convencional Réquiem luterano en alemán, huyendo de los habituales textos litúrgicos en latín y del arrebato místico, para centrarse en seleccionados versículos de la biblia protestante y volverse sutilmente contemplativo. Es una música que se distingue con sutileza, desde cierta serenidad ante la desazón por la pérdida de nuestros seres queridos, una música esperanzadora si se quiere, y reconfortante que, ante la gravedad de la actual pandemia, tiene todo el sentido programar.
La particularidad estética de esta partitura ha hecho que el comportamiento del público ante la misma haya sido en ocasiones ciertamente original. En Hamburgo, no sé si todavía se sigue haciendo, cada Día de Difuntos, durante años, la Filarmónica de la ciudad tenía la costumbre de tocarla anualmente en la Michaeliskirche, iglesia donde Brahms fue bautizado. El ritual era emocionante. El público asistía vestido de riguroso traje negro y, al terminar la obra, no aplaudía. Simplemente abandonaba la sala en silencio tras la última nota. ¿Acaso hay mejor forma de rendir homenaje a nuestros fallecidos que con el silencio que queda cuando ya no están? Todo ha de hacerse con un sentido.
En los últimos años el Réquiem de Brahms parece haberse puesto de moda en el contexto musical internacional. Grandes maestros lo han grabado y dirigido. También en España. Jesús López Cobos ofreció su versión de la obra en 2014 con la Sinfónica de Galicia, una grabación que se puede consultar en el canal de la orquesta. También recordamos con admiración su versión de otro Réquiem, el de Verdi, en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, en un concierto especialmente brillante de los Premios Princesa de Asturias. Incluso la Orquesta Sinfónica de RTVE ha querido incluir recientemente en su canal de Youtube el Réquiem alemán de Brahms dirigido por el inolvidable Odón Alonso.
En esta ocasión dirigió la partitura, de memoria, Lucas Macías, un director que desde su llegada ilusiona a la Oviedo Filarmonía y a quien escribe estas líneas. Han de comprender los músicos de la orquesta, pensamos que ya lo hacen en gran medida, que no estamos ante un agitabatutas cualquiera, como tantos hoy, algunos situados en puestos de gran relevancia. Macías nos parece un músico sensible y un director cuidadoso, con fantasía además, que no se conforma con observar la superficie de las cosas, sino que busca cierta pulcritud sonora y un reconfortante y carismático sentido de la continuidad.
Ya desde las primeras notas de la obra, «Selig sind, die da Leid tragen» [«Benditos sean los que sufren, porque ellos serán consolados»], se percibió con claridad el delicado tratamiento que Macías dio a la música. El tono de serenidad general, nada fácil de conseguir sin que decaiga la tensión, nos pareció muy adecuado al texto de San Mateo y, en general, a toda la partitura. Nos gustó mucho la intención del director de buscar siempre el sonido cuidado y redondo, así como cierta claridad de fondo, transparencia incluso en el volumen sonoro, dentro de una perspectiva sofisticada y luminosa respecto a una partitura que, por qué no, también debe aspirar a epatar. La orquesta se plegó con dedicación a los requerimientos de su titular, desde el cuidado mostrado por las violas en las primeras notas, hasta el protagonismo de los trombones en ciertos momentos atractivos de la composición.
Hubo problemas con los solistas previstos. El barítono Lauri Vasar canceló por una «repentina indisposición» y la soprano Genia Kühmeier hizo lo propio «de manera unilateral y sin causa justificada», según informaba la Oviedo Filarmonía en sus redes sociales. Los sustitutos fueron españoles, Enrique Sánchez Ramos y Vanessa Goikoetxea. El primero acusó la precipitación del compromiso, que la organización agradeció por megafonía. Estuvo muy pendiente del director y cantó su parte con cierta inseguridad, aunque nada mal. Goikoetxea, a la que veremos próximamente formando parte de la Novena sinfonía de Beethoven que dirigirá Macías el 30 de mayo en la capital del Principado, también con El León de Oro, ofreció una reconfortante participación, con una versión bien ajustada al discurso del director y una voz bella y bien modulada, que supo lucir con recursos de gran cantante. En un auditorio de acústica poco agradecida para las voces, la suya de dejó oír.
Para la parte coral se contó con el mencionado León de Oro, uno de los mejores conjuntos corales españoles del presente y, como atestigua su brillante currículo, también de Europa, que en esta ocasión se unió, por las necesidades cuantitativas de la obra al vasco Kup Taldea, en una suerte de complemento que encajó a la perfección. Fue una delicia observar la ductilidad de las voces en manos de Macías. Ni un agudo crispado en los cantores, ni sonidos desabridos ni obviamente desafinados. Al contrario, versión sentida, cálida, de una fluidez serena, sin afectación, melodramatismos ni exageraciones superfluas, con la dificultad añadida de las siempre incómodas mascarillas. Fue emotiva la versión, dentro del exquisitamente templado estilo del director. Brilló el coro en la interpretación del famoso fragmento «Denn alles Fleisch es ist wie Gras» y en general. También en el desarrollo del contrapunto, en el que El León de Oro se desenvuelve como pez en el agua.
Fue significativo el emotivo largo silencio tras la última nota, provocado en parte por la inseguridad del público, pero también por la obvia sensación de mimo y calidez con la que el director titular de la Oviedo Filarmonía trató los últimos acordes. El silencio nos recordó por unos instantes a la magia de Hamburgo, pero en Oviedo la gente aplaudió.
Foto: Oviedo Filarmonía
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